jueves, 29 de noviembre de 2007

Soldadito marinero

¡Feliz cumpleaños, Maritere!

Compañía sucedánea

La soledad de las grandes ciudades, el hiperindividualismo, la muchedumbre solitaria, fueron asuntos muy relevantes en la segunda mitad del siglo XX, pero ahora apenas se habla de ello. Los individuos no se han estrechado o abrazado más entre sí pero se han comunicado electrónicamente de tal modo que el fenómeno de la interconexión a través de los móviles, los SMS o Internet, ha sepultado las inquietudes o el dolor del aislamiento.

Sin embargo, se trata de dos realidades paralelas, por ahora. Mientras la relación en el cuerpo a cuerpo sigue debilitándose cada vez más, la relación máscara a máscara sigue acentuándose y proliferando.
La aventura de ser un individuo diferente o mejor, siempre dependiente de la estimación y la imagen proyectada en los demás, se ha provisto de un artilugio novedoso mediante el cual (a través de la máscara, el nick, el avatar, el juego de edades o sexos, la impostura...), el diseño aparencial del yo procede en mayor medida de nuestras finas artes de engaño que de la verificación de nuestra identidad por intervención del prójimo.
El prójimo es siempre insustituible pero la proporción que de su efectiva sustancia se necesita para confirmar nuestra personalidad deseable puede sustituirse, en parte, por nuestra habilidad para fingir en la pantalla, travestirse en la red, recrearse en el nuevo espacio virtual, desconocido hasta ahora.
Indudablemente, la satisfacción no será comparable a la que proporciona un amor encarnado o una consideración proveniente del mundo más real de modo que, poco a poco, este mundo electrónico será casi todo lo que hay y la segunda vida en su seno irá contando como una parte importante de nuestra composición.

Vicente Verdú