martes, 28 de abril de 2009

Pistas de supervivencia


De verdad que cada día se hace más difícil aguantar tanta palabrería irrelevante; casi nadie está hablando de las cosas que interesan a la gente de la calle, es decir, a la gran mayoría. Se les sueltan rollos ideológicos y divisorios sin cesar. Se cambian los ministros por razones incomprensibles. No se consigue el trabajo por motivos de edad: si es demasiado joven, se asume que el candidato será indisciplinado y, si es demasiado viejo, se lo rechaza porque sabe demasiado. “¿Por qué no te callas?”, creo que le dijo el Rey al presidente de un país amigo. Y yo añadiría: “¿Por qué no hablamos de cosas que realmente importan en la vida cotidiana de la gente?”. Quiero decir cosas menos grandilocuentes y opacas, pero fundamentales para andar por casa.

Me encuentro mucha gente que está angustiada porque pierde la memoria. En el discurso colectivo imperante ¿hay alguien que nos recuerde lo último que se ha descubierto en este campo y que podría sosegarnos? En diversos experimentos se ha demostrado que la gente pierde unos 55 minutos todos los días intentando recordar dónde ha dejado un objeto o un número de móvil. Casi una hora de tiempo de las ocho que uno invierte en trabajar es mucho tiempo. Ahora hemos descubierto que la razón de estos agujeros en la memoria tiene poco que ver, en promedio, con la edad o el grado de concentración.

Se trata de que, al contrario de los ordenadores, que tienen un sistema de archivo codificado, el nuestro es puramente contextual; es decir, tenemos tendencia a recordar un hecho determinado en función del contexto en que se produjo. Por ello recordamos mejor las cosas que nos han ocurrido en sitios inolvidables que en entornos rutinarios o aburridos. “No me acuerdo para nada de lo que desayuné ayer” –¡menos mal!–. ¿Por qué no intenta profundizar en el concepto del contexto en el que se produjo el hecho olvidado, en lugar de musitar que se olvida de todo porque se hace viejo o, lo que es peor, escuchar las sandeces que le están soltando en la tele?

Otro ejemplo. La persona a la que querías como novio ha dejado de hacerte caso porque ha salido con otra más guapa que tú. En lugar de sumirte en la tristeza y el resquemor infundado, ¿por qué no analizas el descubrimiento cien veces comprobado de que los más guapos lo tienen más fácil a la hora de encontrar trabajo y como amantes? De entrada, es cierto, lo tienen más fácil. Pero tú, que eres algo menos agraciada que la amiga de tu novio, tienes una ventaja enorme sobre ella: las enfermedades sufridas por tus antepasados afectaron tu metabolismo dejando unas huellas que aumentaron por encima del promedio el nivel de fluctuaciones asimétricas en tu rostro y tu cuerpo. A pesar de ello, tus predecesores y tú misma salisteis adelante. A tu competidora más agraciada le falta probarlo.

Una última pista para solventar los problemas importantes de la vida cotidiana mucho más relevante que los rollos ideológicos y odios de clanes. La necesidad de sobrevivir por encima de todo excluye apostar por las soluciones perfectas y a toda prueba. Si alguien ofrece soluciones utópicas e inexpugnables, es que no conoce los recovecos del cerebro interesado, sobre todo, en sobrevivir. Elige la opción que mejora las cosas, pero no las resuelve para siempre. Déjale al cerebro un poco de libertad. Te sentirás mejor y, sobre todo, no habrás puesto atención en lo que decía la radio mientras cavilabas.

lunes, 27 de abril de 2009

Construirse

(...) Así se construye papá cada día. Digo "se construye" porque pienso que, cada vez es una nueva construcción, como si por la noche todo se hubiera reducido a cenizas y tuviera que volver a empezar desde cero. Así vive su vida un hombre, en nuestro universo: tiene que reconstruir sin cesar su identidad de adulto, ese ensamblaje inestable y efímero, tan frágil, que reviste la desesperanza y, a cada uno ante el espejo, cuenta la mentira que necesitamos creer.
Para papá, el periódico y el café son las varitas mágicas que lo transforman en hombre importante. Como la calabaza que se convierte en carroza. Obsérvese que le produce una gran satisfacción: nunca lo veo tan tranquilo y relajado como ante su café de las seis de la mañana.
Pero ¡alto es el precio que tiene que pagar! ¡Alto es el precio cuando se lleva una doble vida! Cuando caen las máscaras, porque sobreviene una crisis - y, entre los mortales, siempre hay momentos de crisis-, ¡la verdad es terrible!
"La elegancia del erizo" Muriel Barbery

domingo, 19 de abril de 2009

Ritual


"(El arte del té...) Cuando deviene ritual, constituye la esencia de la aptitud para ver la grandeza de las pequeñas cosas.

¿Dónde se encuentra la belleza? ¿ En las grandes cosas que, como las demás, están condenadas a morir, o bien en las pequeñas que, sin pretensiones, saben engastar en el instante una gema de infinitud?

El ritual del té, esa repetición precisa de los mismos gestos y de la misma degustación, este acceso a sensaciones sencillas, auténticas y refinadas, esta licencia otorgada a cada uno, sin mucho esfuerzo, para convertirse en un aristócrata del gusto, porque el té es la bebida de los ricos como lo es de los pobres, el ritual del té, pues, tiene la extraordinaria virtud de introducir en el absurdo de nuestras vidas una brecha de armonía serena.

Sí, el universo conspira a la vacuidad, las almas perdidas lloran la belleza, la insignificancia nos rodea. Entonces, tomemos una taza de té. Se hace el silencio, fuera se oye soplar el viento, crujen las hojas de otoño y levantan el vuelo, el gato duerme, bañado en una cálida luz. Y, en cada sorbo, el tiempo se sublima."
"La elegancia del erizo". Muriel Barbery

lunes, 13 de abril de 2009

Sólo una parte de la historia

Por favor, si oyen a un científico afirmar que lo que él ha demostrado es irrebatible; si ven que no vacila al enunciar los principios de la termodinámica o las bases genéticas de la conducta humana, pueden estar seguros de que se trata de un impostor, alguien tan dogmático como el que más y que, desde luego, no se atiene al método científico.La ciencia se caracteriza por cuestionar incluso principios tan básicos como la existencia de otra vida después de la muerte o la propia existencia divina. Pero por encima de todo, lo que caracteriza a la ciencia es que no para de cuestionarse a sí misma todo el rato. “Y decir digo donde dijo Diego.” Los ejemplos más recientes de lo que sugiero se han dado con dos órganos o mecanismos tan básicos de la existencia como el cerebro y el genoma.
El cerebro ha dejado de ser, repentinamente, el objeto más sofisticado del universo para convertirse en un subproducto bastante imperfecto de la evolución. Es más, creíamos que consumía nada menos que el 20 por ciento de la energía total disponible para profundizar en el conocimiento del mundo exterior, cuando acabamos de constatar que, con toda probabilidad, pasa casi todo el tiempo haciendo algo que nos ha hecho famosos a los humanos por hacerlo rematadamente mal: predecir el futuro.
El otro ejemplo del cuestionamiento constante de la ciencia de sus propios descubrimientos tiene que ver con el genoma, que comprende todo el material genético de los humanos. Ahora resulta que sólo el 1,2 por ciento forma genes; el resto es pura basura. Pero hay más. Si se hubiera querido confundir al personal respecto a los genes –esta especie de soporte intergeneracional del secreto de la vida–, difícilmente se habría hecho mejor. El viejo aforismo de “ADN hace ARN que hace proteínas” tampoco es lo que parecía. En otras palabras, el viejo principio de que el gen se servía de un esclavo/mensajero (el ARN) para hacer proteínas –el primer ladrillo de la vida– se ha derrumbado. El mensajero hace lo que quiere, o casi. De simple mensajero, nada de nada.
Peor aún. Antes se pensaba que el ADN era el único encargado de transmitir el secreto de la vida. Ahora se ve también que la llamada “epigenética” juega un papel fundamental. Existen sucesos en el ámbito biomolecular que no tienen nada que ver con la molécula del ADN propiamente dicha, pero que también codifican algunas características heredadas. Una dieta o un entorno determinado, no sólo los genes, pueden marcar el ADN durante varias generaciones; lo que constituye un verdadero sacrilegio en el debate biológico.
Un ejemplo irrebatible lo ofrece una especie de pulga del agua; cuando se ve amenazada por depredadores, le crece una especie de muralla defensiva que reaparece en sus descendientes si son fecundados en aquellos momentos de temor. Otro ejemplo increíble tiene que ver con las preferencias de las ratas a la hora de emparejarse: detestan hacerlo con machos cuyos abuelos fueron inoculados con un determinado fungicida. Las hembras parecían elegir pareja en función de una estructura epigenética, en lugar de por una diferencia genética.
Claro que los genes son muy importantes, pero los genes por sí mismos no hacen nada; se trata de una molécula profundamente relacional que sólo aporta algo en el contexto celular. Lo que convierte el ADN en una molécula viva es su dinamismo y sus interrelaciones. Como ha manifestado el médico y ensayista Lewis Thomas: “Mi hígado es mucho más listo que yo; preferiría pilotar un jumbo que dirigir mi propio hígado”. Tendría que atender a demasiadas variables. Los genes son sólo una parte de la historia.

domingo, 12 de abril de 2009

Neuronas creyentes

¿Qué le ocurrió a aquel antepasado humano que comenzó a creer en los dioses? ¿Por qué nuestra especie tiene esa especial tendencia a la fe religiosa? La ciencia, especialmente la neurología, ha entrado de lleno en la búsqueda de respuestas dentro del cerebro, que por el momento son muy complejas.
Mucho se ha avanzado desde que el anatomista Franz Gall, a principios del siglo XIX, dijera que había encontrado el órgano de Dios en el cuerpo, lo que le valió la condenación eterna. Ahora, muchos investigadores prestigiosos están convencidos de que las redes neuronales están detrás de esa tendencia a la espiritualidad, que es innata y que se ha repetido en todas la culturas y civilizaciones.
Si hace unos años, el biólogo americano Dean Hamer aseguraba haber hallado el gen de Dios, ahora investigadores del Instituto Nacional de Desórdenes Neurológicos en Bethesda (EEUU) han revelado las zonas del cerebro que se activan con la fe religiosa, que son las mismas que los humanos empleamos para comprender las emociones, los sentimientos y los pensamientos de los demás.
Este último trabajo, publicado recientemente en la revista Proceedings of the National Academy of Science (PNAS), sitúa el área religiosa en el lóbulo temporal y en el frontal, lo que indicaría, según el neurólogo Jordan Grafman, que juzgamos a Dios utilizando los mismos mecanismos que a otras personas y que, como creencias que se transmiten entre generaciones, entrarían en la memoria, la imaginación y la empatía.
Ahora bien, ¿por qué se cree en algo de lo que no existe constatación? Algunos científicos apuestan por la idea de que el cerebro está organizado para que podamos creer.
Otras hipótesis defienden que la religión surgió como una adaptación evolutiva que hizo que los genes que la facilitaban se transmitieran y prosperaran: habría ayudado a formar grupos sociales cohesionados y a proporcionar consuelo en las desgracias. Así lo cree el psiquiatra Francisco J. Rubia, autor del libro 'La conexión divina'.
«El origen de la espiritualidad, que no de Dios, fue multifactorial. Influyeron los sueños, en los que el individuo viajaba sin mover el cuerpo, dando lugar a la idea del alma, y también la predisposición a la dualidad, porque el cerebro está organizado para ver el contraste, como es la luz y la oscuridad, lo finito y lo eterno, lo real y lo imaginario. Todo ello unía al grupo», argumenta.
Sin embargo, algunos antropólogos, como Scott Atran, de Michigan, consideran que «religiones que hablan de paraísos tras la muerte no hacen mucho por la supervivencia en el aquí y ahora».
Paul Bloom, psicólogo de Yale, busca la explicación fisiológica. Argumenta que el cerebro tiene dos sistemas cognoscitivos: uno se encarga de las cosas vivas y otro de las muertas, uno se ocupa de la mente y otra de los aspectos físicos (el dualismo del que habla Rubia). Sería la explicación de por qué abandonamos el cuerpo en los sueños o en proyecciones astrales. Es la misma dualidad que prepara al cerebro para conceptos como la eternidad, la vida después de la muerte. Y añade que pensar en experiencias al margen del cuerpo, espirituales, «está a un paso de la creación de los dioses».
Pero, ¿bastan esos dioses para dar lugar a la religión? Deborah Kelemen, de la Universidad de Arizona, añade a este cóctel el sentido de la causa-efecto, es decir, buscar un propósito o un diseño para todo, algo que surgió por mera supervivencia (un ruido puede ser un depredador) y que el cerebro extrapola a lo demás: todo tiene un porqué.
«La religión es un artefacto ineludible del cableado de nuestro cerebro», asegura Bloom en la revista 'New Scientist'. Incluso los ateos y agnósticos tendrían tendencia a pensar en lo sobrenatural. Según Rubia, en estos casos la espiritualidad innata se deriva hacia otras cuestiones, como la naturaleza. «Siempre se buscará porque produce endorfinas, y por tanto placer, pero las experiencias místicas pueden no ser religiosas», asegura.
De hecho, Atran lo llama «la tragedia de la cognición»: «Los seres humanos pueden anticipar el futuro y concebir su propia muerte. Cuando los procesos naturales del cerebro nos dan una salida, la cogemos, claro», argumenta.
Luego, ¿la religión es un subproducto de la evolución del cerebro humano o fue seleccionada para la supervivencia del grupo? El evolucionista Richard Dawkins considera correctas ambas premisas. Por un lado estaría el adoctrinamiento que se recibe del grupo, y que se acepta para no ser rechazado, pero por otro la predisposición cerebral a creer en seres invisibles, que se concretan en los de los padres.
La relación religión y cerebro va, incluso, más lejos. El psiquiatra español Rubia recuerda que hay una epilepsia que afecta al lóbulo temporal y activa la religiosidad por una descarga de neuronas. «Los chamanes eran personas que entraban en éxtasis y algunos sufrían esa enfermedad. Desde antiguo eran quienes hablaban con los muertos y curaban, seguramente por poderes psicosomáticos más que otra cosa».

Rosa M. Tristán

miércoles, 1 de abril de 2009

Especialmente en abril

Especialmente en abril
se echa a la calle la vida.

Cicatrizan las heridas
y al corazón, como al sol,
se le alegra la mirada
y se abre paso entre las nubes.

Al paisaje se le suben
los colores a la cara.

Y apetece ir donde cubre
a nadar contra corriente.

En abril especialmente
–en Buenos Aires, octubre –.

Se ruega al señor «fulano de tal»
–dice la voz de la conciencia malherida–
que haga el favor de personarse
urgentemente en la salida.

Que el día más insospechado
y de cualquier manera,
en el lugar más imprevisto
se puede aparecer la primavera.

Especialmente en abril
la razón se indisciplina
y como una serpentina
se enmaraña por ahí.

Van buscando los rincones,
sofocadas, las parejas.
Hacen planes y se dejan
llevar por las emociones.
Sin atender, imprudentes,
el consejo de Neruda:
«que las nieves son más crudas
en abril, especialmente».

Se ruega al señor «fulano de tal»
–dice la voz de la conciencia malherida–
que haga el favor de personarse
urgentemente en la salida.

Que el día más insospechado
y de cualquier manera,
en el lugar más imprevisto
se puede aparecer la primavera.

Especialmente en abril...