miércoles, 23 de julio de 2008

La melancolía (I)

La melancolía es una tristeza apacible, otoñal, poética, romántica. En 1734, el Dictionnaire de Trevoux, escrito por jesuitas franceses, la vincula no sólo con la tristeza, sino también con el placer: “es un cierto placer triste”, es “un ensueño agradable”. En 1621, Robert Burton escribe su sorprendente Anatomía de la melancolía. Thomas Warton, en 1747 publica Los placeres de la melancolía, y Diderot la considera un sentimiento dulce. Víctor Hugo acuña una definición contundente: “Es la dicha de ser desdichado”. Procede de una palabra griega compuesta –melas y kholé– que significaba literalmente bilis negra. Era uno de los cuatro humores fundamentales que formaban el temperamento. La medicina clásica se basaba en la idea de que la salud era la adecuada mezcla de esos cuatro líquidos vitales (sangre, bilis amarilla, flema y bilis negra) que también determinaban el carácter de los seres humanos. Había personas coléricas, sanguíneas, flemáticas y melancólicas.Lo de “estar de buen o mal humor” procede de ahí. Anteo de Capadocia (50 d.C.) dio una definición que atravesó con éxito los siglos: “Los melancólicos están silenciosos o sombríos, abatidos, insensibles sin motivo plausible. Despreciando la vida, anhelan la muerte”.
Las malas lenguas decían que se comportaban de manera muy extraña: eran misántropos y en noches de luna llena huían a los montes donde aullaban como lobos; muchos creían carecer de cabeza o ser tan frágiles que podían quebrarse con cualquier contacto violento.
El protagonista de El licenciado Vidriera, de Cervantes, era un caso claro. Se trataba, pues, de una enfermedad seria. Hasta hace muy pocos años, la psiquiatría –sobre todo la alemana– consideraba que la melancolía era una gran depresión. El ser un rasgo del carácter, una propensión del temperamento, explica uno de sus rasgos principales. La melancolía es un sentimiento sin causa. Calderón de la Barca ya mencionó este aspecto en su obra No hay como callar: "Toda melancolía nace sin ocasión, y así es la mía. Que aquesta distinción naturaleza dio a la melancolía y la tristeza".
Tampoco la edad media fue benévola con este sentimiento. Se lo relacionó con el tedio espiritual –apatía que acometía a los monjes en especial después de comer–, con la pereza, y, como causa última, con la falta de caridad. Se convierte así en una torpe manifestación del pecado original.

Pero un hecho casual va a cambiar la historia de la palabra y la consideración del sentimiento. Aparece un librito, falsamente atribuido a Aristóteles, llamado Problemas, uno de cuyos capítulos comienza con una afirmación que el Renacimiento repetirá con fruición: “Todos los genios son melancólicos”. Una ola de melancolía barrió Europa. Petrarca es el primer melancólico consciente y poético. Miguel Ángel escribe en uno de sus sonetos: “La mia allegrez’e la maninconia”. En el barroco se puso de moda, y para lucir bien en sociedad había que melancolizarse. Un personaje de Shakespeare está muy triste porque no es lo suficientemente melancólico como para tener éxito. Se convirtió así en un sentimiento de moda, refinado y un poco falso. Fue una tristeza que no paraba en llanto, sino en una meditación solitaria, en una búsqueda de sintonía del alma entristecida con los parajes tristes, por ejemplo, en el amor por las ruinas que fomentó el romanticismo. Gusta de músicas tristes, como las que estuvieron de moda en la corte francesa. Las grandes representaciones de la melancolía presentan siempre a personajes meditabundos, como un famosísimo grabado de Durero, que muestra a un ángel pensativo.
Los melancólicos son grandes analizadores del propio espíritu. Kierkegaard escribió: “Desde mi infancia, he vivido bajo el imperio de una inmensa melancolía”. Todo aquel que vive una intensa vida interior parece abocado a la melancolía, que se convierte así en seña de identidad del quehacer artístico, dando así razón al pseudoaristóteles, después de muchas vueltas. En pleno Renacimiento, Romano Alberti dice en su Tratado de la nobleza de la pintura: “Los pintores se vuelven melancólicos porque, queriendo imitar los objetos, es preciso que mantengan los fantasmas fijos en su intelectos, y así luego pueden expresarlos”. Quiere decirse que cuando experimentan melancolía están sintiendo una emoción largamente trabajada y enriquecida. (continuará)