sábado, 31 de mayo de 2008

La memoria (II)

Durante el último siglo han surgido y se han ido perfeccionando muchas explicaciones teóricas sobre cómo se producen la memoria y el olvido. Como resumen de ellas, se sabe que a veces el olvido ocurre porque algo de la información que nos entra no llega nunca a alcanzar el almacén de la memoria a largo plazo; en otras ocasiones, esta sí llega, pero se disipa antes de fijarse; otras veces, simplemente se desdibuja por falta de uso en el tiempo; es posible que estemos programados para borrar datos que no son relevantes para nuestra vida.

Una de las teorías más antiguas sobre el olvido afirma que olvidamos cuando no utilizamos la información. Con el paso del tiempo, si los recuerdos no son evocados o usados ocasionalmente, tienden a desvanecerse gradualmente hasta desaparecer por completo. La teoría ha sido reformulada más recientemente por Bjork, quien considera que el olvido es algo útil y adaptativo. Proponen que el recuerdo que no es relevante para los planes de una persona en tiempo presente pierde su fuerza de recuperación, es decir, es más difícil a acceder a él. No obstante, afirman que la información que no se usa sigue almacenada de alguna forma en la mente. El fallo en esta teoría es que se ha demostrado que incluso los recuerdos que no han sido evocados pueden ser notablemente estables en la memoria a largo plazo.

Otra teoría sobre el olvido surgió como alternativa a la anterior. Sostiene que olvidamos la información porque otros recuerdos dificultan o interfieren con su recuperación del almacén de memoria. Es más probable que ocurra la interferencia cuando los recuerdos son muy similares a los de la antigua información.Algunas veces son los recuerdos nuevos los que dificultan la recuperación de los pasados (interferencia retroactiva), y otras veces los viejos recuerdos interfieren en la recuperación de los más recientes (interferencia proactiva).

También suelen olvidarse aquellas cosas que nunca entraron en la memoria a largo plazo. Son los fallos de fijación o codificación. Existe un experimento conocido en el que los investigadores solicitan a los participantes que identifiquen la moneda correcta de entre un grupo de monedas incorrectas. Pongamos un euro, por ejemplo: un euro correcto de entre una serie de euros incorrectos. Si intentamos dibujar una moneda de euro de memoria y comparamos el dibujo con un euro real, veremos que probablemente nos acordamos del tamaño y el color, pero no recordamos los detalles menores. La razón por la que esto sucede es que fijamos solamente los detalles necesarios para distinguir el euro de otras monedas que tenemos grabadas en la memoria. (continuará)

viernes, 30 de mayo de 2008

Caminando

Siempre ten presente que la piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años...
Pero lo importante no cambia: tu fuerza y convicción no tienen edad.
Tu espíritu es el plumero de cualquier tela de araña.
Detrás de cada línea de llegada, hay una de partida.
Detrás de cada logro, hay otro desafío.
Mientras estés vivo, siéntete vivo.
Si extrañas lo que hacías, vuelve a hacerlo.
No vivas de fotos amarillas.
Sigue aunque todos esperen que abandones.
No dejes que se oxide el hierro que hay en ti.
Haz que en vez de lástima, te tengan respeto.
Cuando por los años no puedas correr, trota.
Cuando no puedas trotar, camina.
Cuando no puedas caminar, usa el bastón.
¡Pero nunca te detengas!

Teresa de Calcuta

miércoles, 28 de mayo de 2008

Limitaciones

La vida es breve; el arte, amplio; la oportunidad, efímera; la experiencia, incierta; el juicio, difícil.
Hipócrates, Ed. W. H. Jones.

domingo, 25 de mayo de 2008

Contra la perfección

Mi amigo psiquiatra, un formidable hombre culto, me hace ver repetidamente que el mundo es así como es y los seres humanos tan irremediablemente imperfectos como nos parecen.
El diagnóstico, contra lo que parece, dista de ser una consigna conservadora o una orden de mansedumbre universal. Se trata más bien de una luz tranquila que hace ver las taras y como componentes inseparables de la vida y sus complejas relaciones. De este modo, la figura de la desdicha o la insatisfacción frecuente se recibe no tanto como una insoportable deformidad sino como la genuina imagen de lo más real. La realidad no se tersa o mejora a nuestro antojo ni tiende a complacer las surtidas variantes de nuestros deseos. Es lo que es. Es tal como una orografía independiente de nuestra voluntad y constantemente apartada de los proyectos que imaginamos. Es absolutamente lo que es. Los rasgos de su fisonomía que nos desagradan sólo provocan aún más dolor cuando pretendemos que sean de otro modo. Las cosas son como son, las personas con quienes no coincidimos resultan ser tan irreductibles como nuestra propia diferencia y, en consecuencia, lejos de pugnar por cambiarlas ganaríamos más asumiendo sus caracteres y recorrerlos desde su negación.
La tranquilidad que se desprende de esta actitud positiva se corresponde con la serenidad que procura saberse imperfecto para siempre. La perfección es un estorbo y su persecución una tabarra. Lo es tanto la perfección en sentido absoluto como la perfección relativa que asociamos a la semejanza de alguien con nuestro yo, de cuya similitud esperamos, ilusoriamente, un plus de deleites. Ni la tensión hacia el ser perfecto ni la busca de la máxima unidad personal traen nada bueno. Más bien son la fuente segura de infelicidad puesto que la infelicidad se potencia con la impotencia de un anhelo y nada será menos asequible en este mundo que hacer de los sujetos y las cosas el ser deseable que no son.
Vicente Verdú

La memoria (I)

Los recuerdos no siempre son verdad, la mente suele maquillarlos a voluntad, pero a veces duelen mucho y se atascan. El olvido es una depuración natural que ejercita el cerebro, por lo que el mundo de la psicología y la neurología estudia cómo ocurre y cómo podría llegar a practicarse a voluntad.

En el rincón de los deseos humanos hay uno que todos compartimos: olvidar a placer los hechos o las personas que nos han causado sufrimiento, apartar a voluntad el recuerdo que maldecimos para aquietar el dolor que penetra en nuestro presente. La íntima esperanza sería gozar de una memoria selectiva, de una capacidad de olvidar deliberadamente.

En realidad, el pasado acaba convirtiéndose en una construcción subjetiva de conceptos, una película de gran imaginación creativa que rellena las lagunas que surgen a base de embellecedoras florituras o sobrecargada victimización.

¿Merece el pasado tanto crédito como para permitirle que nos persiga hasta el presente siendo que es, a fin de cuentas, la resultante de una mejor o peor memoria, aderezada con juicios personales, miedo, culpa y lo que debería haber sido y no fue? ¿Tanto poder hay que adjudicar al pasado? ¿Realmente habrá que hacer esfuerzos para recordar? ¿Cómo podemos saber si lo que recordamos es real? ¿Cómo saber si no son falsos los recuerdos? ¿No sería mejor vivir con plenitud el presente y tratar de olvidar tristes evocaciones? Estas preguntas están causando controversia entre los estudiosos de la psicología y la neurología.

Cierto es que algunos recuerdos traumáticos del pasado pueden atormentar a algunas personas que no pueden desvincularse de la emoción que sintieron durante el evento. Son los que sufren el llamado estrés postraumático. Hay soluciones terapéuticas en las que rememorar puede producir un reprocesamiento del trauma y una atenuación de las emociones asociadas. La emoción unida al hecho traumático ha quedado grabada en la memoria como una muesca en un disco rayado que hay que reparar reviviendo el evento en la sesión de terapia.

Olvidar es útil y necesario Es imposible hablar del recuerdo sin mencionar la contraparte, el olvido. Parece ser que olvidamos mucho más de lo que recordamos. El olvido no es algo negativo y es un fenómeno completamente natural. Si se recordara cada minuto de cada hora de cada día durante la vida entera, sin tener en cuenta la relevancia del recuerdo, estaríamos buscando continuamente lo importante en medio de menudencias.
El olvido se define como la pérdida de información en el tiempo. En la mayoría de las situaciones, recordamos mejor la información poco después de recibirla que tiempo después. Con el paso del tiempo, se pierde parte de la información. Es un hecho frecuente que falle la memoria cuando se necesita, lo cual es una molestia, no hay duda. No obstante, el olvido permite poner al día y actualizar el contenido de la memoria. Cuando recibimos un nuevo número de teléfono, tenemos que olvidar el anterior para recordar el nuevo. Si aparcamos el coche todos los días en un gran aparcamiento, tendremos que recordar dónde aparcamos hoy y no ayer o anteayer. Por eso, el olvido tiene una función útil y adaptativa. (continuará)

viernes, 16 de mayo de 2008

Gracias

¿Qué es una "gracia"?: una gracia, ¿no es un don? Un don, ¿no es un regalo, una virtud que nos ha sido regalada, caída del cielo? Entonces, si yo digo "te doy las gracias", estoy diciendo "te doy mis dones": lo que yo he recibido y de bueno tengo, aquello en lo que he sido agraciado, te lo regalo, puesto que lo que tú me has dado, tus palabras, tu abrazo, tu ayuda, lo que sea, lo merece. Gracias... a todos.

martes, 13 de mayo de 2008

Martes y 13

"En martes y 13 ni te cases ni te embarques", ¿cuántas veces no habremos dicho u oído esta expresión? La verdad es que el origen de la superstición sobre esta fecha no parece claro. Algunas tradiciones apuntan a la relación entre el martes y el dios de la guerra romano, Marte, al que se relaciona con la muerte. Además se añade el número de comensales en la última cena: 13, entre los que el último en sentarse fue, además, Judas. Un motivo como otro cualquiera para poder acusar al calendario de todo lo malo que ocurra este día.
El filósofo Javier Sádaba recalca la importancia del número, que vendría de rituales paganos, previos al cristianismo: "el misticismo del número 13 proviene de los druidas, los sacerdotes de las tribus celtas, que se reunían en los bosques". De hecho, mientras que en los países hispanos el día de mal agüero es el martes, para los anglosajones es el viernes (de ahí el título de la película de terror Viernes 13)
Sádaba diferencia entre dos tipos de supersticiones. Las "duras", las más peligrosas, que se aproximan a las creencias religiosas y las "blandas", aquellas que nos empujan a tratar de evitar derramar la sal o cruzar por debajo de una escalera, sin llegar a condicionar por ello nuestra vida. "Cuando yo digo que soy supersticioso y que no quiero viajar un día determinado expreso mi sensación de soledad frente al mundo", afirma Sádaba excusando esas pequeñas manías que todos tenemos. "No hacen mal, son puros símbolos".
La mala fama del número 13 se extiende por los ámbitos más diversos y desde los tiempos más remotos. Ya el Código de Hammurabi (el primer conjunto de leyes de la historia que se remonta al 1692 a.C.) se salta el punto decimotercero, aunque no se ha podido establecer el motivo.
Lo que parece mucho más claro es que hoy en día en diversos campos se evita esa cifra, aunque no nos demos cuenta de ello. Iberia, en sus aviones, prescinde de la fila número 13 de asientos y pasa directamente de la 12 a la 14, aunque desde la compañía no saben precisar por qué. Numerosos hoteles evitan las habitaciones o planta con esa cifra. Esta costumbre, que se recoge en películas y series de televisión, también se respeta en hoteles tan conocidos como el Palace o el Ritz de Madrid, el María Cristina de San Sebastián o el Arts de Barcelona.
La aeronáutica tampoco ha escapado a la superstición y, después del "Houston, tenemos un problema" del capitán del Apollo XIII Jim Lovell, las misiones espaciales procuran pasar directamente a la decimocuarta misión.
Las supersticiones son una explicación de la realidad basada en creencias irracionales, no científicas. Una forma de echarle la culpa a algo ajeno para quitársela uno mismo. "Si una mañana no suena el despertador, llego tarde a un examen, lo suspendo y además me tiro encima el café puedo echarle la culpa a que hice algo mal, como poner el bolso en el suelo [otra superstición popular]". También existe, por supuesto, otra explicación: "llegué tarde a casa, no miré bien el despertador, eso hizo que llegara alterado al examen y como lo suspendí y estaba nervioso me tiré encima el café". En el segundo caso hay una responsabilidad personal, en el primero depende del azar. Mucho más fácil de asumir.
Podría parecer extraño que este tipo de creencias llegaran a condicionar la conducta hasta afectar a la personalidad pero, para el profesor Sádaba, "una de las desgracias del hombre es que dimite con bastante facilidad de la libertad personal” afirma el filósofo, que une las supersticiones con la falta de cultura. "Surgen detrás de la ignorancia". Al menos lo que él considera "supersticiones duras", aquellas que son más parecidas "a las creencias religiosas, al fanatismo. Esas hay que combatirlas pedagógicamente y demostrar que son mentira".


Helena Martínez

jueves, 8 de mayo de 2008

El pudor ( y III )

Los excesos y las discriminaciones producidos en la cultura occidental por una moralidad centrada en la sexualidad han provocado múltiples intentos de combatir el pudor al considerarlo un obstáculo para emancipaciones morales o políticas. En los kibutz israelíes se ensayó una educación en la que niños y niñas compartían dormitorios y duchas para evitar pudores excesivos. El intento no duró mucho porque los adolescentes desarrollaron sentimientos de pudor y protestaron por la falta de ­intimidad.


Me inclino a pensar que todos los sentimientos derivados de la vergüenza proceden de una matriz natural, originada en nuestra esencia social, de la necesidad de vinculación afectiva, de aceptación y reconocimiento, y de la necesidad de establecer controles sociales que no necesiten apelar a la fuerza. Pero el alcance y el contenido de este sentimiento embrionario son definidos por la sociedad. Así se explica la sorprendente diversidad de partes del cuerpo que los humanos han considerado vergonzosas o inmodestas. Para la mujer islámica es el rostro y los codos, pero el pecho puede mostrarse al público si se está amamantando a un niño; para los chinos tradicionales, es el pie desnudo; para los tahitianos, el vestido es irrelevante, sólo el cuerpo sin tatuar es inmodesto; en Melanesia, el vestido es indecente, mientras que en Bali cubrirse el pecho es en el mejor de los casos una coquetería, y en el peor, una marca de prostitución; antes de la reforma de Ataturk, las mujeres turcas estaban obligadas por ley a cubrir el dorso de la mano, mientras que la palma podía enseñarse sin vergüenza ni embarazo. Un nudista que no tiene pudor corporal puede sentir enorme vergüenza al emitir algún ruido corporal escatológico durante una recepción.


El hecho de que un comportamiento humano sea natural no significa que no pueda alterarse o desaparecer. El pudor, relacionado con la sociabilidad, tiende a disminuir cuando se impone el individualismo, que se despreocupa de los demás. Una sociedad pudibunda puede ser insufrible, pero una sociedad absolutamente impúdica, también. Ocurre lo mismo en todo el dominio de la vergüenza. No podemos vivir avergonzados, pero tampoco podemos vivir entre sinvergüenzas.


Aunque sea de paso, quiero mencionar otro tipo de pudor: el que no se refiere a desnudar nuestro cuerpo, sino nuestra alma. Hay un pudor referido a la expresión de los sentimientos íntimos. En una novela del siglo XIII, Le roman d’Escanor, el protagonista llora la muerte de su amiga. Sus compañeros le reconvienen porque no es propio de un hombre mostrar tan gran dolor, por lo que el caballero, cuando va al encuentro de sus pares, “adoptó el mejor porte que pudo, porque tenía vergüenza y pudor de mostrar su aflicción”. Una de las formas más constantes del pudor es la que experimenta un hombre en mostrar sus lágrimas. La Bruyère titula un capítulo de su obra “¿Por qué se ríe libremente en el teatro y se tiene vergüenza de llorar?” En el siglo XVII no era educado mostrarse desnudo ante alguien a quien se debe respeto, pero se podía uno desnudar delante de un criado. La Bruyère dice lo mismo respecto de los sentimientos: “Se vuelve el rostro para reír o llorar en presencia de los grandes y de todos aquellos a los que se respeta”. Este pudor es claramente cultural. En la propia naturaleza de los sentimientos está ser expresivos, porque tienen una función de vinculación social. Por ejemplo, el llanto es una petición visible de compasión y ayuda. Sólo cuando se quiere evitar socialmente esta petición se prescribe el ocultamiento de las lágrimas.


Deberíamos recuperar el sentimiento de pudor, pero rediseñándolo, haciendo algo parecido a lo que hemos hecho con el concepto de honor. Era demasiado social y lo hemos convertido en dignidad, que es un valor intrínsecamente personal. El nuevo sentimiento de pudor no debería relacionarse con el miedo a ser visto o juzgado, o con un recelo hacia el cuerpo, sino que debería fundarse en el respeto debido a la dignidad propia y ajena. Así entendido, el pudor sería la vergüenza que nos impediría realizar actos indignos. Los demás pudores no merecen pervivir. Son supervivientes, es decir, supersticiones

La obscenidad guarda relación estrecha con el pudor. Es la exhibición maliciosa y grosera de las cosas relacionadas con el sexo. Una de las manifestaciones –excesivas– de la impudicia y de la relación obscena es el exhibicionismo. Como escribe Castilla del Pino: “Mientras al nudista se le ven sus genitales, el exhibicionista los hace ver, y es más, hace ver sólo sus genitales”. ¿Cuáles son las actuaciones que calificamos de obscenas? Aquellas en las que se manifiesta un afán de hacer ver al otro, un indebido hacer notar a los demás. Ante todo, en lo que respecta a las actuaciones sexuales, pero, por extensión, también a aquellas otras no sexuales que se consideran, en un contexto social determinado, que deben ser privadas o íntimas.Al ampliar así el concepto de obscenidad se solapa con el concepto de impudor.


La exhibición de supuestas virtudes, de supuestas penas, de supuestos padecimientos físicos nos parecen muchas veces obscenos, porque juzgamos que deberían ser reservados y, por ello, inferidos por los interlocutores, a pesar del control a que somete el protagonista sus sentimientos y emociones. El pavoneo del cínico está cercano a la obscenidad. Diógenes, que acostumbraba a comer, defecar y masturbarse en la plaza pública, es un ejemplo. Me sorprendió la primera vez que leí –en la obra de Le Senne, un moralista francés– que lo contrario al pudor era el cinismo. Ahora pienso que tiene razón. Los sentimientos forman una red dotada de una maravillosa lógica vivida que hay que descubrir.

La atenta escucha

No es infrecuente aparentar que hablamos, cuando en rigor solo estamos pidiendo o dando explicaciones, justificándonos, acusándonos, si no dejando marcadas las piedras de una camino para volver a las andadas. En tal caso, lo decisivo ya no es lo que el otro dice, sino en qué modo nuestro hablar lo acalla, o lo domina. Siempre ha sido interesante y necesario ponerse en el lugar del otro. Y no tanto saltando desde nuestra posición a la suya, cuanto haciendo que la nuestra esté tejida y constituida también por la palabra ajena. Es cuestión de decirle a él, pero, sobre todo, de decir con él. Ello exige tratar de comprender sus razones y de no aferrarse simplemente a lo que ha dicho.

No escuchar es apresar y quedar apresado por las palabras enunciadas, no atender al sentido, ni a la orientación, ni a lo que persiguen, ni a lo que buscan, fijar lo señalado, bloqueándolo.

Hay sin embargo quien es capaz de tal cordialidad, de tal hospitalidad, de tal inteligencia, que se hace cargo del decir del otro y no solo de lo dicho, o de lo que dice. Escuchar es interesarse por el quién del otro, por lo que le constituye y le hace singular. Para ello hemos de no dar por supuesto, ni anticiparnos a lo que dice, suponiendo lo que quiere decir. Se precisa una suerte de puesta en suspenso, hacer un silencio que acalle los ruidos y abrirnos generosamente al decir de los demás.

Así que la atenta escucha empieza por preocuparse u ocuparse de los otros, por interesarse por su vida y sus acontecimientos, más que por el cúmulo de incidentes que la componen. No se trata de ignorarlos, sino de recibir sus efectos, de considerar en qué modo afectan o constituyen la libertad o el gozo de alguien. Abrazar su peripecia de vida, sus avatares, venturas y desventuras es la forma primordial del escuchar. Cuando eso sucede, no nos limitamos a interesarnos por lo que cuenta, sino por él, por ella.Por eso es tan hermoso no solo escuchar al otro, sino escuchar conjuntamente con él algo otro, orientar el oír en la dirección de un atender, un responder, un corresponder y quizá, incluso en silencio, dejarse afectar y sentir, que es un oír con olfato, lo que pasa y lo que podría llegar a ocurrir.

La atenta escucha accede también a lo que aún no ha pasado y, es más, lo hace suceder. Es otra forma de habitar el tiempo, sin prisa. La voz de otro nos llega y acaricia, nos altera, nos susurra, nos interpela y en nuestra escucha se hace palabra. Escuchar es un modo supremo del querer.

Ángel Gabilondo

martes, 6 de mayo de 2008

Puerto de Gran Canaria

Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico,
con sus faroles rojos en la noche calina,
y el disco de la luna bajo el azul romántico
rielando en la movible serenidad marina...


Silencio de los muelles en la paz bochornosa,
lento compás de remos, en el confín perdido,
y el leve chapoteo del agua verdinosa
lamiendo los sillares del malecón dormido...

Fingen, en la penumbra, fosfóricos trenzados
las mortecinas luces de los barcos anclados,
brillando entre las ondas muertas de la bahía;

y de pronto, rasgando la calma, sosegado,
un cantar marinero, monótono y cansado,
vierte en la noche el dejo de su melancolía...

Tomás Morales

lunes, 5 de mayo de 2008

Homenaje

Romance del prisionero

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sólo yo, triste y cuitado,
vivo en aquesta prisión;
sin saber cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

Anónimo

domingo, 4 de mayo de 2008

Cinema Paradiso

Llorarlo todo,
pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz,
con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo,
por la boca.

Llorar de amor,
de hastío,
de alegría.
Llorar de frac,
de flato, de flacura.
Llorar improvisando,
de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

El pudor (II)

Hay vergüenzas injustamente inducidas por la sociedad que deben desaparecer. ¿Sucede esto con esa peculiar vergüenza que llamamos pudor? Da la impresión de que es un sentimiento anticuado. Habría que decir afortunadamente anticuado, si tomamos la definición que de él da un curiosísimo diccionario publicado en 1848: “Pudor: especie de reserva casta, vergüenza tímida y honesta como de inocencia alarmada. Modestia ruborosa pura y sin afectación, recato, honestidad, especialmente en la mujer, por cierto colocado en muy resbaladizo y vidrioso declive, en harto periculosa pendiente ocasionada a insubsanable fracaso, a irreparable desliz”. En efecto, el pudor se había convertido en una virtud moral específicamente femenina, propia de sociedades machistas y patriarcales. Había sufrido la misma transformación que el vocablo honra, que de ser sinónimo de honor pasó a significar la honestidad femenina. ¿En qué consiste el pudor?
Debemos volver a la vergüenza. Hay una vergüenza que dificulta la ejecución de un acto indigno, y otra recriminadora posterior a la comisión del acto. El pudor pertenece a la facción preventiva. “Es un sentimiento que impide mostrar lo que se considera que debe permanecer oculto.” Es, pues, el malestar producido por la imaginación del acto de exhibirse ante la mirada de otro. Fue su carácter disuasorio lo que le hizo ser tan importante para la moral. La vergüenza o la culpa acontecen cuando el hecho malo ya ha sucedido. El pudor impide que suceda. No es un sentimiento correctivo, sino preventivo.
Pero ¿qué es lo que debe ser ocultado? En un principio, cualquier comportamiento deshonroso. El término impúdico mantiene esa carga ética. Un comportamiento impúdico es el que revela la indignidad de una persona. Pero el sentimiento sufrió una devaluación y acabó refiriéndose sólo a la manifestación del cuerpo humano y de sus actividades, en especial las sexuales. La historia del sentimiento de pudor se entremezcla con las historias de la consideración del desnudo, de la sexualidad y de las buenas costumbres. El cristianismo recogió el relato bíblico según el cual Adán y Eva, que vivían desnudos en el jardín del Edén, sintieron vergüenza de estarlo después de haber perdido la inocencia por el pecado. El pudor nacía de la falta y debía acompañar a la especie humana hasta que fuera salvada.
Al estudiar los sentimientos conviene averiguar si son naturales o culturalmente inventados. ¿Qué ocurre en el caso del pudor? Eibl-Eibesfeldt, un gran antropólogo, sostiene que el pudor sexual, manifestado de modos diversos, se da en todas las culturas. Es habitual ocultar los órganos sexuales con el vestido. Sin embargo, hay pueblos que, desde nuestro punto de vista, van completamente desnudos, por ejemplo los yanomami, cuyas mujeres portan solamente un fino cordón entorno a la cintura. Y los hombres, un cordón que les sujeta el pene. Pero estos cordones se consideran simbólicamente un vestido, y si prescinden de ellos se sienten avergonzados. No hay duda de que sus antepasados no atravesaron desnudos el frío estrecho de Bering, por lo que hay que pensar que su desnudez actual ha sido una acomodación al clima cálido y que esos cordones permanecieron como vestigios de los trajes desaparecidos. (continuará)