lunes, 29 de diciembre de 2008

Creo

"Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, para soltar las riendas de la verdad dentro de nosotros, para demorar la noche, para trascender la muerte, para congraciarnos con los pájaros, para ganarnos la confianza de los locos.

Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de los choques de autos, en la paz de los bosques sumergidos, en la excitación de las playas de vacaciones cuando están desiertas, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de muchos pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.

Creo en el vuelo, en la belleza de las alas y en la belleza de todo lo que ha volado siempre, en la piedra arrojada por un chico con la misma sabiduría de los estadistas y de las parteras.

Creo en la inexistencia del pasado, en la muerte del futuro y en las infinitas posibilidades del presente. Creo en los próximos cinco minutos.

Creo en la historia de mis pies. Creo en los dolores de cabeza, en el aburrimiento de los atardeceres, en el miedo de los calendarios, en la traición de los relojes.

Creo en la muerte del mañana, en la fatiga del tiempo, en nuestra búsqueda de un tiempo nuevo dentro de la sonrisa de las azafatas en los ómnibus de larga distancia y dentro de los ojos cansados de los hombres que controlan el tránsito en los aeropuertos fuera de temporada.

Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en el absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en el propósito asesino de la lógica.

Creo en las adolescentes, en como se corrompen a sí mismas por la posición que adoptan sus largas piernas, en la pureza de sus cuerpos desarreglados, en los vellos púbicos que dejan en los baños de los telos más infames.

Creo en la delicadeza de los bisturíes quirúrgicos ,en la ilimitada geometría de la pantalla de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la charlatanería de los planetas, en la repetitividad de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y en el aburrimiento del átomo.

Creo en la muerte de las emociones y en el triunfo de la imaginación.

Creo en todas las excusas. Creo en todas las razones. Creo en todas las alucinaciones.

Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones.

Creo en el misterio y en la melancolía de una mano, en la gentileza de los árboles, en la sabiduría de la luz."
J.G. Ballard

sábado, 27 de diciembre de 2008

La fórmula de la felicidad (y III)

Si a finales del siglo pasado todos los esfuerzos (de la economía, la psicología, la ciencia) estaban puestos en el yo, el destino de este siglo XXI es el nosotros. El monje budista Matthieu Ricard lo tiene muy claro: “Es interesante que la ciencia haya corroborado que la meditación transforma la mente. Esto proporciona credibilidad al entrenamiento mental, desmitifica la noción de meditación, y posiblemente eso nos permitirá hacer una buena contribución a la sociedad. De alguna manera cerraríamos el círculo introduciendo la meditación en las escuelas como parte de la educación emocional, para que los niños desarrollaran mayor altruismo, mostraran más atención…”. Algunos psicólogos han empezado a probarlo ya. Una psicóloga americana ha estado trabajando con niños afectados por el atentado del 11-S y ha conseguido una gran mejora de la atención y el rendimiento escolar de estos chicos a través de la mindfull meditation. En octubre del 2009, Ricard y otros miembros del Mind and Life Institute celebrarán por primera vez una reunión en Estados Unidos en la que participarán neurocientíficos, educadores, sociólogos, psicólogos y contemplativos, y en la que intentarán elaborar un programa experimental sobre meditación en las escuelas. En cinco o seis años pretenden probarlo en cientos de niños, con un grupo de control, y comprobar si las técnicas de meditación son realmente efectivas en este ámbito. “Hay que hacer este tipo de prueba para luego poder implementar políticas educativas a escala nacional”, dice Ricard. “Para ello, para que se convierta en una decisión política, necesitamos el respaldo de la ciencia. En este caso, para nosotros la ciencia es un camino para conseguir una sociedad más compasiva y feliz. ”El equipo de la profesora Tania Singer, por su parte, tras haber localizado los circuitos cerebrales de la empatía, está preparando un encuentro en Zurich en abril del 2010 en el que se debatirá cómo la compasión puede entrar a formar parte del sistema económico. Otros grandes gurús del desarrollo humano, como el doctor Deepak Chopra, Satish Kumar y Vandana Shiva, pregonan desde hace años una transformación global de la humanidad desde el punto de vista espiritual, económico y ecológico, pero no ha sido hasta ahora cuando estas ideas se han reunido bajo un mismo frente. Chopra lidera la Alianza para la Nueva Humanidad, que del 7 al 9 de noviembre organizó en Barcelona el I Foro Humano Europeo. Su lema: “Encuentros para la transformación personal y social”. La felicidad, efectivamente, parece estar cada vez más cerca, casi al alcance de la mano, pero será probablemente una felicidad distinta a la que imaginaba la mayoría. Aunque, claro, siempre hay excepciones: ¿alguien recuerda la frase del Mahatma Gandhi: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”?
Aprender a meditar es sencillo, al menos en teoría, y los beneficios que se pueden obtener al incorporar la práctica a la vida cotidiana son múltiples. Las investigaciones que relacionan la meditación no solo con el bienestar psicológico, sino también con el físico, no paran de aumentar. Está demostrado que la meditación alivia el estrés, previene las cardiopatías, reduce la presión arterial y ayuda a lidiar con el dolor crónico. Algunos centros de salud como la célebre Clínica Mayo la han introducido ya en sus programas. Para empezar, hay que distinguir entre meditar o simplemente relajarse. Aunque la meditación procura relax, ese no es su objetivo. La meditación pretende el dominio de la propia atención y pensamientos, la capacidad de dirigirlos hacia donde deseamos. Se trata de aprender a dominar nuestra mente, en vez de que sea esta quien nos domine a nosotros. Si se decide a probar, busque un rincón tranquilo y concédase un tiempo en que nadie le moleste. Siéntese en el suelo con las piernas cruzadas, las palmas descansando sobre las rodillas y la espalda recta. Un pequeño cojín bajo los isquiones le ayudará a mantener la posición. Respire por la nariz despacio y profundamente. Sienta cómo el aire entra y sale de su cuerpo. Cuando esté preparado, comience a meditar. Hay varias técnicas para conseguirlo, las más habituales son:
• Concentración sobre un objeto único. Escoja un punto donde fijar su mirada, cualquier objeto que se encuentre en un radio aproximado de un metro. Mantenga ahí su vista y también su atención. Acudirán a su mente pensamientos ajenos a ese objeto; no se impaciente. Déjelos pasar como nubes que flotan en el cielo y vuelva a concentrarse. Este ejercicio de fijar la atención una y otra vez es a la mente lo que las repeticiones en las máquinas del gimnasio son a los músculos.
• Visualización. Con los ojos cerrados, imagine un objeto, persona o escena que le resulten familiares y agradables. Trate de recrear en su mente todos los detalles de esa imagen, de hacerlos presentes como si estuvieran realmente frente a usted. Incorpórelos sin dejar que sus pensamientos se enreden en una cadena de consideraciones sobre lo que imagina. Céntrese exclusivamente en la imagen.
• Meditación compasiva. Es el tipo de meditación que parece tener más relación con la felicidad a largo plazo. Según Matthieu Ricard en su libro En defensa de la felicidad, se hace así: “Centre su atención en el sufrimiento de los seres vivos, piense que, igual que usted, todos aspiran a la felicidad y no desean sufrir. Sienta cómo su mente se inunda de compasión y amor por todos esos seres, conocidos y desconocidos, amigos y enemigos, humanos y no humanos. Se trata de un amor incondicional, sin cálculo, sin exclusión. Se engendra este amor en la mente hasta que todo nuestro espíritu quede impregnado de él”.
En cualquier caso, empiece despacio y sin pretender alcanzar el nirvana en la primera sesión. Si es usted novato, comience con sesiones cortas, de cinco a diez minutos, y vaya tomando confianza hasta llegar a los 20 minutos. Se recomienda practicar dos veces al día, a ser posible a primera hora de la mañana y última de la tarde. Tómelo como un elixir para empezar y terminar bien el día.
Elisabeth Riera

domingo, 21 de diciembre de 2008

Adeste Fideles - John McCormack - 1915 - Victrola 78 RPM

More greetings from Japan




















La fórmula de la felicidad (II)

La razón occidental y el saber oriental se han dado cita en las dos últimas décadas en el reino de la neurociencia. El propio Dalai Lama, en coordinación con el Mind and Life Institute, propicia desde 1985 encuentros entre budistas y científicos para tender puentes entre ambos mundos. De estos encuentros han surgido iniciativas tan interesantes como las que el doctor Richard Davidson desarrolla en el laboratorio de la Universidad de Wisconsin (EE.UU.), experimentos en los que monjes budistas como Ricard han participado como sujetos de observación para determinar si la meditación realmente transforma el cerebro. Las conclusiones de estos test son asombrosas y emanan de uno de los descubrimientos más importantes de la ciencia en las últimas décadas: el cerebro es plástico. La vieja idea de que las neuronas son las únicas células que no se regeneran y que el cerebro se mantiene igual (o peor) desde que alcanzamos la edad adulta hasta que morimos es totalmente falsa. Pero esto no se supo hasta 1998. Ahora sabemos que sí producimos tejido neuronal nuevo y que el cerebro puede crear nuevas conexiones cerebrales o reforzar las ya existentes mediante acciones tanto externas (acción) como internas (pensamiento). Por ejemplo, el estudio de músicos que habían dedicado más de 10.000 horas a practicar con su instrumento mostró que la áreas cerebrales que controlan el movimiento de los dedos eran mucho mayores que en el resto de las personas. Más interesante aún; con sólo imaginar esos movimientos, el área cerebral relacionada se activa también y puede ejercitarse.El doctor Davidson utilizó la resonancia magnética funcional y el electroencefalógrafo para observar los cerebros de monjes budistas con más de 10.000 horas de meditación a sus espaldas. Estas tecnologías permiten, mediante electrodos colocados en la cabeza del sujeto, ver la actividad eléctrica del cerebro en cada momento y localizar de forma precisa el origen de las distintas señales. Los resultados permitieron localizar las zonas cerebrales que se activan con la meditación y con pensamientos como el altruismo, la alegría o la compasión. En este último caso, concretamente, se detectó un importante aumento del flujo de ondas gamma que, en los meditadores expertos, se mantenía muy alto aun después de abandonar el estado meditativo. Cuando este tipo de onda estaba presente, además, se reducía la actividad cerebral relacionada con emociones negativas como la tristeza y la ansiedad. Es decir, a fuerza de práctica mental, los monjes se habían convertido realmente en personas más compasivas y felices. Afortunadamente, estudios más recientes desarrollados por la doctora Tania Singer muestran que incluso meditadores novatos pueden transformar ligeramente sus ondas cerebrales en sólo dos sesiones.La profesora Singer es neurocientífica y desarrolla su labor en el Centro para el Estudio de los Sistemas Sociales y Neuronales de la Universidad de Zurich. Para ella, el comportamiento social humano se construye con aportaciones de la economía, la neurociencia, la psicología y la filosofía. Todo ello afecta a nuestra manera de relacionarnos, y la clave de nuestro éxito relacional (y, en gran medida, de nuestra felicidad) se halla en la capacidad de comprender cómo se sienten los demás. A esto se le llama empatía. Si la empatía nos conduce a la acción, se convierte en compasión. Los últimos experimentos de la doctora Singer han descubierto que todos los seres humanos tenemos capacidad de empatía de forma innata: cuando sentimos dolor físico, se activa la misma zona cerebral que cuando vemos a otra persona padeciendo ese mismo dolor. Aunque esta capacidad no es igual en todos, sus experimentos también han demostrado que la capacidad para sentir empatía puede entrenarse y aumentar.
La unión entre budismo y ciencia está dando grandes resultados, pero el cerebro puede ser modificado con otras técnicas, además de la meditación. La psicología positiva es una disciplina que proclama precisamente eso: usted puede aprender a ser feliz, sólo es cuestión de método.El psicólogo estadounidense Martin Seligman es padre de la psicología positiva y autor de La auténtica felicidad (2002). Se dedicó durante años al estudio clínico de la depresión, hasta que decidió que la psicología podía servir para mucho más que para curar traumas y enfermedades. Podía servir para ser más felices. Empezó el abordaje de las condiciones de una vida feliz de forma sistemática; él y sus colaboradores han creado escalas muy precisas para medir el grado de felicidad u optimismo de una persona, tests que considera tan precisos como un análisis de sangre que mida el nivel de linfocitos. Para Seligman, la felicidad consiste en crear una vida que contenga momentos placenteros, dedicación y compromiso con la labor que uno desempeña, y un propósito vital que trascienda a uno mismo. Seligman ha diseñado una serie de ejercicios que entrenan la capacidad para ser feliz en cada una de estas facetas. Su método propone realizar el test de nivel de felicidad, hacer los ejercicios propuestos y volver a pasar el test para comprobar los avances. Garantiza mejoras. El test está disponible en español en internet gracias al profesor Carmelo Vázquez, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. (
http://spanish.authentichappiness.org/). Otro camino novedoso en psicología lo está abriendo el doctor Paul Gilbert, en el Reino Unido. Gilbert ha desarrollado la técnica llamada Compassionate Mind Training (CMT), a caballo entre la meditación budista, los descubrimientos neurocientíficos y la psicología conductista. Esta técnica está ideada especialmente para las personas con un fuerte sentimiento de autocrítica y vergüenza de sí mismas que les hace experimentar a menudo angustia, ansiedad, odio, depresión y agresividad. Es decir, todo lo contrario a la felicidad. Para revertir esta tendencia, Gilbert cree que hay que estimular el circuito opuesto: aquel que nos conecta con sensaciones de amabilidad, cariño, ternura y compasión. Con ejercicios de imaginería mental, trata de activar el sistema fisiológico del paciente relacionado con esas sensaciones, que posiblemente haya sido debilitado o no suficientemente estimulado en el pasado. La gran novedad de la CMT es que usa como herramienta principal la imaginación para influir en el cuerpo y transformarlo, por un principio similar al que hace que, sólo con imaginar que se muerde un limón, la boca produzca más saliva. Por ejemplo, Gilbert propone a sus clientes que imaginen a otras personas en actitud compasiva hacia ellos; que se imaginen a sí mismos y que actúen como si fueran personas muy compasivas; que se escriban cartas llenas de comprensión y amabilidad; que aprendan el arte de la atención compasiva, el pensamiento compasivo y el compor­tamiento compasivo. Los estudios de Gilbert llevados a cabo en los últimos dos años demuestran que esta técnica funciona, incluso con pacientes con problemas graves. Tenga compasión, por favor. Desde Epicuro hasta Buda, de los experimentos de Davidson a los tests de la psicología positiva o los ejercicios de imaginería de Gilbert, todos los especialistas tienen dos cosas muy claras. Una: podemos transformar nuestra mente para ser más felices. Dos: el camino hacia la felicidad pasa por la relación compasiva con los demás. Uno no puede ser feliz si su entorno no es feliz, y si uno es feliz hará todo lo posible para que su entorno sea feliz. El verdadero futuro de la felicidad parece destinado a trascender los límites individuales y convertirse en una transformación social.
(continuará)
Elisabeth Riera

domingo, 14 de diciembre de 2008

Oda a la alegría


Dedicada a unos "carissimi amici"

Hoja verde
caída en la ventana,
minúscula
claridad
recién nacida,
elefante sonoro,
deslumbrante
moneda,
a veces
ráfaga quebradiza,
pero
más bien
pan permanente,
esperanza cumplida,
deber desarrollado.
Te desdeñé, alegría.
Fui mal aconsejado.
La luna
me llevó por sus caminos.
Los antiguos poetas
me prestaron anteojos
y junto a cada cosa
un nimbo oscuro
puse,
sobre la flor una corona negra,
sobre la boca amada
un triste beso
Aún es temprano.
Déjame arrepentirme
Pensé que solamente
si quemaba
mi corazón
la zarza del tormento,
si mojaba la lluvia
mi vestido
en la comarca cárdena del luto,
si cerraba
los ojos a la rosa
y tocaba la herida,
si compartía todos los dolores,
yo ayudaba a los hombres.
No fui justo.
Equivoqué mis pasos
y hoy te llamo, alegría.

Como la tierra
eres
necesaria.

Como el fuego
sustentas
los hogares.

Como el pan
eres pura.

Como el agua de un río
eres sonora.

Como una abeja
repartes miel volando.

Alegría,
fui un joven taciturno,
hallé tu cabellera
escandalosa.

No era verdad, lo supe
cuando en mi pecho
desató su cascada.

Hoy, alegría,
encontrada en la calle,
lejos de todo libro,
acompáñame:
contigo
quiero ir de casa en casa,
quiero ir de pueblo en pueblo,
de bandera en bandera.
No eres para mí sólo.
A las islas iremos,
a los mares.
A las minas iremos,
a los bosques.
No sólo leñadores solitarios,
pobres lavanderas
o erizados, augustos
picapedreros,
me van a recibir con tus racimos,
sino los congregados,
los reunidos,
los sindicatos de mar o madera,
los valientes muchachos
en su lucha.

Contigo por el mundo!
Con mi canto!
Con el vuelo entreabierto
de la estrella,
y con el regocijo
de la espuma!

Voy a cumplir con todos
porque debo
a todos mi alegría.

No se sorprenda nadie porque quiero
entregar a los hombres
los dones de la tierra,
porque aprendí luchando
que es mi deber terrestre
propagar la alegría.
Y cumplo mi destino con mi canto.
Pablo Neruda

viernes, 12 de diciembre de 2008

La fórmula de la felicidad (I)


Neurocientíficos, filósofos, psicólogos y budistas encuentran la felicidad en lugares diversos, pero todos alcanzan dos certezas: el escenario no es el yo, sino el nosotros, y, esté donde esté, a ser feliz se aprende.
Tras una búsqueda de más de 2.500 años, el cerco sobre la felicidad se estrecha. Los neurocientíficos dicen haberla visto a través de un monitor, en forma de ondas cerebrales gamma. Los filósofos siguen sus huellas en los textos clásicos, y los monjes budistas dicen sentir su presencia al sentarse en la posición del loto, cerrar los ojos y recitar un mantra. La nueva corriente de la psicología positiva, en cambio, sostiene que la persecución es vana: la felicidad debe (y puede) construírsela uno mismo mediante técnicas muy concretas que todos podemos aprender. La buena noticia es que, por primera vez, científicos, filósofos, psicólogos y meditadores han decidido poner sus pesquisas en común. El resultado: un conocimiento minucioso de la anatomía de la felicidad y sus causas. La felicidad, por fin, parece estar al alcance de nuestra mano.El largo recorrido que nos ha llevado hasta este punto arrancó antes de la era cristiana en las ágoras atenienses, donde nació una nueva ciencia que daría mucho que hablar: la filosofía. Nombres como Platón, Sócrates, Séneca o Epicuro fueron algunos de sus hijos más insignes, los primeros en elevar preguntas fundamentales sobre el hecho de ser humanos y de cómo los seres humanos podíamos alcanzar la felicidad. Pero hasta hace muy poco, para la mayor parte de la sociedad sus enseñanzas quedaban relegadas a los libros de historia, sin conexión con la vida moderna y, por supuesto, sin efecto sobre nuestra capacidad de ser más o menos felices. Todo esto cambió en los albores del siglo XXI. Exactamente en el año 2000, un filósofo de nuestro tiempo, Alain de Botton, puso a los viejos filósofos a la orden del día en un libro que vendió cientos de miles de ejemplares en todo el mundo: Las consolaciones de la filosofía. En él demostraba que las palabras de los clásicos eran perfectamente válidas para dar respuesta a las inquietudes del hombre moderno y a la eterna búsqueda de la felicidad. El pasado 9 de octubre, De Botton participó en la II Conferencia Europea sobre la Felicidad y sus Causas, organizada en Londres por el World Happiness Forum, una institución internacional sin ánimo de lucro que propicia encuentros multidisciplinares sobre el tema. Allí, De Botton insistió en que, por muchos siglos que hayan pasado, la llave de la felicidad sigue en manos de los filósofos clásicos.

La fórmula occidental
En el año 306 a.C., Epicuro fundó una institución filosófica cuyo objetivo era promover la felicidad, según una definición propia que aseguraba que “el gozo es el principio y el fin de una vida dichosa”. Esta afirmación dio pie a numerosos equívocos. Ya en sus tiempos, Epicuro era tachado por sus vecinos de depravado, y circularon en Atenas bulos sobre las orgías gastronómicas y sexuales que se celebraban a diario entre las paredes de su escuela. ¿A qué si no podría referirse el sabio cuando predicaba una vida dedicada al placer? Muchos se habrían sorprendido si se hubieran atrevido a franquear las puertas de su casa: una vivienda sencilla, en la que la comida era escasa, procedente casi en su mayoría de las hortalizas cultivadas en su propio huerto, más agua que vino, ropas sencillas y, entre sus habitantes, un ambiente de recogimiento y amabilidad. “Lo único que sucedía –aclara De Botton– era que, tras un examen racional, Epicuro había llegado a conclusiones sorprendentes sobre las auténticas fuentes de la vida placentera.” Su particular fórmula de la felicidad constaba de amistad, libertad y reflexión a partes iguales. El filósofo predicó con el ejemplo y eligió vivir de acuerdo con sus ideas.Amistad: escogió una casa grande en el barrio ateniense de Melite y allí vivió rodeado de amigos. Tenían aposentos privados y espacios comunes, donde comían juntos, conversaban y reflexionaban. Según el filósofo griego, “de todos los medios de los que se arma la sabiduría para alcanzar la dicha en la vida, el más importante con mucho es el tesoro de la amistad”.Libertad: según explica Alain de Botton, “con el fin de no verse obligados a trabajar para gente que no era de su agrado ni a satisfacer eventualmente caprichos humillantes, se apartaron de las ocupaciones en los negocios de la vida ateniense e instauraron lo que bien podría describirse como una comuna, aceptando un estilo de vida más simple a cambio de independencia. Tendrían menos dinero, pero jamás se verían obligados a cumplir las órdenes de odiosos superiores”. Para sustentar esta vida autónoma, se compraron un huerto y cultivaron sus propios vegetales. Reflexión: Epicuro no halló mejor herramienta para combatir la ansiedad que la reflexión. Sostenía que, a la luz de la razón, las angustias concernientes al dinero, la muerte o lo desconocido se alivian. Sostenía que esa era la única forma de aliviarlas. No en vano la razón es la piedra angular del pensamiento occidental y de nuestra concepción de la felicidad. Pero esto, claro, es sólo un punto de vista.

La meditación oriental
De la antigua filosofía budista nos llega otra visión del mundo y de la felicidad que cada vez gana más adeptos en Occidente. Propone cambiar la razón por la compasión. En la misma conferencia sobre la felicidad en la que De Botton mostraba su fe en el pensamiento occidental, participaba el monje budista Matthieu Ricard, traductor y asesor personal del Dalai Lama. Francés de nacimiento, Ricard vivió su juventud en París y se doctoró en Genética Celular por el Instituto Pasteur, hasta que un buen día decidió abandonarlo todo y marcharse a Katmandú para estudiar las enseñanzas budistas. Hace 30 años que reside en el monasterio Shechen, pero a menudo abandona la paz de las montañas para encerrarse en un laboratorio donde él mismo es sujeto de numerosos experimentos en los que se analizan los efectos de la meditación sobre el cerebro. Por los resultados de estos tests, se considera a Ricard el hombre más feliz del mundo. En el 2003 escribió el exitoso libro En defensa de la felicidad. Sus primeras palabras en la conferencia parecen una andanada contra Epicuro: “Uno de los principales errores en la concepción de la felicidad es confundirla con las sensaciones placenteras –afirma–, “pero las sensaciones placenteras no son fiables porque dependen de las circunstancias externas. La auténtica felicidad es casi lo opuesto a eso. Es ser invulnerable a las condiciones externas. Ese tipo de felicidad te ofrece las herramientas para hacer frente a los altibajos de la vida con ecuanimidad, fortaleza interior, libertad, compasión y coraje. Sukha es el término budista que describe ese estado. Es una manera de ser que contiene estas cualidades, que todos poseemos potencialmente y que podemos entrenar y cultivar, como cualquier habilidad. Cuanto más las experimentes, más profundas, más estables y vastas serán”. Ricard está hablando de cualidades como la libertad interior, la paciencia, y la humildad como antídotos a las adicciones, la ira o el orgullo. Y la herramienta para cultivarlas es la meditación. “Lo que determina nuestras experiencias es la mente –afirma–, y la mente puede ser transformada. La mente puede cultivarse para dejar de ser una fuente de sufrimiento.”La conclusión, a fin de cuentas, no está tan alejada de la de Epicuro. Pero ¿es posible conseguir ese estado de paz mental sin abandonar la vida mundana ni marcharse a las montañas de Nepal? La respuesta, según los más avanzados neurocientíficos del mundo, es un contundente sí. (continuará)
Elisabeth Riera

jueves, 11 de diciembre de 2008

El cerebro más emocional

Tengo la extraña sensación de haberme metido por descuido en la clínica médica de uno de los episodios de “Star Trek”... El doctor Greg Siegle dirige el laboratorio de neurociencia emocional de la Universidad de Pittsburgh, en Estados Unidos.
Está sentado junto a Sandra, una joven con depresión. En lugar de hacerle preguntas sobre su estado actual que le ayuden a comprender su enfermedad, como se hace en cualquier departamento de Psiquiatría, le muestra un escáner de su cerebro. Le señala una región que se puede ver claramente que está sobreactivada. Se trata de un núcleo con forma de almendra que se encuentra a ambos lados del cerebro denominado amígdala. Esta se oculta en lo más profundo del cerebro emocional, el más arcaico, y es una parte del cerebro que tienen incluso los reptiles, pero no posee ninguna de las capacidades analíticas ultrasofisticadas con las que cuenta nuestro cerebro cortical.Sin embargo, esta zona es la primera que percibe las imágenes, los sonidos, los olores, las sensaciones procedentes del exterior anticipándose al resto del cerebro y activando una reacción emocional inmediata: miedo, ira, rabia. La amígdala es la centinela del cuerpo: siempre al acecho, encargada de vigilar cualquier signo de amenaza y de activar la alarma cuando es necesario.Pero en el cerebro de Sandra –como en el de la mayor parte de los pacientes con depresión estudiados por Greg Siegle– la amígdala se ha vuelto demasiado sensible, sin duda a causa de las heridas causadas por la vida. Les basta con leer palabras que les recuerden que algo va mal y su amígdala activa una alarma desacertada. Palabras como “débil”, “fracasado”, “inútil”, “incapaz” son desencadenantes frecuentes. O también “abandono”, “soledad”, “muerte”...Sandra le cuenta al doctor Siegle cómo su cerebro se centra solo en sus preocupaciones: si se pone a pensar en un problema que tiene con su hermana o bien en todo el trabajo que no ha tenido tiempo para hacer en la oficina, no puede dejar de pensar. Sabe perfectamente que esta actitud no sirve de nada, pero tampoco puede pararlo. Greg Siegle le muestra la otra región de su cerebro que no funciona con normalidad: su cortex prefrontal. Esta es la región del cerebro responsable del control de las emociones, de la proyección que tenemos en el futuro, la que permite renunciar a un placer inmediato (otro trozo de chocolate, por ejemplo) a cambio de lograr un objetivo más abstracto y distante en el tiempo (en este caso, seguir delgado). Igualmente es la región del cerebro más desarrollado en los humanos en relación al resto de mamíferos. En el caso de Sandra –y de los pacientes con depresión– solo funciona una parte “acotada”, según como puede apreciarse en su escáner. Por este motivo, invertir energía en proyectos de futuro se convierte en algo muy complicado. Y controlar la hiperactividad de la amígdala, que reacciona ante el menor signo negativo, resulta cada vez más incontrolable... Debido a esto, Sandra tiene la sensación de no ser capaz de encauzar sus ideas negativas, ni de imaginar un futuro más positivo. La terapia cognitiva para el tratamiento de la depresión ha demostrado, desde hace mucho tiempo, su eficacia. Esta identifica esos pensamientos automáticos y degradantes tan frecuentes en la depresión: “Soy un inútil”, “No lo conseguiré jamás”, “De todas formas, nunca he tenido suerte”, etc. Además, parecido a lo que ocurre con la meditación, pide al paciente que se imagine cuando tiene ese tipo de pensamientos en lugar de centrarse en ellos. Después de todo, solo son pensamientos depresivos. Es necesario valorar de forma consciente su solidez. ¿Están fundados en hechos reales? ¿No son más bien generalizaciones demasiado exageradas? ¿Qué le diríamos a nuestro mejor amigo si fuera él el que se acusara de forma tan dura? ¿O a nuestro hijo? ¿Por qué estas acusaciones son más verídicas cuando se refieren a nosotros mismos que cuando son los demás quienes se las infligen?Al aprender a analizar con perspectiva las acusaciones activadas por una amígdala demasiado inquieta, la actividad del cortex frontal se refuerza progresivamente, algo parecido a cuando un músculo se fortalece al hacer ejercicio. Y cuando el cortex prefrontal se refuerza, vuelve a tomar la delantera, hace que la amígdala se serene y nos permite proyectarnos de nuevo frente al futuro con determinación y confianza. Esto es lo que ha experimentado Sandra después de varias sesiones de terapia. Es lo que todos tenemos la oportunidad de aprender; al lograr controlar los pensamientos negativos, contribuimos a reequilibrar nuestro cerebro.

David Servan-Schreiber

viernes, 21 de noviembre de 2008

¿Qué es la identidad? ( y II)

En realidad la identidad no es una cosa (un objeto) y mucho menos un órgano del cerebro. Es -sobre todo- una conceptualización que procede del hecho de sentirse algo distinto al magma común de nuestros congéneres. La dificultad naturalmente procede del hecho de que al mismo tiempo hay que mantener un cierto anclaje en la realidad de que todos los humanos formamos una misma especie y que por tanto “tengo más en común con mi vecino, incluso con mi enemigo que con cualquier otra criatura de la Tierra”. Esta contradicción es la base de profundos malestares entre las personas concretas y al mismo tiempo representa teóricamente un dilema metafísico de indudable interés entre la similitud y la diferencia que es la base metodológica con la que clasificamos la realidad.
Si a un niño pequeño le damos objetos de distintos tamaños, colores y formas observaremos que ya el infante es un perfecto clasificador ¿Distinto o similar? El niño clasificará bien por tamaño, bien por color o bien por forma según sus preferencias, agrupará o separará los objetos según el criterio que adopte en cada momento, pero más adelante cuando ya sepa hablar y categorice el mundo se encontrará con una dificultad sobreañadida en su tarea de clasificar: además de objetos existen conceptos y los conceptos como abstracciones que son pueden ser contradictorios entre sí; decimos entonces que son contrarios u opuestos: bueno-malo, noche-día, valiente-cobarde, guapo-feo y que son por tanto contradictorios lógicamente, no pueden darse a la vez, lo que nos obliga a un tipo de pensamiento de exclusión o categorial. Si elige uno será para abandonar otro, de esta manera el mundo gracias a nuestro pensamiento simbólico va perforando la realidad y dividiéndola paulatinamente en diversos mundos que sólo podemos habitar uno por vez y que socavan nuestro pasado que ya no podrá volver a vivirse. Una vez dividida la realidad en conceptos opuestos no se puede sino estar en uno de ellos instalado, mientras el otro opuesto se ignora (o se añora) definitivamente.
En este sentido la identidad siempre se asienta en una falacia categorial: o se es guapo o se es feo, o se es inteligente o se es limitado. La mayor parte de la población, que discurre por el centro de estas polaridades, no se encuentra allí por haber realizado una síntesis con los contrarios sino porque estos contrarios no han sido lo suficientemente significativos individualmente como para constituirse en atractores, es decir en metapreferencias. Uno/a solo se considerará atractivo/a o feo/a si la belleza en sí misma ha logrado constituirse en metapreferencia. Y eso es una elección, un acto intencional que usualmente se hace a través de otro de los fundamentos de lo humano: la manía de compararnos con los demás que a su vez bifurca el mundo en dos nuevas posibilidades: la envidia y la admiración. Sólo podemos envidiar o admirar aquello que -en el otro- desearíamos poseer si bien de las dos elecciones la envidia es la peor metapreferencia que puede hacerse cuando uno anda comparándose.
No hay identidad sin otro con el que compararse, pues compararse es una de las primeras operaciones cognitivas con intención objetal que se dan en los niños. Una de las primera decisiones que toma el niño (y que consiguientemente dividirá el mundo en dos) es ésta: ¿Qué quiero ser? ¿papá o mamá?. La segunda es ¿Cómo quiero ser? ¿Como papá o como mamá? Y esta es la tercera: ¿dónde seré? ¿en la posición de papá o en la posición de mamá?. Naturalmente estas elecciones tienen mucho que ver no sólo con las identificaciones sexuales sino tambien sobre eso que llamamos personalidad y el lugar que ocuparemos entre esos mundos escindidos que nuestra manía categorial han propiciado.

martes, 18 de noviembre de 2008

No sé si es mejor que dure

Que algo dure no siempre significa que es más verdadero. Tendemos a creer que la mejor garantía de la autenticidad de una relación radica en que prosigue.
Tampoco es adecuado considerar que solo es creíble si es fugaz. También en esto el tiempo es variable. Una amistad y un amor han de lucir el brillo de la intensidad, aunque puedan tener formas bien discretas. No es necesario un incendio para que haya luz. No ignoramos que la insistencia y la persistencia apuntan alguna consistencia. Por eso, esas miradas compartidas, dilatadas en el tiempo, esa compañía en la búsqueda, esa soledad habitada con alguien, que puebla sus vidas, nos producen tanta admiración y una extrañeza no siempre mayor que a ellos mismos. La sorpresa nace del asombro por algo diferente que porque simplemente se mantiene. En definitiva, el puro durar de lo igual, su dilatarse sin más, no sería alegría sino aburrimiento.Sin embargo, es indispensable no olvidar que el tiempo hace su propio trabajo. No solo en nuestros cuerpos, labra nuestros ánimos, nuestras almas. No somos simplemente en el tiempo. Somos tiempo, y si nosotros no lo hemos comprendido aún, sí lo saben nuestras relaciones. Dejar que el tiempo haga lo que le corresponde es importante en el duelo, y también en el amor, que es otra de sus formas. O viceversa, que sobre esto hay teorías. El temor de la pérdida y la posible despedida también lo constituyen. Ni la repetición ni la reiteración son simples constataciones del interés de algo, o por algo, pero cuando una y otra vez, día tras día, es posible habitar determinada compañía, desearla, se va produciendo una convicción, la de que en última instancia estaríamos mucho peor sin él, sin ella. No es una resignación, ni una rendición, es una preferencia. A su lado es mejor. El tiempo nos ha mostrado que es así. Y tal es la maravilla, la de lo que permanece en el devenir de nuestras vidas. Con todo, es improcedente alargar, prolongar el tiempo aún constatando que ya no hay ni juego, ni risa, ni complicidad, ni proyección alguna, en la espera de que ocurra algo distinto de un implacable deterioro. La efectiva comprobación de la verdad de una relación no es su durar. Es un síntoma, que ha de acompañarse de otros. Sí lo es la voluntad de que viva, que no es un mero anhelo, sino una acción, que es otra de las formas del amor. Su verdad no siempre la escribe el calendario. No sé si es mejor que dure, pero me gustaría preferirlo

Ángel Gabilondo

jueves, 6 de noviembre de 2008

¿Qué es la identidad? (I)


Hablar de la identidad es casi tan difícil como hablar de la personalidad, se trata de un concepto intuitivo que procede de nuestra conciencia recursiva y que tiene que ver con la teoría de la mente, es decir con la existencia de procesos metacognitivos que tienen relación con el devenir histórico del Si- Mismo. Todos tenemos conciencia de ser los mismos a pesar del paso del tiempo y a pesar de haber cambiado. Esta paradoja se explica por ese sentido de continuidad que llamamos el Yo, a partir de ese constructo llamado identidad que permanece estable a pesar de sus necesarias mudanzas, algo parecido a lo que sucede con el carácter y al constructo que lo anima, el rasgo, en oposición al estado que es algo que “nos sucede”, una especie de ruptura en el devenir vital mientras que el rasgo es algo que nos acompaña con matizaciones desde el principio hasta el fin de nuestra vida. El rasgo puede ser pues uno de los cementos que sostienen la identidad y probablemente lo que lo hace tan resistente a la extinción. Sorprendentemente los estados patológicos oscurecen los rasgos premórbidos de tal manera que durante determinados estados graves el rasgo, es decir el carácter parece disolverse, desaparecer o de alguna forma modificarse.
Tambien la edad, el paso del tiempo, consigue difuminar, en este caso caricaturizar, determinados rasgos previos. Todo parece indicar pues que el carácter es mudable al mismo tiempo que se mantiene firme por decisión del Yo. Los rasgos serían como las vigas de la personalidad, su estructura central.
Teóricamente sabemos que la identidad se construye a partir de un núcleo indiferenciado que se rellena a partir de las primitivas identificaciones precoces con nuestros progenitores, algo que solo sabemos teóricamente porque de esas identificaciones no tenemos ninguna noticia más allá de la observación de bebés y de la teoría del apego que le sirve de soporte y que efectivamente nos permite clasificar determinadas conductas y a suponer un efecto psíquico determinado; sin embargo la íntima composición intrapsíquica de estas primitivas identificaciones son absolutamente desconocidas y sólo suponemos que existen a partir de ciertos constructos teóricos como el de Bowlby.
Usualmente nuestra identidad cognitiva está compuesta de una amplia amalgama de hechos memorizados; nuestro cuerpo y nuestro nombre, nuestra profesión y nuestro entorno facilitan las cosas al embrollo que plantea la pregunta ¿Quién eres?. Más allá de algunos lugares comunes, hábitos, costumbres, creencias y actividades nadie sabría contestar a esa pregunta, lo que parece señalar que se trata de una dificultad parecida a la que se nos plantea cuando tratamos de discriminar qué es carácter y qué es una enfermedad crónica que se establece sobre la personalidad entera y llega a un oscurecimiento o borramiento de la diferencia. Todo parece señalar en la dirección de que cualquier identidad es ilusoria, y que se establece sobre un montón de creencias, metapreferencias e identificaciones secundarias que van surgiendo sobre la marcha del devenir y que tienen mucho de accidentales o casuales aunque siempre sean intencionales, pues no hay acto volitivo sin intencionalidad. Lo que es cierto es que construirse una identidad propia y fuerte, desgajada del común correlaciona con un buen estado mental al menos en nuestro entorno, casi tanto como poseer una buena inmunidad y resistencia a las infecciones. Por el contrario aquellas personas que no han logrado establecer una sólida identidad se enfrentan -al menos en nuestra cultura- a riesgos psiquiátricos múltiples que proceden de un sentimiento de ineficacia y a un bajo autoconcepto que tiene su origen en el fracaso de una diferenciación con los demás.
Esta diferenciación con los demás comienza en el mismo lugar donde se estableció el apego, fundamentalmente en la familia y representa un conflicto difícil de superar. Diferenciarse de los padres a los que se ama y se necesita es vital para un adolescente y una tarea llena de obstáculos aunque inevitable porque se trata de encontrar un lugar en el mundo (ser-en-el-mundo), una diferenciación clara de los otros (Yo-no-Yo) y una identidad sólida, lo que significa llegar a ser alguien único e irrepetible. Este hecho por sí mismo ya nos señala que son precisamente los adolescentes, los sujetos que enfrentan esta dificultad, aquellos que representan un grupo de riesgo para los trastornos de identidad, aunque no son los únicos porque en todas las transiciones del devenir vital se pone en juego nuestra identidad con independencia de la edad.
(Continuará)

domingo, 2 de noviembre de 2008

Dichas


Dichosos los que saben reírse de sí mismos, porque no terminarán nunca de divertirse.
Dichosos los que saben distinguir una montaña de una piedra, porque se evitarán muchos inconvenientes.
Dichosos los que saben descansar y dormir sin buscar excusas: llegarán a ser sabios.
Dichosos los que saben escuchar y callar: aprenderán cosas nuevas.
Dichosos los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse en serio: serán apreciados por sus vecinos.
Dichosos los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables: serán fuente de alegría.
Dichosos los que saben mirar seriamente a las cosas pequeñas y tranquilamente a las cosas importantes: llegarán lejos en esta vida.
Dichosos los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desaire: su camino estará lleno de sol.
Dichosos los que interpretan con benevolencia las actitudes de los demás, aún contra las apariencias: serán tomados por ingenuos, pero es el precio justo de la caridad.
Dichosos los que piensan antes de actuar: evitarán muchas tonterías.
Tomás Moro

sábado, 25 de octubre de 2008

Piedras


Piedras materiales

Hay quien compra lo que en realidad

no desea, ni necesita para impresionar

a quien no conoce o no le cae bien,

con el dinero que no tiene y debe

pedir prestado, acumulando a la larga

demasiados "demasiados", que le llevan

a hipotecar su vida.


Piedras emocionales

Si tienes un amor, déjalo libre;

si vuelve a ti es porque es tuyo;

si no vuelve es porque nunca lo fue.

Álex Rovira

domingo, 19 de octubre de 2008

Muros


Hacer caer los muros
o pasarte la vida arañándolos.
Averiguar quién eres realmente
o continuar viviendo esa mentira que llamas yo.
Ver tu verdadero rostro
o seguir aferrado a esa mascarada
que te devuelven los espejos
y las fotos de primera comunión.
Vivir sin temor al sufrimiento
o sobrevivir en la cómoda
ficción de tu mazmorra.
Derribar los muros
que te protegen y te ciegan,
dejarte llevar por el fabuloso caos que es la vida
o persistir en ese simulacro de orden que es tu prisión.
Alexis Ravelo

miércoles, 15 de octubre de 2008

Crecer contigo


Hay personas con las que se crece. Uno no sabría muy bien a qué responde el que a su lado nuestro espíritu fructifique y se esponje. No son necesaria, ni estrictamente las mejores, pero resultan determinantes para nosotros. No se excluye que también podrían serlo para los demás, aunque esto habría de verse.
En todo caso, son aire limpio para nuestros fatigados pasos. Da gusto estar con ellas. No es que resulten agradables, aunque eso siempre sea preferible, es que nos convocan, sin necesidad de proponérselo, a lo mejor de nosotros mismos. Es como si su mera presencia, incluso su existencia, nos impulsara a no conformarnos con la mediocridad de muchas de nuestras posibilidades. Nos desafían a buscar, a perseguir y, sobre todo, a soñar.Bien se sabe que sin afecto no hay modo de crecer. Ni físicamente ni en modo alguno. Bien se conoce que ello implica un trato, un comportamiento, un cuidado, una atención, un conjunto coordinado de detalles. Ya dijo el filósofo que crecer es un movimiento, y no simplemente lo es el desplazamiento o el traslado, o el cambio de lugar. Es una generación, una fecundación, una maduración de frutos no siempre previsibles. Cuando crecemos con alguien no solo se modifican las magnitudes, también la densidad, la intensidad. Y todo tiene otro colorido y otro calor. La implementación supone en tal caso una diversidad de posibilidades que se parecen a un saber estar, pero que son un saber ser, en cada caso, pertinentes, adecuados, ajustados. Hay quienes nos hacen ver desde otro lugar, nos sitúan en otro ámbito y de otro modo. Nos aportan otros senderos, nos abren otros mundos. Entonces, las cosas nos afectan ya de manera diferente. Crecer mesuradamente es no confundir el necesario entusiasmo con la descontrolada euforia, ni la serenidad y la pasión precisas con la pasividad o la aceleración. Crecer no es solo sentir un aumento, es experimentar un incremento. No es cuestión de expandirse, sino de alzarse. Y con otro, con otros. Crecemos juntos.
Contigo crezco de modo muy singular, resultan más próximos mis sueños, más viables mis deseos, me atrevo más y me atrevo a más, soy capaz de desafíos y de riesgos, no apagas ni agostas mis proyectos, me propongo, persigo, no me resigno, no me rindo, me dispongo, me entrego, me doy. Crecer es no llegar nunca del todo, no alcanzar de modo definitivo, no darse por acabado o por vencido. Crecer es una acción, no una actividad ni un conjunto de actividades. Crecer de verdad no es solo un cambio de tamaño. Implica un atrevimiento. Tal vez el de quererse, tal vez el de querer. Contigo es menos difícil. Creces conmigo.
Ángel Gabilondo

lunes, 13 de octubre de 2008

Deseo


Anda
quítate el vestido, las flores y las trampas
ponte la desnuda violencia que recatas
y ven a mis brazos
dejemos los datos
seamos un cuerpo enamorado

Anda
deja que descubra los montes de tu mapa
la concupiscencia secreta de tu alma
y ven a mis brazos
dejemos los datos
seamos un cuerpo enamorado

Anda
pídeme que viole las leyes que te encarnan
que no quede intacto ni un poro en la batalla
y ven a mis brazos
dejemos los datos
seamos un cuerpo enamorado

Anda
dime lo que sientes
no temas si me mata
que yo solo entiendo tus labios como espadas
y ven a mis brazos
dejemos los datos
seamos un cuerpo enamorado
Luis Eduardo Aute

martes, 7 de octubre de 2008

Mil y una noches en tus ojos


Me miras: el presente son tus ojos,

unos instantes que se desvanecen

y no puedo cambiar: pero también

son un mañana que ya estaba escrito

en el fugaz espejo de la infancia.

Y se convertirán en el ayer,

la suma indiferencia de los años.

Después serán recuerdo, un mundo gris

donde te mire aunque no pueda verte.

Tras el recuerdo habrán de ser olvido:

nadie sabrá por qué estabas mirándome

ni por qué hay este pozo en tu lugar.

Cada instante una historia diferente

de las mil y una noches en tus ojos.

Joan Margarit

domingo, 5 de octubre de 2008

He aprendido


He aprendido... que no puedo hacer que alguien me ame, sólo convertirme en alguien a quien se pueda amar; el resto ya depende de los otros.

He aprendido... que por mucho que me preocupe por los demás, muchos de ellos no se preocuparán por mí.

He aprendido... que se pueden requerir años para construir la confianza y únicamente segundos para destruirla.

He aprendido... que lo que verdaderamente cuenta en la vida no son las cosas que tengo alrededor sino las personas que tengo alrededor.

He aprendido... que puedo encantar a la gente por unos 15 minutos; después de eso necesito poder hacer más.

He aprendido... que no debo compararme con lo mejor que hacen los demás, sino con lo mejor que puedo hacer yo.

He aprendido... que lo más importante no es lo que me sucede sino lo que hago al respecto.

He aprendido... que hay cosas que puedo hacer en un instante que ocasionan dolor durante toda la vida.

He aprendido... que es importante practicar para convertirme en la persona que yo quiero ser.

He aprendido... que es muchísimo más fácil reaccionar que pensar y más satisfactorio pensar que reaccionar.

He aprendido... que siempre debo despedirme de las personas que amo con palabras amorosas: podría ser la última vez que las veo.

He aprendido... que puedo llegar mucho más lejos de lo que creí posible.

He aprendido... que soy responsable de lo que hago, cualquiera que sea el sentimiento que tenga.

He aprendido... que o controlo mis actitudes o ellas me controlan a mi.

He aprendido... que por muy apasionada que sea una relación en un principio, la pasión se desvanece y algo más debe ocupar su lugar.

He aprendido... que los héroes son las personas que hacen aquello de lo que están convencidas, a pesar de las consecuencias.

He aprendido... que aprender a perdonar requiere mucha práctica.

He aprendido... que el dinero es un pésimo indicador de valor de algo o alguien.

He aprendido... que con los amigos podemos hacer cualquier cosa o no hacer nada y tener el mejor de los momentos.

He aprendido... que a veces las personas que creo que me van a pisar cuando estoy caído son aquellas que me ayudan a levantar.

He aprendido... que en muchos momentos tengo el derecho de estar enfadado pero no el derecho de ser cruel.

He aprendido... que la verdadera amistad y el verdadero amor continúan creciendo a pesar de las distancias.

He aprendido... que simplemente porque alguien no me ama de la manera en que yo quisiera, no significa que no me ame a su manera.

He aprendido... que la madurez tiene más que ver con las experiencias que he tenido y aquello que he aprendido de ellas, que con el número de años cumplidos.

He aprendido... que nunca debo decirle a un niño que sus sueños son tontos; pocas cosas son más humillantes y qué tragedia sería si él lo creyera.

He aprendido... que por bueno que sea un buen amigo, tarde o temprano me voy a sentir herido por él y debo saber perdonarlo por ello.

He aprendido... que no siempre es suficiente ser perdonado por los otros; a veces tengo que perdonarme a mí mismo.

He aprendido... que por más fuerte que sea mi duelo, el mundo no se detiene por mi dolor.

He aprendido... que mientras mis antecedentes y circunstancias pueden haber influído en lo que soy, yo soy responsable de lo que llego a ser.

He aprendido... que a veces cuando mis amigos pelean, estoy obligado a tomar partido aún cuando no lo deseo.

He aprendido... que simplemente porque dos personas pelean, no significa que no se aman la una a la otra; y simplemente porque dos personas no discuten, no significa que sí se aman.

He aprendido... que no tengo que cambiar de amigos si comprendo que los amigos cambian.

He aprendido... que no debo ufanarme de averiguar un secreto; podría cambiar mi vida para siempre.

He aprendido... que dos personas pueden mirar a la misma cosa y ver algo totalmente diferente.

He aprendido... que hay muchas maneras de enamorarse y permanecer enamorado.

He aprendido... que sin importar las consecuencias, cuando soy honesto conmigo mismo llego más lejos en la vida.

He aprendido... que muchas cosas pueden ser generadas por la mente; el truco es el autodominio.

He aprendido... que por muchos amigos que tenga, si me convierto en su salvador, me sentiré solitario y perdido en los momentos en los que más los necesito.

He aprendido... que puedo cambiar mi vida en cuestión de horas ante la influencia de personas que ni siquiera me conocen.

He aprendido... que aún cuando pienso que no puedo dar más, cuando un amigo pide ayuda, logro encontrar la fortaleza para ayudarlo.

He aprendido... que tanto escribir como hablar puede aliviar los dolores emocionales.

He aprendido... que el paradigma en el que vivo, no es la única opción que tengo.

He aprendido... que los títulos sobre la pared no nos convierten en seres humanos decentes.

He aprendido... que las personas se mueren demasiado pronto.

He aprendido... que aunque la palabra amor pueda tener diferentes significados, pierde su valor cuando se usa con ligereza.

He aprendido... que es muy difícil determinar donde fijar el límite entre no herir los sentimientos de los demás y defender lo que creo.

Autor anónimo

miércoles, 1 de octubre de 2008

Sol de octubre

El sol de octubre ciñe
al paisaje maduro.
Otorga a lo que vive
su plenitud de fruto.
El aire se hace de oro,
se enjoya de susurros,
panal de los dulzores,
reino del ritmo puro,
melodía de flauta
que derrumba lo oscuro,
entra por la ventana,
dibuja desde el júbilo
seres con sosegada
vocación de desnudo,
criaturas del gozo
que llegan desde el otro mundo.
José Hierro

lunes, 22 de septiembre de 2008

Niño

Sigo en la oscuridad sin rostro. Sufre
el niño solitario que palpita en mis ojos,
perdido en la espiral de la congoja.
Él nada pide, escucha un porvenir desnudo.
Está oscuro y ausente y ya no me sonríe.
No sé cómo inducirlo a la alegría.
Con mis lágrimas calla y no puede dormir.
Parte soy de la niebla que no me ama.
Un latido delgado me anuda a lo que vivo,
ya no sabe si soy lo que aún soy
o soy lo que me niega tercamente.
Es tan raro el amor por uno mismo
que en su frontera tiembla con su envés
y a veces se intercambia o se suprime.
¿Cómo entender entonces la súbita piedad,
la sinrazón de un odio que a veces se conmueve
mostrándome su helada transparencia?
Justo Jorge Padrón

domingo, 21 de septiembre de 2008

La carencia

La creación nace de la carencia. La sentencia es y no es una mera obviedad. Lo es en cuanto, acaso, prácticamente toda invención y producción, responde a una demanda pujante. Pero no lo es en la medida en que más complejamente la tensión del desear algo sin la respuesta precisa conduce, más tarde o más temprano, a fabricar cualquier suerte de sucedáneo que aplaque la ansiedad de la insatisfacción. La creación no sería así otra cosa que este sucedáneo producido. El objeto deseado no se obtiene y en su lugar la creación ofrece un elemento de distracción.
Los seres humanos no son esos dioses que pueden tenerlo todo y en su lugar construyen remedos de poder. Remedos nacidos de su déficit de poder. Es así como la creación nace expresamente de la carencia. Y se abastece, además, golosamente de ella. Los pintores, los escritores, los arquitectos realizan sus obras mejores entre marcados límites, en las fisuras, en las coerciones que les fija el tiempo, la vista, la necesidad o la salud. De la carencia emerge la obra, de la ausencia intangible se alza el imago de la presencia, del vacío se obtienen los volúmenes de la escultura, de la memoria insuficiente se hila la narración.

Vicente Verdú

El otoño se acerca


El otoño se acerca con muy poco ruido:

apagadas cigarras, unos grillos apenas,

defienden el reducto

de un verano obstinado en perpetuarse,

cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.

Se diría que aquí no pasa nada,

pero un silencio súbito ilumina el prodigio:

ha pasado

un ángel

que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre

Ángel González