domingo, 27 de enero de 2008

La ira (III)

El estrés en forma de dolor (pérdida, rechazo, desesperación, miedo, frustración, daño, abandono) más los pensamientos activadores (pensar que este dolor es culpa de algún otro) componen la ira.
Cuando se asume la responsabilidad de las propias emociones, entre ellas, la ira, es mucho más practicable modificar cualquier situación. Todos somos capaces y libres de elegir si vamos a reaccionar de manera airada o con cualquier otra estrategia. Pero para eso es importante reconocer que el responsable de la ira es uno mismo y dejar de culpar a los demás. Estas son las razones por las que es conveniente e importante ser responsable de la propia ira:
1. La ira mantenida está causando daño a nuestra salud.
2. Elegir la ira como reacción deteriora las relaciones. Al principio, los amigos o los familiares se defienden y finalmente acaban apartándose del personaje hostil.
3. No es una estrategia útil ni eficaz para cambiar la conducta de los demás. A corto plazo, puede atemorizar y herir, pero a largo plazo, las personas intimidadas se resisten y se alejan descalificando al maestro.

La idea de la responsabilidad de la propia ira es importante, ya que sigue siendo frecuente oír a los agresores afirmar que han sido provocados por el agredido. Mientras se piense que la ira es causada por los provocadores, no hay posibilidad de superar los comportamientos agresivos.
El juicio sobre las conductas de los demás se basa en una serie de reglas éticas propias que intentamos trasladar a nuestros semejantes. Solemos pensar que las reglas que hemos incorporado a nuestra vida son aplicables a los que nos rodean. Hacemos presunciones de culpabilidad y nos percibimos como víctimas de la situación. Nuestras presunciones y creencias son, en realidad, las verdaderas causantes de la rabia, no solamente las acciones de otros. Pensamos continuamente en como deberían o no deberían comportarse. Si ellos se conducen tal como pensamos que debe hacerse, entonces todo va bien, pero si no, nos lanzamos a juzgar que sus actos son incorrectos, poco inteligentes, poco razonables o inmorales.

Olvidamos que en la mayoría de los casos, los demás no están de acuerdo con nuestros valores y reglas. Ellos tienen sus propias necesidades y reglas. Es absurdo aplicar nuestros “deberías” al proceder de los demás. Estos “deberías” se asientan en unos principios morales que adoptamos y que se confunden con la verdad, pero no son verdaderos. Estos principios son llamados falacias, término proveniente de la lógica formal. Una falacia (sofisma) es un razonamiento aparentemente lógico en el que el resultado es independiente de la verdad de las premisas. (continuará)