miércoles, 31 de octubre de 2007

Bajo una pequeña estrella


Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos, cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica porque yo mismo me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.

Wislawa Szymborska - Premio Nobel de Literatura 1996

La belleza de lo efímero


Nos atrae su poder, su capacidad de transformación escondida, su misterio. Un suceso fugaz, un pestañeo del pensamiento, una vuelta de tuerca emocional pueden ser definitivos.
Un día alguien ve una foto en un periódico y su vida se transforma, ¿no es impresionante? Ahora mismo evoco la fugacidad de un rayo de luna en una escalera, el olor de los jazmines de Granada, un roce delicado de una piel. También recuerdo el impacto que causaron en mí una mirada de angustia, cierta palabra inoportuna o aquellos tres minutos interminables, cuando me tragaba el mar y no había arriba, ni abajo, solo oscuridad, arena, golpes y miedo. Si lo pequeño es infinitamente divisible, como sabían bien Aquiles y la tortuga, lo efímero puede ser infinitamente duradero.
Un segundo puede permanecer para siempre en la memoria. En un instante se gana la gloria, en un segundo se pierde una vida, ¿hay algo más permanente? Está claro, lo efímero es fascinante. Algunos hombres regalan plantas en vez de flores porque duran más, pero a algunas mujeres nos gustan las flores porque duran menos.
Lo duradero debe ser el optimismo, la esperanza, la curiosidad, el amor…, pero no otras cosas, como los objetos que permanecen mucho tiempo en el mismo sitio, o como las toallas demasiado fieles. Hay cosas que tienen que durar poco, algunas deben durar poquísimo. En 13 minutos se sale de la atmósfera en un cohete espacial; tres minutos más seguro que serían insoportables. La fugacidad es una cualidad necesaria, sin la cual se desvirtuarían ciertas conductas.
¿Cuánto tiene que durar un abrazo? ¿Acaso si es prolongado es más cariñoso o solo es más asfixiante? Las personas que tienen talento corporal saben decir mucho en un segundo de intensidad. Una sola palabra cabalgando en una mirada es efímera mientras se ejecuta, pero puede ser un dardo envenenado de ternura.
En fin, hace tiempo que se rompió la hegemonía de la fuerza sobre la delicadeza. Ya es hora de desbancar el poder de lo duradero. En la dialéctica de los filósofos griegos, entre lo que permanece y lo que cambia, lo tengo claro… lo seductor es que sea imposible bañarse dos veces en el mismo río.
Pilar Varela