jueves, 31 de enero de 2008

¿Son las águilas travestis?

¿Este águila? o ¿Esta águila? ¿Este agua o esta agua? A menudo tendemos a realizar una especie de operación de cambio de sexo a determinadas palabras que comienzan por ‘a’ tónica cuando las acompañamos con indefinidos (un), demostrativos (este) o determinativos (mucho). Sabemos que se dice el agua, el águila, el hacha y el hambre, pero fallamos cuando tenemos que acompañarla. Así, no sabemos si tenemos mucho o mucha hambre, poco o poca agua.
El uso correcto es acompañar con el artículo el y con los indefinidos un y sus compuestos algún o ningún, y con los demostrativos esta, esa, aquella o los determinativos mucha o poca. Los adjetivos que se refieran a estos nombres deben concordar también en género: el águila majestuosa, ya que el uso del artículo el no hace que el águila se vuelva machote.

Correcto: el aula, esta aula, aquella aula, ningún aula
Incorrecto: este agua, ninguna agua

miércoles, 30 de enero de 2008

Uno Crece

Imposible atravesar la vida sin que un trabajo salga mal hecho, sin que una amistad cause decepción, sin padecer algún quebranto de salud, sin que un amor nos abandone, sin que nadie de la familia fallezca, sin equivocarse en un negocio. Ese es el costo de vivir.

Sin embargo lo importante no es lo que suceda, sino cómo se reacciona. Si te pones a coleccionar heridas eternamente sangrantes, vivirás como un pájaro herido incapaz de volver a volar.

Uno crece…

Uno crece cuando no hay vacío de esperanza, ni debilitamiento de voluntad, ni pérdida de fe.
Uno crece cuando acepta la realidad y tiene aplomo de vivirla. Cuando acepta su destino, pero tiene la voluntad de trabajar para cambiarlo.

Uno crece asimilando lo que deja por detrás, construyendo lo que tiene por delante proyectando lo que puede ser el porvenir. Crece cuando supera, se valora y sabe dar frutos.
Uno crece cuando abre camino dejando huellas, asimila experiencias…¡Y siembra raíces!

Uno crece cuando se impone metas, sin importarle comentarios negativos, ni prejuicios, cuando da ejemplos sin importarle burlas, ni desdenes,cuando cumple con su labor.
Uno crece cuando se es fuerte por carácter, sostenido por formación, sensible por temperamento… ¡Y humano por nacimiento!

Uno crece cuando enfrenta el invierno aunque pierda las hojas, recoge flores aunque tengan espinas y marca camino aunque se levante el polvo.
Uno crece cuando se es capaz de afianzarse con residuos de ilusiones, capaz de perfumarse con residuos de flores… ¡Y de encenderse con residuos de amor!

Uno crece ayudando a sus semejantes, conociéndose a sí mismo y dándole a la vida más de lo que recibe.
Uno crece cuando se planta para no retroceder… Cuando se defiende como águila para no dejar de volar… Cuando se clava como ancla y se ilumina como estrella.

Entonces… Uno Crece

Susana Carizza

La ira (y IV)

Los “deberías” que nos enfurecen se fundamentan en cuatro falacias:
1)
Tener derecho
La creencia es la siguiente: como yo quiero muchísimo algo, debo tenerlo. La idea básica es que el grado de la necesidad justifica la exigencia de que alguien tenga que satisfacerla. Se da por sentado que existen ciertas cosas a las que uno tiene derecho. Por ejemplo, estar sexualmente satisfecho, sentirse emocionalmente seguro o disfrutar de un cierto nivel de vida. También descansar siempre que se está cansado, o no estar nunca solo, que su trabajo sea valorado o que sus necesidades sean conocidas sin que le pregunten. La falacia de tener derecho confunde deseo con obligación. Atribuirse derecho daña las relaciones y crea resentimiento. Con ella se niega al otro la libertad de elegir si quiere o no negarse a satisfacer la necesidad de la otra persona. Es una postura que niega el derecho del otro a dar prioridad a su propia necesidad y sus padecimientos.

2) Lo único correcto
En este caso, la idea es que existe un estándar absoluto de comportamiento correcto y justo que las personas deberían conocer y poner en práctica. La convicción de que las relaciones deben ser justas reduce el dar y recibir de la amistad o de la pareja a una serie de registros que se llevan en secreto. Los libros de contabilidad estipulan si estamos en deuda o si nos deben, si recibimos tanto como damos o si nos adeudan demasiado por todos los sacrificios que hemos hecho. La dificultad es que no se suele estar de acuerdo en lo que se considera justo.La medida de lo que es justo es subjetiva y depende de las expectativas, es decir, de lo que se espera, necesita o desea de la otra persona. La justicia puede ser definida de un modo muy autocomplaciente. Para la psicología cognitiva, una vez se descarta la idea de justicia es posible negociar como iguales cuyos intereses están en conflicto.

3) Cambiar a los demás
La idea en este caso es que nos figuramos que tenemos control sobre la conducta de otros. Si bien es cierto que a veces las personas cambian si se les pide, en este caso la creencia es que podemos hacer cambiar a los otros si aplicamos la presión suficiente.Existe un hecho muy básico relativo al comportamiento humano: las personas cambian sólo cuando:
a) El cambio les es gratificante y estimulante.
b) Y, además, deciden cambiar por sí mismas.
La queja constante y las presiones de todo tipo (broncas, chantajes, enfados y morros) inducen una aversión al cambio. Promueven una mayor reticencia a modificar las conductas. Esperar que el otro cambie lleva a la frustración y a la desilusión, es una batalla perdida. A no ser que el otro vea las ventajas de un cambio y alguna gratificación por realizarlo.

4) La falsa liberación de la ira
En este caso pensamos que los que nos causan dolor deberían ser castigados. Suponemos que expresar la ira es algo positivo porque ayuda a descargar el dolor y nos da la oportunidad de una revancha ante la injusticia. Esto es creer que no somos responsables de nuestro dolor, que el dolor lo causó el otro. Se comportó mal y quiso hacer daño, por eso se merece toda la ira para que aprenda a no hacerme más daño. No deberíamos olvidar que somos nosotros mismos los verdaderos responsables de nuestros sentimientos. El dolor y el placer son experiencias privadas. Sólo nosotros sentimos el dolor y la alegría. Nadie puede considerarse responsable de esta experiencia, sólo yo. Si alguien nos está frustrando o causándonos dolor, es nuestra la tarea de negociar nuestras necesidades o bien liberarnos de la relación. Además, es bueno recordar que lanzar la ira puede destruir las relaciones. Cuando el objeto de nuestra ira es causar al otro el mismo grado de dolor que estamos sintiendo nosotros, este empieza a erigir barreras psicológicas para protegerse de nuestros arrebatos. El tejido de una relación se hace más tupido y cicatrizado, haciéndonos insensibles al dolor y al placer. Por eso la ira mata el amor, endureciendo la piel. Imposible sentir el calor y las caricias. La razón principal por la que la liberación de la ira no es buena es que esta raramente lleva a conseguir lo que deseamos, como ser escuchado, valorado, atendido. La ira trae consigo la frialdad, el alejamiento y más ira a cambio. La respuesta es negociar con eficacia y de un modo constructivo o bien alejarse de una relación destructiva.

Lateríos y fritangos

"Cocina para impostores" es la nueva biblia para quienes viven deprisa y alegan que no tienen tiempo para alimentarse bien. Y para componer un menú impostor, "que no pasa de cinco euros", propone "astutas recetas de cocina usando congelados, latas y conservas".
El menú lo componen explicaciones claras, directas "para gente que no sabe ni encender el gas". Y un detalle: incluye proporciones para un solo comensal. "¡Basta de ingredientes para cuatro personas. ¿Y los que estamos solos qué?", reivindica Falsarius Chef, el autor.
Frente a "las recetas enloquecidas", Falsarius trabaja mucho el supermercado. “Hago comida de subsistencia. Trabajo con medios sencillos y no doy nada por sabido", dice orgulloso.
¿Y el laterío imprescindible?: frascos de cristal de verduras y legumbres; un buen atún o bonito del norte; vasitos de arroz SOS (con ellos Falsarius borda la "paella hereje"); sopa de cebolla de sobre; botes de tomate; cebolla, ajo, romero, orégano, pimentón ("para el toque mediterráneo") y una caja de langostinos congelados.
"Siempre que en un plato impostor pongas un langostino, la gente se ciega y dice que es la bomba. Piensan que te has pasado tres horas cocinando, cuando sólo has estado un rato". Pero ése es el truco de los cocineros impostores: engañar a otros comensales, pero sólo en las habilidades, "no se puede bajar la guardia en la calidad".

martes, 29 de enero de 2008

Tributo a Ángel González (y III)

Aquí no pasa nada,
salvo el tiempo: irrepetible
música que resuena,
ya extinguida,
en un corazón hueco, abandonado,
que alguien toma un momento,
escucha y tira.

domingo, 27 de enero de 2008

La ira (III)

El estrés en forma de dolor (pérdida, rechazo, desesperación, miedo, frustración, daño, abandono) más los pensamientos activadores (pensar que este dolor es culpa de algún otro) componen la ira.
Cuando se asume la responsabilidad de las propias emociones, entre ellas, la ira, es mucho más practicable modificar cualquier situación. Todos somos capaces y libres de elegir si vamos a reaccionar de manera airada o con cualquier otra estrategia. Pero para eso es importante reconocer que el responsable de la ira es uno mismo y dejar de culpar a los demás. Estas son las razones por las que es conveniente e importante ser responsable de la propia ira:
1. La ira mantenida está causando daño a nuestra salud.
2. Elegir la ira como reacción deteriora las relaciones. Al principio, los amigos o los familiares se defienden y finalmente acaban apartándose del personaje hostil.
3. No es una estrategia útil ni eficaz para cambiar la conducta de los demás. A corto plazo, puede atemorizar y herir, pero a largo plazo, las personas intimidadas se resisten y se alejan descalificando al maestro.

La idea de la responsabilidad de la propia ira es importante, ya que sigue siendo frecuente oír a los agresores afirmar que han sido provocados por el agredido. Mientras se piense que la ira es causada por los provocadores, no hay posibilidad de superar los comportamientos agresivos.
El juicio sobre las conductas de los demás se basa en una serie de reglas éticas propias que intentamos trasladar a nuestros semejantes. Solemos pensar que las reglas que hemos incorporado a nuestra vida son aplicables a los que nos rodean. Hacemos presunciones de culpabilidad y nos percibimos como víctimas de la situación. Nuestras presunciones y creencias son, en realidad, las verdaderas causantes de la rabia, no solamente las acciones de otros. Pensamos continuamente en como deberían o no deberían comportarse. Si ellos se conducen tal como pensamos que debe hacerse, entonces todo va bien, pero si no, nos lanzamos a juzgar que sus actos son incorrectos, poco inteligentes, poco razonables o inmorales.

Olvidamos que en la mayoría de los casos, los demás no están de acuerdo con nuestros valores y reglas. Ellos tienen sus propias necesidades y reglas. Es absurdo aplicar nuestros “deberías” al proceder de los demás. Estos “deberías” se asientan en unos principios morales que adoptamos y que se confunden con la verdad, pero no son verdaderos. Estos principios son llamados falacias, término proveniente de la lógica formal. Una falacia (sofisma) es un razonamiento aparentemente lógico en el que el resultado es independiente de la verdad de las premisas. (continuará)

viernes, 25 de enero de 2008

Decir

"Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada."

Eduardo Galeano

lunes, 21 de enero de 2008

Tributo a Ángel González (II)

Todos ustedes parecen felices...
Y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen , incluso,
palabras de amor.
Pero se aman
de dos en dos
para odiar de mil en mil.
Y guardan
toneladas de asco
por cada milímetro de dicha.
Y parecen
-nada más que parecen-
felices, y hablan
con el fin de ocultar
esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen,
como no puedo yo ocultarla
por más tiempo,
esta desesperante, estéril, larga
ciega desolación por cualquier cosa
que -hacia dónde no sé-, lenta, me arrastra.

La ira (II)

El simpático gruñón es una persona rabiosa, tanto como el quejoso, el resentido, el riguroso, el irónico, el susceptible, el eterno agraviado, el irritado, el agresivo, el rencoroso o el violento. La rabia se revela mediante formas que van de las más aceptables a las más inconfesables. También hay rabia en el pasivo agresivo, alguien que jamás exterioriza su ira de un modo abierto, pero se muestra intolerante y negativo. Es el que espera lo peor de los demás, como si el otro fuera su enemigo; que siempre hace presunción de culpabilidad. El que alberga rabia suele creerse víctima del mal comportamiento de los demás, de su desidia, mala voluntad, picardía, deshonestidad, vagancia, incompetencia, poca pericia al volante y muchos más pecados. De ahí que siempre tenga sus armas empuñadas.

La ira ocasional no causa daño duradero al organismo, pero la ira crónica y sostenida mantiene el cuerpo en constante estado de emergencia y preparación para la lucha. Esto afecta a funciones corporales regulares como la digestión, la depuración de la sangre de colesterol y la resistencia a las infecciones. Contribuye al desarrollo de enfermedades tales como los trastornos digestivos, hipertensión, enfermedad coronaria, sistema inmunitario debilitado, erupciones, dolores de cabeza y más. No importa si la ira se expresa o se reprime, siempre es dañina para la persona porque se alimenta a sí misma. Prolonga y sobrecarga todos los cambios hormonales asociados. La ira crónica inhibida es nociva porque moviliza respuestas del sistema nervioso simpático sin ofrecer ninguna liberación de la tensión. El efecto es igual que pisar a fondo el acelerador del coche al tiempo que se aprietan los frenos.

Según la psicología cognitiva, la ira tiene su origen en el estrés más pensamientos activadores. La buena noticia es que puede desactivarse con un aprendizaje adecuado. Ser plenamente conscientes de lo que se está sintiendo y pensando es la clave para la desactivación de la emoción.
Todo nace del estrés y la tensión causados por el dolor, la frustración o la idea de amenaza. Esta vivencia de estrés se intensifica mediante ideas que potencian la ira. Son los pensamientos activadores de culpabilización y de los “deberías”. Por ejemplo, “los empleados no deberían ir a desayunar si hay gente esperando en la cola”. Otro activador es la culpabilización: “No hacen su trabajo con ilusión” o “son unos incompetentes”. Si el estrés es el combustible que crea niveles altos de excitación fisiológica, las ideas culpabilizadoras y los “deberías” actúan como la chispa que enciende el fuego. El estrés no es una causa suficiente para la ira, hace falta una “adecuada contribución psicológica” para convertir el estrés en una emoción hostil. Hace falta, igualmente, pensar que las otras personas son malas, injustas, incompetentes y merecedoras de castigo. (continuará)

domingo, 20 de enero de 2008

Todo se transforma

"Cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da"

Ma solitude

Mi soledad

Por haber dormido tan a menudo con mi soledad...
se ha convertido casi en una amiga, una dulce costumbre

No me deja ni un momento, fiel como una sombra.
Ella me ha seguido por todas partes, por los cuatro rincones del mundo.

No, yo no estoy jamás solo, con mi soledad

Cuando ella se tiende en mi cama, la ocupa toda entera...
y pasamos largas noches, los dos, frente a frente.

Verdaderamente, no sé hasta donde me seguirá esta cómplice.
Será necesario que me acostumbre o que reaccione.

No, yo no estoy jamás solo, con mi soledad

Por su culpa he visto tanto que he llegado a llorar.
Si alguna vez la rechazo, nunca se rinde
Y aunque a veces prefiera el amor de alguna otra cortesana
Ella será en mi último día, mi última compañera.

No, yo no estoy jamás solo, con mi soledad.

Georges Moustaki

Tributo a Ángel González (I)

Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.

!Mañana!
Y mañana será otro día tranquilo,

un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.

viernes, 18 de enero de 2008

La ira ("enroñarse") (I)

La ira es un sentimiento que avergüenza y se suele disfrazar de ironía o rotundidad. Se alimenta y se justifica de mil maneras. También se puede controlar.
Es un sutil veneno que se oculta como tímida damisela en el interior de nuestro corazón. Es vergonzosa porque no está orgullosa de sí misma. Sabe que no es valorada en la sociedad y que la encuentran fea, incluso muy fea. Pero ella se hace pasar a veces por el brillo de la ironía inteligente, por el peso de la autoridad, por la dulzura de la hipocresía, por la rectitud de un hombre severo, por el amor protector de un celoso, por la justicia de un rencoroso o por el humor de un bromista mordaz.

Con esos disfraces hasta puede cosechar fugazmente alguna ración de aplauso y admiración. Mientras pueda camuflarse con tantos disfraces, se asegura la vida y el sustento. Su acción es tan solapada que puede introducirse en todos los ambientes de nuestra mano sin que nadie se dé cuenta, incluído el mismo que la cobija.

Es un arma un poco chapucera, porque cuando dispara carece de sutileza para dar en su diana. Ha pasado por muchos avatares mientras era analizada por la psicología y la biología. Tuvo épocas de esplendor en las que su expresión sin tapujos fue alentada y elogiada por la psicología. Freud y sus seguidores, por medio de la hipótesis de la “catarsis” como método para reducir la agresión, llegaron a elevarla a la categoría de terapia para “vaciar los depósitos emocionales”. La biología la consideró un instinto básico para la adaptación humana. Actualmente, la ciencia ha rechazado muchos mitos sobre la naturaleza instintiva de la agresividad en el hombre, y se sabe ahora que no es ni ineludible ni necesaria. Además, con frecuencia las personas agresivas utilizan la teoría de que “la frustración conduce a la agresión” para justificar y excusar su ira considerándola algo “saludable”.

Las mejores victorias se logran sin la presencia de la ira. La evidencia científica actual sobre la ira indica que esta emoción es básicamente una cuestión de elección. Está determinada por pensamientos y creencias, mucho más que por su bioquímica o por la herencia genética. Airear la ira raramente reporta a algún alivio real. Más bien conduce a más ira, tensión y ­excitación. (continuará)

Una, dos y tres

"Alguno ve desierto donde sólo hay mar"

miércoles, 9 de enero de 2008

Un colmo

Estaba tan harto de los demás...
que a base de náuseas, se dio cuenta de que, en realidad, estaba demasiado harto de sí mismo.

Así que, de puro hartazgo, empezo a ayunar de sí.
Y depuró y depuró...

Y se encontró, detrás de la náusea, en medio del vacío.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que su yo era un nosotros.
Y que el vacío estaba lleno.
Entonces, se encontró con los demás, pleno, que no harto. En paz.

Álex Rovira

martes, 8 de enero de 2008

El día menos pensado

Sabes que no soy amigo de juramentos ni promesas
pero sí me has oído decir con insistencia
que el día menos pensado voy a procurar
olvidarme la inocencia y la ternura
sobre el mostrador de cualquier casa de empeño.
Pero jamás conseguí inquietarte, o así lo sospecho.
Porque sabes que soy terco y mucho más
en lo que concierne a mis defectos.
Entre esos dos aún sigo viviendo.

Santiago Montobbio

lunes, 7 de enero de 2008

Rostros

"Es casi exclusivamente a través del rostro cuando somos nosotros mismos; el cuerpo desnudo muestra el sexo más que la persona: no se piensa en el rostro de alguien cuando vemos su cuerpo desnudo; el vestido, pues, hace destacar el rostro.
La persona está propiamente en el rostro; sólo la especie está en el resto"
Joseph Joubert

Coro de Quejas de Helsinki

... de lo que se deduce que vivimos en un mundo(casi)globalizado.

jueves, 3 de enero de 2008

El silencio

"Lo que más me gusta es el árbol que habla, es el único que da un fruto doble. En él se puede distinguir entre el silencio y el mutismo. Porque un hombre con el corazón henchido de mutismo y otro con el corazón henchido de silencio no se parecen en nada".

Milorad Pavic

En ocasiones, cultivamos el silencio con alguien. No por ello dejamos de decirnos. Hay palabras que lo preservan. No faltan, aunque son infrecuentes, quienes con su decir adecuado, conveniente, convincente, son capaces de componer y de conformar espacios de silencio donde respirar y desear. Es como si a su lado fuera posible reponerse de una sarta de dichos, dimes y diretes, de una sobredosis de información, de un empacho de noticias, anécdotas y curiosidades, en ocasiones pretenciosas, que, con la vitola de la actualidad, no hacen sino acallar el presente.Respondemos, a veces, con un elocuente silencio. No hablamos, pero decimos. Abrimos un tiempo entre palabras que es más que una pausa o un puente tendido. Es como si lo dicho se desfondara hacia otro lugar donde volver a responder y vibrar. No es solo que no digamos para ocultar o para no mentir, o para hacerlo, o para desconcertar. Aprender a tachar nuestras propias palabras, a borrarlas cada vez, a no entronizarlas grandilocuentemente, es devolverles esa sencillez en la que se limitan a decir lo que dicen. En ese silencio es cuando en verdad hacen.Hay en ciertos rostros una mirada del silencio, un rastro de su fecunda labor. No es la palabra de una rendición o de un temor, sino la serena convivencia con un espacio despoblado de fruslerías, no un simple vacío, sino un vaciamiento de las estupideces cotidianas, una habitación, una meditación. Y se les nota.Quedar con alguien para silenciarse con él, con ella, no es simplemente conjurarse para guardar secreto alguno. Es proponerse otro modo de decir y de decirse, en el que en lugar de lanzar sobre el otro una sarta de palabras, quedamos concitados a escuchar a la vez. Y entonces cabe hablar como si las palabras nos vinieran del otro y no de ninguna intención interior. Escuchar con alguien es generar posibilidades al silencio. Hay quienes no lo soportan y necesitan que haya una proliferación de sonidos. Todo lo pueblan de ruidos, más o menos articulados. Taponan los oídos con la excusa de oír otras melodías. No pueden resistir lo que se escucha en el silencio, el rumor incesante, el murmullo insonoro, o quizá el propio latido de sus deseos e insatisfacciones. Convivir con el silencio constitutivo es la única posibilidad de decir una verdad. Quien lo hace podría tal vez entregarse a la palabra que nos llega y entonces es que daría gusto oírle.

Ángel Gabilondo