domingo, 17 de mayo de 2009

Tributo

Antonio Vega con Ketama

Antiguos amigos

A ciertos antiguos amigos no los deseamos ver más, pero otro puñado de ellos no los vemos aunque deseemos llegar a verlos. Ni han muerto, ni se encuentran incomunicados, ni viven en lugares remotos ni han sido ingresados en un frenopático desde el que no nos reconocerán. En general, son, simplemente, amigos que viven en la misma ciudad, a una o dos paradas de metro, a media hora de coche o, incluso a doscientos metros de nuestro portal. Existen, entran y salen de nuestra memoria, se agudiza su recuerdo de vez en cuando y apuntamos incluso su nombre en la agenda para llamarlos después. No los telefoneamos, sin embargo. Pasan los días y llegan a pasar, sin quererlo, tantos meses que parecen pasajes archivados sin que por ello, no obstante, pueda decirse que se están borrando activamente de nuestras vidas. Más bien han quedado en ella, momentáneamente pero indefinidamente como figuras paralizadas, figuras que no ganan ni pierden visibilidad ni tampoco emotividad. Están y están estancados o como embalsamados en la última memoria estabularia que conservamos de ello. ¿Por qué no les llamamos y conversamos? ¿Qué barrera -supuestamente de conveniencia- conserva la prolongación de este silencio? ¿Qué clase de secreta pereza mezclada con el miedo de la indolencia ha ido creciendo entre nosotros y ellos? O, lo que es más misterioso todavía: ¿qué sentimiento, probablemente recíproco, es éste que impone a cada parte quedar atado e invariable en un punto de la historia sin que desde el otro nazca una iniciativa que los anime en la vida y entre la peripecia de los dos?
Vicente Verdú