lunes, 5 de noviembre de 2007

La ternura (II)


El endurecimiento es un déficit de ternura. Pero también puede haber un exceso, igualmente peligroso. El ablandamiento que produce se convierte entonces en ternurismo y sensiblería. Hundida en ese almíbar, la realidad se vuelve empalagosa. Todos los sentimientos, incluso el amor, pueden ser inteligentes o estúpidos, y la ternura no se libra de esta dura posibilidad. Por eso es imprescindible una educación emocional.

Lo que introduce reciedumbre en la ternura es su relación con el cuidado, que es una relación real, exigente y costosa. Sin ese anclaje en la acción, sin su capacidad para soportar los trabajos del cuidado, la ternura no es más que un estremecimiento superficial, una emoción algodonosa y, con frecuencia, fullera.

Sobrevivimos gracias a la ternura, que es un sentimiento maternal. Incluso sabemos que está relacionada con una hormona especial –la oxitocina– cuyos niveles aumentan, por ejemplo, en el momento de la lactancia.Los pediatras saben que en el origen de muchos trastornos infantiles hay un déficit de ternura, y Spitz estudió las dermatitis rebeldes que sufren los bebés que no son acariciados. Parece que hasta la piel necesita ser cálidamente acogida para desarrollarse bien.
Pero la ternura no se detiene en el ámbito maternal, inicia una expansión, una colonización de otros territorios. Se amplía, en primer lugar a los padres, que en todas las sociedades conocidas suelen sentirse enternecidos por sus bebés, y después a los humanos con una sensibilidad no degradada. Todos nos sentimos dulcificados, aunque sea momentáneamente, por la presencia de un bebé. Es, posiblemente, una protección que la naturaleza concede a un ser tan indefenso, una especie de ángel de la guarda biológico.

Por eso nos resultan tan inhumanos, tan repugnantes, tan contrarios a las más profundas raíces biológicas y morales, los asesinatos de niños pequeños que abundaron durante el horror nazi o en las guerras raciales. Estos hechos nos advierten de que el odio elimina todo sentimiento de cuidado. Y que es muy fácil inducir el odio culturalmente. La cultura, que nos humaniza, también puede deshumanizarnos.

El carácter expansivo de la ternura no termina aquí. Se ha transferido a las relaciones sexuales, gracias al influjo femenino. El sexo es brusco, y rodearlo de ternura ha sido una operación difícil y transfiguradora. Supone un salto cualitativo en nuestras relaciones. Los enamorados se aniñan de alguna manera, experimentan una deliciosa regresión infantil sin dejar de ser adultos, porque la ternura se dirige a lo pequeño, y para disfrutar de ella hay que empequeñecerse un poco. ¿Por qué, si no, utilizan tantos diminutivos para hablarse? Las caricias y los besos forman parte de esta estrategia. Entre los wiru de Papúa-Nueva Guinea, los enamorados se alimentan boca a boca, como hacen con los niños, e incluso tienen una palabra para expresarlo: yanku-peku. (continuará)

José Antonio Marina