sábado, 13 de septiembre de 2008

La Trova

Consumo


Compró un televisor de plasma. Compró un dvd. Compró un aparato de música y un ordenador de última generación. Compró un ipod y una wii. Compró un nuevo auto. Compró unos zapatos, varios pares de pantalones, algunas camisas. Compró muebles de diseño, librerías de nogal, libros para llenarlas. Compró una cámara digital de fotos y otra de vídeo. Compró un viaje a Cancún y, en Cancún, compró una hora con una prostituta llamada Lía.
Al volver, abrió un fotolog dedicado a las fotos que había sacado durante el viaje. Dio paseos por la ciudad en su nuevo auto mostrando su bronceado, vestido con aquellas camisas, aquellos pantalones, escuchando canciones en su ipod y sentándose en las terrazas a jugar con su wii. También veía, de vez en cuando, su reportaje de Cancún en el plasma, reproducido en dvd, disfrutando del pulcro decorado de sus nuevos muebles, de sus nuevos libros.
Cuando comenzó a aburrirse y a tener ganas de ir de compras y a preguntarse qué le apetecía en esta ocasión, pensó que, de todas las cosas que había adquirido en los últimos tiempos, aquella hora de amor mercenario en Cancún era lo más memorable, pues lo que había comprado había sido tiempo. Tiempo y carne. Una carne y un tiempo únicos. El tiempo y la carne de Lía. Reflexionó un instante sobre el hecho de que todas las demás cosas podía disfrutarlas una y otra vez; los placeres que provocaban eran nuevamente reproducibles. Lía, en cambio, estaba lejos, en Cancún. Y, aunque comprase otro viaje, aunque volviese a encontrarla, aunque volviese a comprar otra hora (o cien horas) de placer con ella, aquello que había comprado y que fue suyo sólo durante sesenta minutos sería, para siempre, irrepetible.
Buscó su tarjeta de crédito. La observó atentamente. No se reconoció a sí mismo en el nombre del titular.
Alexis Ravelo