domingo, 28 de octubre de 2007

El azar


Estamos pensando intensamente en alguien y esa persona, de repente, aparece entre la muchedumbre. Los racionalistas explican este prodigio a través de la ecuación contraria al virtual misterio de la aparición. No surge aquella persona porque nuestro pensamiento la evoca con mucha fuerza sino que la persona se halla previamente allí y sólo es nuestra extremada alerta quien la detecta.
De este modo, el mundo se desencanta y en su continuación mostrará una sucesión de secuencias con mediocre entusiasmo para los seres humanos. Como le sucede a los mismos animales, se come y se complace en los campos donde hay pasto, se ayuna y se pena en los territorios estériles o ralos. El mundo y la vida que discurre en el interior de ese universo se comporta como un simple artilugio mecánico y en absoluto como un sortilegio.
La casualidad, la serendipity, constituía en el ámbito de la fe el último y más socorrido reducto para creer en la intervención mágica. Pero si la casualidad, la coincidencia, lo fortuito pierden su naturaleza milagrosa ¿qué nos queda esperar? ¿tan sólo el resultado de la concatenación entre la actuación y el resultado, el encadenamiento entre la siembra y la cosecha, la hoz y el grano, la esforzada carrera y la anticipada meta?
Sin azar la vida pierde gran parte de su mejor interés. Negar, por tanto, las explicaciones lógicas, la concatenación causa-efecto, la ordinaria relación espacio-tiempo, se convierte así en un afán imprescindible para defender el superior valor de la vida y lo que es más decisivo: su irracionalidad y su sinsentido.
Vicente Verdú