viernes, 13 de junio de 2008

La soledad (I)

Buscada intensamente por unos, ahuyentada a cualquier precio por otros, la soledad, como todos los sentimientos, tiene geografía e historia y no es lo mismo en el Japón de hoy que en la España medieval.

Los sentimientos nos informan acerca de cómo nos van las cosas. Son el resultado del choque entre nuestras expectativas y la realidad. La decepción, por ejemplo, me indica que mis esperanzas no se han cumplido. El miedo, que mis deseos están amenazados por la presencia de un peligro. El sujeto interpreta siempre lo que le sucede desde su cultura, sus proyectos y sus necesidades; por eso una misma situación desencadena sentimientos diferentes en diferentes personas.

Los puristas señalan que la soledad no es un sentimiento, sino una situación real –el hecho de estar solo– que para unas personas es fuente de satisfacción y para otras causa de horror. Como sentimiento, la soledad se ha convertido en un tipo de tristeza. Es la percepción de una ausencia, de algo que debería estar pero no está. El Diccionario de autoridades ya decía: “Se toma particularmente por orfandad o falta de aquella persona de cariño o que puede tener influjo en el alivio y consuelo”.

En circunstancias normales, los humanos necesitamos compañía, comunicación y ayuda. Por eso, la soledad se vive como carencia, abandono, incomunicación o desamparo. Es, pues, la experiencia de echar en falta. Los neurólogos conocen muy bien lo que llaman miembro fantasma. Personas a las que se les ha amputado un brazo o una pierna experimentan dolor en el miembro que ya no tienen. Al parecer, tenemos una imagen de nuestro propio cuerpo íntegro, y cuando falta una parte, el cerebro detecta esa falta mediante el dolor. Algo parecido sucede en la soledad. El mapa de sociabilidad que tiene una persona grita al estar incompleto. El sentimiento de duelo es un caso bien conocido. La desaparición de una persona produce en alguien la ruptura de un apego, de un vínculo cuya profundidad tal vez no sospechaba. No es raro que la quiebra de una relación que se consideraba aburrida o molesta provoque un vivo sentimiento de soledad. Marcel Proust lo cuenta muy bien en el último tomo de En busca del tiempo perdido. Al llegar a casa, el protagonista se entera de que Albertine, su amante, ha huido. Durante cientos de páginas nos ha dicho que no puede aguantarla, pero al comprobar que se ha marchado siente una tristeza insoportable, que le desconcierta. Se siente solo cuando esperaba sentirse liberado. La esencia de la soledad es echar en falta una relación deseada. No es una cuestión física, pues uno se puede sentir solo en medio de la multitud, y no hay nada más doloroso que la soledad de dos en compañía. Hace unas décadas tuvo gran éxito el libro de David Riesman La muchedumbre solitaria, en el que criticaba la incomunicación de las grandes ciudades. Poco después, Robert Putnam, otro sociólogo, publicó un trabajo que tuvo gran repercusión titulado Bowling Alone, algo así como “jugando a los bolos solo”. Se está generalizando un recelo ante la convivencia, un miedo al compromiso, una escuela de desconfianza, que busca la soledad como un refugio.(continuará)

Sueños

Para realizar un gran sueño, lo primero que hace falta es una gran aptitud para soñar; luego, persistencia, que es la fe en el sueño de uno.
Hans Selye