jueves, 11 de diciembre de 2008

El cerebro más emocional

Tengo la extraña sensación de haberme metido por descuido en la clínica médica de uno de los episodios de “Star Trek”... El doctor Greg Siegle dirige el laboratorio de neurociencia emocional de la Universidad de Pittsburgh, en Estados Unidos.
Está sentado junto a Sandra, una joven con depresión. En lugar de hacerle preguntas sobre su estado actual que le ayuden a comprender su enfermedad, como se hace en cualquier departamento de Psiquiatría, le muestra un escáner de su cerebro. Le señala una región que se puede ver claramente que está sobreactivada. Se trata de un núcleo con forma de almendra que se encuentra a ambos lados del cerebro denominado amígdala. Esta se oculta en lo más profundo del cerebro emocional, el más arcaico, y es una parte del cerebro que tienen incluso los reptiles, pero no posee ninguna de las capacidades analíticas ultrasofisticadas con las que cuenta nuestro cerebro cortical.Sin embargo, esta zona es la primera que percibe las imágenes, los sonidos, los olores, las sensaciones procedentes del exterior anticipándose al resto del cerebro y activando una reacción emocional inmediata: miedo, ira, rabia. La amígdala es la centinela del cuerpo: siempre al acecho, encargada de vigilar cualquier signo de amenaza y de activar la alarma cuando es necesario.Pero en el cerebro de Sandra –como en el de la mayor parte de los pacientes con depresión estudiados por Greg Siegle– la amígdala se ha vuelto demasiado sensible, sin duda a causa de las heridas causadas por la vida. Les basta con leer palabras que les recuerden que algo va mal y su amígdala activa una alarma desacertada. Palabras como “débil”, “fracasado”, “inútil”, “incapaz” son desencadenantes frecuentes. O también “abandono”, “soledad”, “muerte”...Sandra le cuenta al doctor Siegle cómo su cerebro se centra solo en sus preocupaciones: si se pone a pensar en un problema que tiene con su hermana o bien en todo el trabajo que no ha tenido tiempo para hacer en la oficina, no puede dejar de pensar. Sabe perfectamente que esta actitud no sirve de nada, pero tampoco puede pararlo. Greg Siegle le muestra la otra región de su cerebro que no funciona con normalidad: su cortex prefrontal. Esta es la región del cerebro responsable del control de las emociones, de la proyección que tenemos en el futuro, la que permite renunciar a un placer inmediato (otro trozo de chocolate, por ejemplo) a cambio de lograr un objetivo más abstracto y distante en el tiempo (en este caso, seguir delgado). Igualmente es la región del cerebro más desarrollado en los humanos en relación al resto de mamíferos. En el caso de Sandra –y de los pacientes con depresión– solo funciona una parte “acotada”, según como puede apreciarse en su escáner. Por este motivo, invertir energía en proyectos de futuro se convierte en algo muy complicado. Y controlar la hiperactividad de la amígdala, que reacciona ante el menor signo negativo, resulta cada vez más incontrolable... Debido a esto, Sandra tiene la sensación de no ser capaz de encauzar sus ideas negativas, ni de imaginar un futuro más positivo. La terapia cognitiva para el tratamiento de la depresión ha demostrado, desde hace mucho tiempo, su eficacia. Esta identifica esos pensamientos automáticos y degradantes tan frecuentes en la depresión: “Soy un inútil”, “No lo conseguiré jamás”, “De todas formas, nunca he tenido suerte”, etc. Además, parecido a lo que ocurre con la meditación, pide al paciente que se imagine cuando tiene ese tipo de pensamientos en lugar de centrarse en ellos. Después de todo, solo son pensamientos depresivos. Es necesario valorar de forma consciente su solidez. ¿Están fundados en hechos reales? ¿No son más bien generalizaciones demasiado exageradas? ¿Qué le diríamos a nuestro mejor amigo si fuera él el que se acusara de forma tan dura? ¿O a nuestro hijo? ¿Por qué estas acusaciones son más verídicas cuando se refieren a nosotros mismos que cuando son los demás quienes se las infligen?Al aprender a analizar con perspectiva las acusaciones activadas por una amígdala demasiado inquieta, la actividad del cortex frontal se refuerza progresivamente, algo parecido a cuando un músculo se fortalece al hacer ejercicio. Y cuando el cortex prefrontal se refuerza, vuelve a tomar la delantera, hace que la amígdala se serene y nos permite proyectarnos de nuevo frente al futuro con determinación y confianza. Esto es lo que ha experimentado Sandra después de varias sesiones de terapia. Es lo que todos tenemos la oportunidad de aprender; al lograr controlar los pensamientos negativos, contribuimos a reequilibrar nuestro cerebro.

David Servan-Schreiber