lunes, 22 de septiembre de 2008

Niño

Sigo en la oscuridad sin rostro. Sufre
el niño solitario que palpita en mis ojos,
perdido en la espiral de la congoja.
Él nada pide, escucha un porvenir desnudo.
Está oscuro y ausente y ya no me sonríe.
No sé cómo inducirlo a la alegría.
Con mis lágrimas calla y no puede dormir.
Parte soy de la niebla que no me ama.
Un latido delgado me anuda a lo que vivo,
ya no sabe si soy lo que aún soy
o soy lo que me niega tercamente.
Es tan raro el amor por uno mismo
que en su frontera tiembla con su envés
y a veces se intercambia o se suprime.
¿Cómo entender entonces la súbita piedad,
la sinrazón de un odio que a veces se conmueve
mostrándome su helada transparencia?
Justo Jorge Padrón

domingo, 21 de septiembre de 2008

La carencia

La creación nace de la carencia. La sentencia es y no es una mera obviedad. Lo es en cuanto, acaso, prácticamente toda invención y producción, responde a una demanda pujante. Pero no lo es en la medida en que más complejamente la tensión del desear algo sin la respuesta precisa conduce, más tarde o más temprano, a fabricar cualquier suerte de sucedáneo que aplaque la ansiedad de la insatisfacción. La creación no sería así otra cosa que este sucedáneo producido. El objeto deseado no se obtiene y en su lugar la creación ofrece un elemento de distracción.
Los seres humanos no son esos dioses que pueden tenerlo todo y en su lugar construyen remedos de poder. Remedos nacidos de su déficit de poder. Es así como la creación nace expresamente de la carencia. Y se abastece, además, golosamente de ella. Los pintores, los escritores, los arquitectos realizan sus obras mejores entre marcados límites, en las fisuras, en las coerciones que les fija el tiempo, la vista, la necesidad o la salud. De la carencia emerge la obra, de la ausencia intangible se alza el imago de la presencia, del vacío se obtienen los volúmenes de la escultura, de la memoria insuficiente se hila la narración.

Vicente Verdú

El otoño se acerca


El otoño se acerca con muy poco ruido:

apagadas cigarras, unos grillos apenas,

defienden el reducto

de un verano obstinado en perpetuarse,

cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.

Se diría que aquí no pasa nada,

pero un silencio súbito ilumina el prodigio:

ha pasado

un ángel

que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre

Ángel González

sábado, 13 de septiembre de 2008

La Trova

Consumo


Compró un televisor de plasma. Compró un dvd. Compró un aparato de música y un ordenador de última generación. Compró un ipod y una wii. Compró un nuevo auto. Compró unos zapatos, varios pares de pantalones, algunas camisas. Compró muebles de diseño, librerías de nogal, libros para llenarlas. Compró una cámara digital de fotos y otra de vídeo. Compró un viaje a Cancún y, en Cancún, compró una hora con una prostituta llamada Lía.
Al volver, abrió un fotolog dedicado a las fotos que había sacado durante el viaje. Dio paseos por la ciudad en su nuevo auto mostrando su bronceado, vestido con aquellas camisas, aquellos pantalones, escuchando canciones en su ipod y sentándose en las terrazas a jugar con su wii. También veía, de vez en cuando, su reportaje de Cancún en el plasma, reproducido en dvd, disfrutando del pulcro decorado de sus nuevos muebles, de sus nuevos libros.
Cuando comenzó a aburrirse y a tener ganas de ir de compras y a preguntarse qué le apetecía en esta ocasión, pensó que, de todas las cosas que había adquirido en los últimos tiempos, aquella hora de amor mercenario en Cancún era lo más memorable, pues lo que había comprado había sido tiempo. Tiempo y carne. Una carne y un tiempo únicos. El tiempo y la carne de Lía. Reflexionó un instante sobre el hecho de que todas las demás cosas podía disfrutarlas una y otra vez; los placeres que provocaban eran nuevamente reproducibles. Lía, en cambio, estaba lejos, en Cancún. Y, aunque comprase otro viaje, aunque volviese a encontrarla, aunque volviese a comprar otra hora (o cien horas) de placer con ella, aquello que había comprado y que fue suyo sólo durante sesenta minutos sería, para siempre, irrepetible.
Buscó su tarjeta de crédito. La observó atentamente. No se reconoció a sí mismo en el nombre del titular.
Alexis Ravelo

jueves, 11 de septiembre de 2008

Sabiduría

La sabiduría... no proviene del exterior.
Nace de la naturaleza íntima.
Minero de uno mismo o buzo, da igual.
Lo importante es mirar hacia adentro.
Cuanto más hondo, más alto.
Cuanta más oscuridad, más luz.
Cuanto más hondo es el abismo, más alta es la visión.
A la alegría sin objeto se llega desde un viaje que nace,
a menudo, desde el miedo sin objeto.
Los libros, ayudan.
Pero es en la propia alma donde está todo escrito.
Sólo se requiere paciencia y perseverancia para leer.
Coraje.
Y vencer a unos cuantos dragones.
O mejor que vencerlos, convencerlos: vencer con
El Dragón no está afuera, está adentro.
A menudo el primero es el de la duda.
Luego viene el del miedo.
Le sigue el de la rabia.
El cuarto, acostumbra a ser el de la culpa.
Finalmente, nos encontramos
frente a un dragón pacífico: el de la verdad.
No hay vuelta atrás.
Entonces, todo tiene Sentido.
Álex Rovira

lunes, 1 de septiembre de 2008

Secretos

Aunque contara todos mis secretos, si los hubiera, o dado que los hay, no acabaría de decir lo que oculto, a pesar de que no lo esconda. No es solo reserva o sigilo, ni basta con que deseemos que no lo conozcan los demás para que algo llegue a ser nuestro secreto.
El más magnífico de ellos no es el que hurtamos a la mirada ajena, sino aquel que, estando a la vista, no nos es visible ni siquiera a nosotros mismos. Nada por tanto menos adecuado que decir que uno no tiene secreto alguno. En tal caso, además de ser el secreto del que uno no dispone de noticias, constituiría a su vez el secreto del secreto mismo. No es que no se lo digamos a los demás, es que no nos lo decimos ni a nosotros mismos.Fue Sócrates quien escuchó de Teeteto que hay quienes creen que solo existe o solo es real lo que se puede ver con los ojos o agarrar con las manos. A lo que respondió: "¿De verdad que hay gente tan obstinada y repelente?". Considerar que lo que hay se agota en lo visible es tan simple como estimar que el otro es lo que vemos de él. Incluso cuando se nos desvela, no se revela. Si se nos mostrara por dentro, no daríamos con su interior, si nos contara cuanto sabe de sí mismo, no nos ofrecería sino el relato de quien es, pero él siempre se mantendría intacto. No escondido en otra parte, en lugar alguno, esperando la ocasión de aparecer en escena. Los otros son un enigma para sí mismos. Dicho todo, quedan por decir. Por eso es tan importante no querer agotar la palabra de los demás, escudriñando su verdad, como si hubiéramos de nadar en las aguas de su intimidad, hasta contemplar su rostro, su nombre. Este gesto idolátrico por exceso de objetivación y de malentendido interés solo desea poseer al otro, atrapar su secreto, tenerlo. Pero la inaccesibilidad del secreto se opone a una diabólica toma de posesión con afán de captar al otro.Hay tantas cosas de qué avergonzarnos, tantas cosas mal hechas, tantos asuntos para sentirnos culpables, que deseamos liberarnos de ellos confesando su existencia, en la confianza de recibir de alguien un abrazo comprensivo, liberador. Pero nadie se desahoga del secreto que le constituye. Si nos desprendiéramos de él, pronto comprobaríamos que nos despedimos de nosotros mismos. Es cierto que hay cosas que no contamos, asuntos que no desvelamos, cautelosos, celosos de preservar algún reducto en el que lamer nuestras propias debilidades o goces. Y no deja de ser espléndido compartir esos cada vez más minúsculos retazos, pero el secreto de nuestra singularidad late a menudo en la intemperie, en la superficie. No se oculta, es el mejor guardado aunque esté al alcance de todos. Pero jamás se tomará. Solo se mostrará cuando haciéndose él patente ya no estemos ni para ocultarlo.
Ángel Gabilondo