martes, 13 de noviembre de 2007

El deseo del deseo

El deseo del otro empieza por desear su deseo”, decía más o menos Hegel. Empieza por desear la posesión de su deseo o, simplemente, por haber logrado que su desear se dirija dócilmente a desearnos.
Tal consideración parece, a primera vista, una perogrullada pero tiene la virtud de hacer ver, tras su obviedad, la absoluta verdad de nuestro querer. Queremos al otro como una manera de querernos a nosotros mismos, nos enamoramos del otro cuando a la vez ese amor nos convierte en amantes del yo, fortalecido, embellecido, emperifollado.
La insólita autoestima que brota recíprocamente de los enamoramientos muestra notoriamente esta fundamental ecuación. Se hace prácticamente imposible pensar en un amor a algo, a alguien, a la humanidad o a la animalidad, sin incorporar un tonante amor al ego. Expuesto o encubierto, el ego lo acapara todo, sea a la manera egoísta de un cerco, sea mediante la acción sutil de un hilo, sea al modo nutricio de una sustancia esencial. La transparencia entre el egoísmo y el altruismo, es la base misma del humanismo. Y no lo liaré más.
Vicente Verdú