martes, 19 de mayo de 2009

Cuestión de actitud

Una mujer muy sabia se despertó un mañana,
se miro al espejo,
y notó que tenía solamente tres cabellos en su cabeza.
'Hmmm' pensó, 'Creo que hoy me voy a hacer una trenza'.
Así lo hizo y pasó un día maravilloso.

El siguiente día se despertó,
se miró al espejo
y vio que tenía solamente dos cabellos en su cabeza.
'Hmmm' dijo,
'Creo que hoy me peinaré de raya en medio'
Así lo hizo y pasó un día grandioso.

El siguiente día cuando despertó,
se miró al espejo y notó
que solamente le quedaba un cabello en su cabeza.
'Bueno' dijo, 'ahora me
voy a hacer una cola de caballo.'
Así lo hizo, y tuvo un día muy, muy divertido.

A la mañana siguiente cuando despertó,
corrió al espejo y enseguida notó
que no le quedaba un solo cabello en la cabeza.
'Qué bien!' Exclamó.
'Hoy no voy a tener que peinarme!'


Tu actitud es todo.

Siempre se bondadoso,
porque cada persona que te encuentres

está peleando alguna clase de batalla

La vida no es esperar a que la tormenta pase...
ni es abrir el paraguas para que todo resbale...

Es aprender a bailar bajo la lluvia.

lunes, 18 de mayo de 2009

In memoriam

"No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino

y te salvas
entonces
no te quedes conmigo"

Mario Benedetti

domingo, 17 de mayo de 2009

Tributo

Antonio Vega con Ketama

Antiguos amigos

A ciertos antiguos amigos no los deseamos ver más, pero otro puñado de ellos no los vemos aunque deseemos llegar a verlos. Ni han muerto, ni se encuentran incomunicados, ni viven en lugares remotos ni han sido ingresados en un frenopático desde el que no nos reconocerán. En general, son, simplemente, amigos que viven en la misma ciudad, a una o dos paradas de metro, a media hora de coche o, incluso a doscientos metros de nuestro portal. Existen, entran y salen de nuestra memoria, se agudiza su recuerdo de vez en cuando y apuntamos incluso su nombre en la agenda para llamarlos después. No los telefoneamos, sin embargo. Pasan los días y llegan a pasar, sin quererlo, tantos meses que parecen pasajes archivados sin que por ello, no obstante, pueda decirse que se están borrando activamente de nuestras vidas. Más bien han quedado en ella, momentáneamente pero indefinidamente como figuras paralizadas, figuras que no ganan ni pierden visibilidad ni tampoco emotividad. Están y están estancados o como embalsamados en la última memoria estabularia que conservamos de ello. ¿Por qué no les llamamos y conversamos? ¿Qué barrera -supuestamente de conveniencia- conserva la prolongación de este silencio? ¿Qué clase de secreta pereza mezclada con el miedo de la indolencia ha ido creciendo entre nosotros y ellos? O, lo que es más misterioso todavía: ¿qué sentimiento, probablemente recíproco, es éste que impone a cada parte quedar atado e invariable en un punto de la historia sin que desde el otro nazca una iniciativa que los anime en la vida y entre la peripecia de los dos?
Vicente Verdú

martes, 12 de mayo de 2009

Eu sei que vou te amar

'Eu sei que vou te amar,
Por toda a minha vida eu vou te amar,
A cada despedida, eu vou te amar,
Desesperadamente, eu sei que vou te amar.

E cada verso meu será
Pra te dizer, que eu sei que vou te amar,
Por toda a minha vida.

Eu sei que vou chorar,
A cada ausência tua eu vou chorar,
Mas cada volta tua há de apagar
O que essa tua ausência me causou.

Eu sei que vou sofrer
A eterna desventura de viver
À espera de viver ao lado teu,
Por toda a minha vida.

Eu sei que vou te amar,
Por toda a minha vida eu vou te amar,
A cada despedida, eu vou te amar,
Desesperadamente, eu sei que vou te amar.

E cada verso meu será
Pra te dizer, que eu sei que vou te amar,
Por toda a minha vida.

Eu sei que vou chorar,
A cada ausência tua eu vou chorar,
Mas cada volta tua há de apagar
O que essa tua ausência me causou.

Eu sei que vou sofrer
A eterna desventura de viver
À espera de viver ao lado teu,
Por toda a minha vida.'

domingo, 10 de mayo de 2009

Sentido

Siempre está la vía de la facilidad, aunque me repugne seguirla. No tengo hijos, no veo la televisión y no creo en Dios, todas esas sendas que recorren los hombres para que la vida les sea más fácil.

Los hijos ayudan a diferir la dolorosa tarea de hacerse frente a uno mismo, y los nietos toman después el relevo. La televisión distrae de la extenuante necesidad de construir proyectos a partir de la nada de nuestras existencias frívolas; al embaucar a los ojos, libera al espíritu de la gran obra del sentido. Dios, por último, aplaca nuestros temores de mamíferos y la perspectiva intolerable de que nuestros placeres un buen día se terminan.

Por ello, sin porvenir ni descendencia, sin píxeles para embrutecer la cósmica conciencia del absurdo, en la certeza del final y la anticipación del vacío, creo poder decir que no he elegido la vía de la facilidad.
"La elegancia del erizo". Muriel Barbery

viernes, 1 de mayo de 2009

El efecto Pigmalión

¿De qué manera pueden verse alterados nuestros comportamientos a partir de las creencias que tienen los demás sobre nosotros? ¿Las expectativas favorables que sobre nosotros tiene nuestro entorno de afectos y amistades pueden llevarnos a llegar más allá de lo que esperamos? O, por el contrario, ¿cuántas veces ni lo hemos intentado o nos ha salido mal, movidos por el miedo al fracaso que otros nos han transmitido, por su falta de confianza o por su invitación a la resignación y al abandono?

No es descabellado afirmar que en cada día de nuestras vidas suceden actos porque, consciente o inconscientemente, estamos respondiendo a lo que las personas que nos rodean esperan de nosotros, para lo bueno y para lo malo. Lo que los demás esperan de uno puede desencadenar un conjunto de acciones que nos lleven mucho más allá de lo que podemos imaginar, en lo mejor y en lo peor. Este principio de actuación a partir de las expectativas de los demás se conoce en psicología como el efecto Pigmalión.


Tan curioso nombre nace de la leyenda de Pigmalión, antiguo rey de Chipre y hábil escultor. En sus Metamorfosis, Ovidio recreó el mito y nos contó que Pigmalión era un apasionado escultor que vivió en la isla de Creta. En cierta ocasión, inspirándose en la bella Galatea, Pigmalión modeló una estatua de marfil tan bella que se enamoró perdidamente de la misma, hasta el punto de rogar a los dioses para que la escultura cobrara vida y poder amarla como a una mujer real. Venus decidió complacer al escultor y dar vida a esa estatua, que se convirtió en la deseada amante y compañera de Pigmalión.


Como en la leyenda, el efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otro individuo afectan de tal manera a su conducta que el segundo tiende a confirmarlas. Un ejemplo sumamente ilustrativo del efecto Pigmalión fue legado por George Bernard Shaw, quien en 1913 escribió, inspirado por el mito, la novela Pigmalión, llevada al cine en 1964 por George Cukor bajo el título My fair lady. En esta cinta, el narcisista profesor Higgins (Rex Harrison) acaba enamorándose de su creación, Eliza Doolittle (Audrey Hepburn), cuando consigue convertir la que es al inicio de la historia una muchacha desgarbada y analfabeta del arrabal en una dama moldeada a las expectativas fonéticas, éticas y estéticas del peculiar Higgins.


En el terreno de la psicología, la economía, la medicina o la sociología, diversos investigadores han llevado a cabo interesantísimos experimentos sobre el efecto Pigmalión. Uno de los más conocidos es el que llevaron a cabo en 1968 Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, bajo el título Pigmalión en el aula. El estudio consistió en informar a un grupo de profesores de primaria de que a sus alumnos se les había administrado un test que evaluaba sus capacidades intelectuales. Luego se les dijo a los profesores cuáles fueron, concretamente, los alumnos que obtuvieron los mejores resultados. Los profesores también fueron advertidos de que esos alumnos serían los que mejor rendimiento tendrían a lo largo del curso. Y así fue. Ocho meses después se confirmó que el rendimiento de estos muchachos especiales fue mucho mayor que el del resto. Hasta aquí no hay nada sorprendente. Lo interesante de este caso es que en realidad jamás se realizó tal test al inicio de curso. Y los supuestos alumnos brillantes fueron un 20% de chicos elegidos completamente al azar, sin tener para nada en cuenta sus capacidades. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Cómo era posible que alumnos corrientes fueran los mejores de sus respectivos grupos al final del curso? Muy simple, a partir de las observaciones en todo el proceso de Rosenthal y Jacobson se constató que los maestros se crearon tan alta expectativa sobre esos alumnos que actuaron a favor de su cumplimiento. De alguna manera, los maestros convirtieron sus percepciones sobre cada alumno en una didáctica individualizada que les llevó a confirmar lo que les habían avisado que sucedería.


Muchos otros estudios similares han confirmado en los últimos años la existencia de este efecto que, por otro lado, es de puro sentido común. Sin duda, la predisposición a tratar a alguien de una determinada manera queda condicionada en mayor o menor grado por lo que te han contado sobre esa persona.

Incluso hablando de nuestra propia salud, el efecto Pigmalión se manifiesta en el también conocido efecto placebo: hay quien cree obtener del medicamento lo que necesita obtener cuando en realidad se trata de una pastilla de almidón, sin principios activos. ¿Por qué cura entonces, en determinados casos, un caramelo inocuo? Simplemente porque el médico dice que así será; porque alguien en quien creemos asegura que nos hará bien y porque deseamos curarnos.


Y claro, ¡cómo no! Volviendo al mito, Pigmalión también hace de las suyas en casos de enamoramiento. No son pocos los celestinos y celestinas que han generado tórridas pasiones entre personas que, de entrada, no parecían tener química. En algunos casos ha bastado que el celestino en cuestión susurre al oído de las víctimas la insinuación del deseo del otro para que la mirada y el lenguaje del cuerpo cambien radicalmente la expresión que propiciará una primera aproximación.


Incluso si analizamos las biografías de grandes genios, mujeres y hombres que a lo largo de la historia han hecho enormes aportaciones a la humanidad, veremos que en muchos casos hubo una persona que tuvo una fuerte esperanza depositada en ellos. Y es que Pigmalión tiene una explicación científica: hoy sabemos que cuando alguien confía en nosotros y nos contagia esa confianza, nuestro sistema límbico acelera la velocidad de nuestro pensamiento, incrementa nuestra lucidez y nuestra energía, y en consecuencia, nuestra atención, eficacia y eficiencia.
Las profecías tienden a realizarse cuando hay un fuerte deseo que las impulsa. Del mismo modo que el miedo tiende a provocar que se produzca lo que se teme, la confianza en uno mismo, aunque sea contagiada por un tercero, puede darnos alas.
Álex Rovira Celma