sábado, 22 de marzo de 2008

El asco (II)

La etimología de asco es un ejemplo de las perspicaces equivocaciones que comete el lenguaje. Según Corominas, deriva del castellano antiguo usgo (odio, temor). Según María Moliner, esta palabra se modificó bajo la influencia de asqueroso, que proviene del latín escharosus (lleno de costras). Es, pues, un híbrido etimológico. En inglés, disgust hace referencia al gusto. En efecto, la repugnancia ante una comida es el caso más claro de esta emoción.
Hay un reflejo de defensa que fuerza al organismo a rechazar lo que puede hacerle daño. Pero esta función vital se ha ido ampliando, haciéndose cada vez más metafórica, más simbólica, menos física. La suciedad fue la primera ampliación. Lo sucio produce repugnancia. Entramos ya en un mundo diferente. El concepto de suciedad es cultural. Las normas que la rigen evolucionan con la historia. Nos resultaría difícil comer en la mesa de los nobles medievales, demasiado groseros para nuestra sensibilidad. Norbert Elias, que ha estudiado la evolución de la urbanidad y de las buenas maneras, supone que la prohibición de realizar las funciones fisiológicas en público deriva de nuestro afán por ocultar nuestro origen animal, del deseo de apartarnos de la naturaleza. Esta prohibición se impone mediante la educación del asco.No quedó ahí la ampliación del sentimiento. La suciedad también se relaciona con lo puro y lo impuro, conceptos que están en la base de muchas morales y religiones. Basta leer el Antiguo Testamento para comprobar la variedad de esas prohibiciones tajantes. En el Levítico se señala cuáles son los animales puros o impuros. El cerdo, por ejemplo, es impuro. “No comeréis su carne ni tocaréis sus cadáveres. Serán inmundos para vosotros.” Normas parecidas existen en la cultura hindú o en la musulmana. Algo similar ocurre con la sangre menstrual. Son supersticiones que han llegado casi hasta nuestros días.
El asco también se ha utilizado en todas las propagandas racistas. Se acusa a los enemigos de tener alguna característica física que produzca repugnancia. Pondré como ejemplo un texto de Felix Fabri, un monje del siglo XV que peregrinaba a Jerusalén y que se preguntaba por qué los musulmanes permitían a los cristianos entrar en sus baños públicos. “Se debe a que los sarracenos emiten un hedor horrible y, por eso, realizan continuas abluciones de diversas clases y, puesto que nosotros no olemos mal, no les importa que nos bañemos con ellos. Pero esto no se lo permiten a los judíos, que apestan aún más.” El círculo se amplía y el asco pasa de proteger el cuerpo a proteger el alma. (continuará)

Greetings from Irland

Desfile de san Patricio en Dublín


Acantilados de Moher