domingo, 31 de enero de 2010

Hombre


Conócete, pues, a ti mismo;
no quieras saber tanto como Dios,
el estudio propio del género humano es el hombre.
Colocado en este istmo como paso intermedio,
un ser tristemente sabio y toscamente grande:
con demasiada erudición de escéptico,
con demasiada debilidad en su orgullo estoico;
cuelga en medio, dudando si actuar o descansar,
dudando si creer que es un dios o una bestia,
dudando si preferir su mente o su cuerpo;
nacido sólo para morir y que razona sólo para errar,
semejante en ignorancia a su raciocinio,
tanto si piensa poco como demasiado,
caos de pensamiento y pasión todo mezclado;
con todo, él solo maltrata y desengaña,
creado mitad para elevarse, mitad para caer,
gran señor de todas las cosas y presa de todas ellas,
juez único de la verdad y siempre sumido en el error.

¡Gloria, burla y enigma del mundo!
¡Adelante, criatura maravillosa!
Móntate sobre la ciencia, adelante,
mide la tierra, pesa el aire y explica las mareas,
instruye a los planetas sobre las órbitas que deben seguir,
corrige la historia y regula el sol.
Adelante, elévate con Platón hasta la esfera empírea,
hasta el primer bien, la primera perfección, la primera belleza,
o pisa la laberíntica esfera que pisaron sus seguidores
y abandona la llamada de la inteligencia imitando a Dios,
corriendo con los sacerdotes de Oriente en círculos vertiginosos,
girando la cabeza para imitar al sol;
adelante, enséñale a la Sabiduria Eterna como gobernar
¡y entonces déjate caer dentro de ti mismo y sé un imbécil!

Seres superiores, cuando últimamente vieron a un hombre mortal
desvelar todas las leyes de la naturaleza,
admiraron tal sabiduría en una figura terrenal,
y mostraron a un Newton como nosotros mostramos a un mono.
¿Podría él, cuyas reglas ciñe el rápido cometa,
describir o precisar un movimiento de su mente?
¿Quién vio sus fuegos surgir aquí y descender ahí?
¿Podría explicar su propio principio o su final?
¡Ay, qué maravilla! La parte superior del hombre
puede ascender libremente y escalar de arte en arte,
pero cuando su propia obra maestra ha comenzado,
lo que la razón teje la razón lo desbarata.

Rastrea la conciencia entonces, con modestia como guía;
primero quítale su equipaje de orgullo,
resta todo lo que no es más que vanidad, o aderezo,
o lujo del aprendizaje, u ociosidad,
o trucos para mostrar la elasticidad del cerebro humano,
mero placer de la curiosidad, o dolor ingenioso;
borra el todo o cercena las partes excrecentes.
De todo, nuestros vicios han creado artes.
¡Mira entonces lo poco que queda,
lo que sirvió al pasado, y debe servir al porvenir!


De "Un ensayo acerca del hombre" de Alexander Pope