lunes, 14 de julio de 2008

Bebo Valdés y Diego el Cigala

Se me olvidó que te olvidé

El diván como potencia literaria

La angustia sigue estando ahí. Y afecta a muchas personas, empujándolas al infierno del sufrimiento. Hace ya muchos años, las teorías de un joven médico sacudieron la Viena del siglo XIX, y con el tiempo se fueron imponiendo en otros lugares. El psicoanálisis, la gran creación de Sigmund Freud, puso patas arriba el mundo, cambió la manera de ver las relaciones entre hombres y mujeres, puso en órbita la importancia del sexo y señaló que existía, en nuestro interior, un inmenso continente desconocido (el inconsciente).
¿Qué pasa con el psicoanálisis? ¿Es sólo un reino de charlatanes y farsantes, una invitación a hablar una jerga extraña, un baile de interpretaciones sobre los sueños más disparatados? El año 2005 se publicó en Francia "El libro negro del psicoanálisis", donde más de cuarenta especialistas se aplicaban a fondo para cargarse a Freud y sus teorías y prácticas, y todo lo que vino después. Un año después, otro libro se propuso contestar lo que allí se decía: en "La regla de juego. Testimonios de encuentros con el psicoanálisis", Bernard-Henri Lévy y Jacques-Alain Miller han reunido los comentarios de artistas, escritores, psicoanalistas e intelectuales sobre su relación, teórica y práctica, con esa disciplina. ¿Cómo entraron en esa historia y cómo les fue allí?
"Yo comencé una cura de psicoanálisis en 1972, porque después de haber visitado Auschwitz, cementerio sin tumbas donde están mis abuelos maternos, volví sin habla", recuerda la filósofa Catherine Clément, que luego confiesa que en el diván encontró la risa, "que me era ajena", y la manera de criar a sus hijos y de superar el Holocausto. El psicoanalista Hervé Castanet explica que a los veintidós años estaba buscando de manera desesperada una salida a su aburrimiento, y empezó una terapia. Hay quien habla de que frecuentó el diván porque no rendía en sus exámenes (Marlene Belilos) y Tom Bishop, profesor de civilización francesa en Nueva York, cuenta que el psicoanálisis lo ayudó a sobreponerse "a una infancia de huida de los nazis" y a superar la culpa "de haber sobrevivido cuando tantos otros no tuvieron esa suerte". Tahar Ben Jelloun sostiene que el rechazo al psicoanálisis viene del "miedo a ir al fondo de sí y el miedo a descubrir lo que no se tiene en absoluto deseo de descubrir".
Otros, en cambio, han sido más breves y rotundos. Como el cineasta Josée Dayan, que se limita a decir: "No soy psicoanalista, pero, aunque el psicoanálisis sólo hubiera servido para darnos a Woody Allen, lo bendeciría". Y los hay, seguramente más próximos a Lacan que a Freud, que son capaces de formular opiniones de esta envergadura: "El campo escópico es el que más completamente elude a la castración" (Hervé Castanet, el que de joven se aburría).
El Libro negro... había sido bastante duro con que lo que, consideraban, era una "costumbre pseudocientífica que sólo perdura en Francia y Argentina". Y Ricardo Piglia, un argentino, comenta en La regla de juego que el psicoanálisis es atractivo "porque todos aspiramos a una vida intensa" y que "en medio de nuestras vidas secularizadas y triviales, nos seduce admitir que en un lugar secreto experimentamos o hemos experimentado grandes dramas". Y apunta: "El psicoanálisis es en cierto sentido un arte de la natación, un arte de mantener a flote en el mar del lenguaje a gente que está siempre tratando de hundirse". Juan José Saer, otro escritor argentino, subraya que lo que hizo Freud fue rendirle un homenaje sincero y profundo a la poesía, y lo hizo porque "el análisis es una actividad esencialmente verbal", y porque "la palabra es el único instrumento terapéutico con que cuenta".
Son muchos los testimonios de escritores que reconocen que sus obras tienen una profunda deuda con el psicoanálisis. Juan José Millás, escribe en su última novela: "Los cincuenta minutos de sesión significaban cincuenta minutos de visión. No era raro que al abandonar la consulta tuviera que pasear una o dos horas para digerir lo que había visto desde el diván". Y Lolita Bosch considera que el psicoanálisis "tiene una capacidad que la literatura casi nunca tiene: detener el tiempo y buscar lo previo, lo previo, lo previo".
El encuentro con Freud desencadenó en el escritor Suso de Toro una profunda crisis intelectual: "De algún modo pervirtió mi mirada sobre la realidad, fue la pérdida de la inocencia". El filósofo Eugenio Trías se psicoanalizó durante cinco años y la tiene por "una de las experiencias más importantes" de su vida. "Me permitió trazar el relato de mi propia historia personal", comenta
¿Curarse de la angustia, decantarse por el lado de la vida, explorar nuestros secretos íntimos, servirse de la palabra para darle sentidos nuevos a nuestras experiencias? El caso es que no habrá seguramente nunca acuerdo sobre si el psicoanálisis es una ciencia o mera charlatanería. En lo que sí parecen coincidir muchos es en la enorme capacidad del psicoanálisis para provocar literatura, y quizá esto proceda también de lo bien que escribía el propio Sigmund Freud.
Eric Orsenna cuenta que él no se acostó en ningún diván, que se sentó. "Y lloré, hablé, hice silencio, balbuceé, retrocedí, caminé...". El escritor francés había buscado un psicoanalista porque no tenía un hacha. "Yo tenía, tengo, como todo el mundo, un mar helado en mí", explica Orsenna, y cita a Kafka: "¿Qué es un libro? ¿Es un hacha que mata el mar helado en nosotros?". ¿Es, de verdad, un hacha el psicoanálisis? ¿Puede terminar con este mar helado?
José Andrés Rojo