martes, 27 de noviembre de 2007

Equilibrio

Érase una vez un hombre cuya vida juzgaba de auténtico desastre. Cuando pasaba demasiado tiempo en el trabajo, su familia se lo reprochaba. Cuando se limitaba estrictamente a la duración de su jornada laboral, su carrera profesional se resentía. Delegaba en sus empleados y éstos no hacían más que equivocarse. Decidía supervisarlos y entonces el trabajo salía demasiado despacio.
Su vida era un continuo ir y venir de decisiones, una especie de péndulo que nunca hallaba el lugar exacto... Decidir para rectificar después parecía su sino y eso, desde luego, no podía ser.
El hombre deseaba hallar el equilibrio en su vida. Equilibrio entre trabajo y familia, equilibrio entre tiempo solo y tiempo con los demás, equilibrio entre el ocio y el estudio...
Pero no sabía cómo hacerlo. Por eso, decidió ir a ver a un experto en equilibrio. ¿Y cuál es el profesional que más sabe de equilibrio? ¡Por supuesto!: un trapecista.
Pidió referencias en varios circos y por fin dio con un artista de renombre internacional, que caminaba sobre una cuerda a cuarenta metros de altura sin red de protección. Se decía que jamás se había caído una sola vez en veinte años de actuaciones en público. Se fue a verlo al circo.
Compró la entrada, se sentó en la grada y levantó la vista hacia el techo de la carpa. Fue increíble. El trapecista demostró un absoluto dominio del equilibrio. Decididamente, era, como le habían dicho, el mejor equilibrista del mundo. Si alguien sabía cómo ayudarle a tener una vida equilibrada, sin duda, aquel artista era su hombre.
El día en que el circo debía partir hacia otra ciudad,nuestro protagonista se dirigió hasta el camerino de los actores del circo y preguntó por el célebre equilibrista. Este último lo recibió amablemente y, juntos, fueron a tomar un té. Tras explicarle su problema, le preguntó:
¿Cuál es el secreto? ¿Cómo puedo alcanzar el equilibrio?
El equilibrista meditó unos segundos. Después le respondió: ¿Equilibrio? No sé de qué me habla. Cuando estoy arriba, sobre la cuerda, lo único que intento es no estar nunca en equilibrio. Lo único que hago es dejarme caer un poco a la derecha y, cuando veo que ya es suficiente, me dejo ir hacia la izquierda. Y cuando ya basta, me inclino de nuevo hacia la derecha. Nadie puede estar en equilibrio: sería una posición demasiado incómoda y rígida.
¿Por tanto...? inquirió el hombre.
Por tanto, el equilibrio consiste en pasar constantemente por él, pero... no cometa la imprudencia de quedarse demasiado tiempo en él...

Fernando Trías de Bes