lunes, 30 de marzo de 2009

La intuición (y II)

La intuición es la percepción íntima e instantánea de una idea. La facultad de entender algo sin razonamiento, lógica ni análisis. Es una función para percibir la realidad. La intuición conduce a conocer la realidad en su totalidad, como un todo. La información no proviene del análisis de las partes, como lo hace la mente racional, sino que llega súbitamente. La intuición es algo que cualquiera ha experimentado. Uno sabe una cosa, pero no sabe cómo lo sabe. En los problemas de la vida diaria sería deseable utilizar ambas capacidades: el razonamiento lógico y el saber intuitivo para obtener los mejores resultados. Pero para eso tendríamos que desarrollar nuestro olvidado poder oculto: la intuición. Todos hemos experimentado alguna vez alguna ráfaga de comprensión instantánea o intuitiva. Pero también estamos bien entrenados para desestimarla ya que concedemos mucha más credibilidad a la lógica. Por esto, la intuición habla con una vocecita muy apagada en nuestro interior. Los expertos afirman que la intuición se puede desarrollar y que hay cuatro métodos básicos por los que se manifiesta el conocimiento intuitivo: el psíquico (cuando se olfatea un peligro), el emocional (la atracción o el rechazo inmediato por alguien), el mental (la solución instantánea de un problema intelectual) y el espiritual (cuando se produce una iluminación o ­revelación). Si bien existe un consenso desde todos los ámbitos sobre la existencia de un conocimiento intuitivo, la pregunta que queda por contestar es: ¿de dónde procede la información? ¿De nosotros mismos y nuestro inconsciente, de la conexión con la energía universal o divina, o del reconocimiento de patrones? Hoy en día, la ciencia cognitiva está revelando una mente inconsciente a la cual Freud no había hecho mención: el pensamiento se desarrolla tanto en el escenario como entre bastidores. Los estudios sobre procesamiento automático, información subliminal, memoria implícita, heurística, función del hemisferio derecho, comunicación no verbal y creatividad están desvelando nuestras capacidades intuitivas. El pensamiento, la memoria y las actitudes operan a dos niveles: el consciente/deliberado y el inconsciente/automático. A esto se le llama procesamiento dual. Esto quiere decir que sabemos más de lo que creemos que sabemos.
Para activar nuestro poder intuitivo se recomiendan algunas actividades cuyo objetivo es despertar nuestra percepción a hechos que solemos acallar por la razón. La vía de la apertura a otros tipos más directos de percepción se puede seguir por pasos:
1. Hacerse consciente del propio estado. Estar muy atento. En estado de relajación, tratar de ser consciente de las impresiones que se reciben a través de los sentidos: lo que huelo, lo que noto en mi cuerpo, lo que oigo.
2. Eliminar la automatización de las conductas. Cambiar la rutina diaria. Hacer las cosas en otro orden, a un ritmo distinto. Cambiar los itinerarios, comer de manera distinta. Mientras se hacen esos cambios, observar cómo uno se siente al expandir y modificar las rutinas.

3. Entrenarse en adivinar hechos sencillos. Por ejemplo, cuántos correos voy a recibir hoy sin preocuparse demasiado por la respuesta, pensar lo primero que venga a la mente.

4. Aprender a sentir la energía. Sentir la energía propia y la de los demás. Normalmente, el calor o la densidad indican un exceso de bloqueo de energía en esa área del cuerpo, causado por situaciones mentales, físicas, emocionales o espirituales que se manifiestan en un área específica de energía de la anatomía sutil. El frío o la liviandad a menudo indican una deficiencia de energía en esa área.
La gran capacidad intuitiva de hombres como Einstein y Jung sólo pudo ser apreciada por una cultura dominada por el intelecto porque esos hombres trasladaron el contenido de su intuición a una forma comprensible en términos intelectuales. Por eso sería deseable que nuestro mundo llegara a valorar con igual relevancia las dos formas de conocimiento: el intelectual y el intuitivo.

Memorias de Gabo


"Gracias a ella me enfrenté por vez primera con mi ser natural mientras transcurrían mis noventa años. Descubrí que mi obsesión de que cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario, todo un sistema de simulación inventado por mí para ocultar el desorden de mi naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuán poco me importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodíaco. (...) Me volví otro. Traté de releer los clásicos que me orientaron en la adolescencia, y no pude con ellos. Me sumergí en las letras románticas que repudié cuando mi madre quiso imponérmelas con mano dura, y por ellas tomé conciencia de que la fuerza invencible que ha impulsado al mundo no son los amores felices sino los contrariados. Cuando mis gustos en música hicieron crisis me descubrí atrasado y viejo, y abrí mi corazón a las delicias del azar. (...) Me pregunto cómo pude sucumbir en este vértigo perpetuo que yo mismo provocaba y temía. Flotaba entre nubes erráticas y hablaba conmigo mismo ante el espejo con la vana ilusión de averiguar quién soy. Era tal mi desvarío, que en una manifestación estudiantil con piedras y botellas, tuve que sacar fuerzas de flaqueza para no ponerme al frente con un letrero que consagrara mi verdad: Estoy loco de amor."
"Memoria de mis putas tristes"
Gabriel García Márquez

viernes, 27 de marzo de 2009

La intuición (I)

El espacio y el tiempo en los que se despliega nuestra existencia son nuestro campo de entrenamiento, en el que se supone que deberíamos aprender de las equivocaciones, los contratiempos, las pérdidas y las tragedias. Esta ambiciosa tarea exige un grado de sabiduría que pocas personas logran obtener completamente antes del final de sus vidas.
El aprendizaje es lento y doloroso. Los obstáculos son bofetadas que muchas veces nos hacen rendirnos y nos dejan sin ganas de aprender. A veces se transforman en heridas mal cicatrizadas que pueden condicionar el resto de nuestros días. Son muchas las veces que, ante una dificultad, daríamos lo que fuera por tener una percepción extrasensorial del futuro, un poderoso tercer ojo que nos ayudara a tomar las decisiones correctas, que nos proporcionara alguna seguridad, alguna pista que nos ahorrara el batacazo. Es en esos momentos cuando nos damos cuenta de lo poco que confiamos en nuestra capacidad de obtener conocimiento desde dentro de nosotros mismos, sin necesidad de analizar los datos recogidos, de cómo desconfiamos de nuestras corazonadas.

Este conocimiento que procede del interior, o quizá del universo, es lo que llamamos intuición. Estudios muy recientes indican que la intuición es el registro de la información proveniente de las redes neuronales que rodean las vísceras: el corazón, los pulmones, los intestinos… Se trataría de la sabiduría del cuerpo. Esta información se registra en el córtex prefrontal e influye sobre nuestro razonamiento y nuestras reacciones. La educación occidental se ha basado en la adquisición del conocimiento a partir de deducciones lógicas, en el estudio de cada parte de un problema para llegar a la solución. Nuestro método de percibir la realidad se ha apoyado en la lógica aristotélica, en la que no hay cabida para los matices de gris, la ambigüedad y los grados de probabilidad. Es un razonamiento derivado del lenguaje. A o no-A.

Más de cien años antes de Aristóteles vivió Buda, y su pensamiento, que influyó a todas las culturas orientales, sí reconocía la unidad de los opuestos. La ciencia actual vuelve a acercarse a Buda y utiliza otra forma de conocimiento más acorde con la realidad humana. Esta forma de pensar y de entender el mundo es la llamada lógica difusa (Fuzzy Thinking, Bart Kosko, 1993) La lógica difusa, o pensamiento difuso, permite captar los matices de la vida real, donde nada es absolutamente blanco o negro. Este razonamiento atiende a los matices de gris, las medias tintas, equilibrios de contrarios, verdadero y falso a la vez y las contradicciones. Para Buda, el camino de la perfección e iluminación no necesitaba las palabras. Había un cartel en el despacho de Albert Einstein que decía: “No todo lo que puede ser contado cuenta, ni todo lo que cuenta puede ser contado”. Las dificultades de la vida son problemas por resolver. Podrían ser similares a los problemas de matemáticas de la escuela, si no fuera porque en la vida nunca disponemos del planteamiento concreto y preciso de la tarea y casi siempre faltan elementos para abordarla: los postulados no suelen estar claramente expuestos. La complejidad de la vida requiere habilidades mentales que sobrepasan la lógica tradicional. Así se entiende la discrepancia que se observa entre el éxito académico o profesional y el éxito en el ámbito de los afectos. La razón es que los dos campos necesitan destrezas ­distintas. La excelencia en lo académico depende en gran medida de un razonamiento lógico y un tratamiento metódico de los datos. En el mundo de los afectos y de los sentimientos, se necesita la lógica difusa e incorporar información basada en la intuición. Es lo que actualmente se denomina inteligencia emocional. Es ahí donde el razonamiento humano se diferencia del razonamiento de un ordenador que funciona con la lógica binaria. De ahí que Gari Kasparov pudiera vencer en el juego de ajedrez a Deep Blue, un ordenador fabricado y programado para jugar al ajedrez. (continuará)

martes, 24 de marzo de 2009

¿Para qué sirve el cerebro?


Hace tiempo descubrimos que no bostezábamos, necesariamente, para oxigenarnos; resulta que el bostezo es uno de los pocos rasgos atrabiliarios heredado de especies antecesoras nuestras, como los chimpancés. El bostezo no sirve para nada –no entra más oxígeno, como creen a menudo las personas, desperezándose y bostezando–.Cuesta creerlo, pero es así. Ahora bien, si yo les digo que el cerebro tampoco sirve para nada o, más bien, que a estas alturas todavía no sabemos para qué sirve, seguro que no me creen. No obstante, cuando se mide la cantidad de energía, en este caso de oxígeno, que consume el cerebro de un individuo cuando intenta resolver un arduo problema matemático, pues resulta que apenas consume nada; ni le molesta; si acaso, le distrae de otras ocupaciones que no sabemos cuáles son. ¿En qué consume el 20 por ciento de la energía total disponible este órgano misterioso que sólo representa el dos por ciento del peso promedio de una persona?
Desde luego no en darnos una visión perfecta del mundo exterior. No nos la da y con razón. Recibe señales distorsionadas del sistema visual, auditivo, olfativo, táctil y gustativo, con las que reconstruye a su manera el mundo de afuera. El gran neurólogo Marcus Raichle y su equipo han descubierto que menos del diez por ciento de todas las sinapsis, es decir, los mensajes entre neuronas, acarrea información sobre el mundo exterior. ¿A qué dedica entonces su vida el cerebro?
A la luz de lo que antecede es lógico que a mis amigos neurólogos siempre les repita la siguiente pregunta. ¿Es cierto, como decís algunos de vosotros, que el cerebro es el órgano más sofisticado, no sólo del planeta, sino de todo el universo? O, por el contrario, ¿me tengo que creer a aquellos de vosotros que os referís al cerebro como a un órgano extremadamente imperfecto fruto de la evolución y el miedo? ¿En qué quedamos? ¿El cerebro es fabuloso o es mediocre?
Es cierto que al cerebro le hemos entregado las llaves de todos los resortes corporales. En términos evolutivos se ha pasado de una situación en la que unas mandíbulas, unos brazos y unos caparazones portentosos se apoyaban en un cerebro diminuto a una fase como la actual en la que un cuerpo diminuto, incluido el estómago y los sistemas defensivos, no sólo se apoya en un cerebro sobredimensionado, sino que se deja dirigir por él. Será por algo.
Así y todo subsisten enormes dudas. O si se quiere, somos conscientes de que apenas estamos empezando a saber algo de lo que nos pasa por dentro. ¿Cuál es la siguiente duda? Pues que los neurólogos como Marcus Raichle, que están profundizando ahora, por primera vez, en qué consume el cerebro la cuantiosa energía que gasta, nos están dando una respuesta cuestionada también por otros científicos. Veamos.
El cerebro utilizaría su energía en barajar los elementos constitutivos de la memoria y así predecir lo que va a ocurrir en el futuro. El cerebro serviría, sobre todo, para alertar e imaginar lo que se nos viene encima. Ahora bien, volvemos a movernos en aguas extremadamente movedizas. Uno de los consensos mantenidos hasta ahora por la comunidad científica ha sido que somos muy malos predictores del futuro. Grandes especialistas como Nassim Taleb, autor del best-seller El cisne negro –los cisnes suelen ser blancos–, han demostrado lo mediocres que somos cuando se trata de imaginar lo que va a ocurrir mañana. La prueba más innegable es la actual crisis económica mundial.
Afortunadamente, la revolución tecnológica iniciada a comienzos de los años 70 está permitiendo contemplar lo que pasa en el cerebro “en directo”. Falta muy poco para saber el final de la película.

domingo, 22 de marzo de 2009

Anónimo

De los retales de una vida, sale una canción, y de los sueños rotos en el corazón,
de ese amor perdido, del que no queda ya nada.
De las batallas perdidas, sale un ganador.
De las batallas ganadas, sale un perdedor.
De las sonrisas al viento, hay lágrimas derramadas.

Y los recuerdos al aire me besan la cara.
Sólo recuerdo lo bueno, de lo malo nada.
Aún queda tiempo para el viento, vaya donde vaya,
y que me lleve volando, a tocar a otra guitarra.
De los grandes subidones, siempre hay un bajón.
De las grandes amistades, siempre hay un traidor.
De los acordes mayores, es el más grande y menor.
De las grandes ocasiones, alguna hay mejor.
De los grandes perdedores, hay un ganador.

Del mejor del equipo, el latido del corazón.
Y los recuerdos al aire me besan la cara.
Sólo recuerdo lo bueno, de lo malo nada.
Aún queda tiempo para el viento, vaya donde vaya,
y que me lleve volando, a tocar a otra guitarra.
Y los recuerdos al aire me besan la cara.
Sólo recuerdo lo bueno, de lo malo nada.
Aún queda tiempo para el viento.
Y que me lleve volando, a tocar a otra guitarra.

viernes, 20 de marzo de 2009

Consejo de Kafka


"No hace falta que salgas de tu habitación. Quédate sentado ante tu mesa y escucha. Ni siquiera hace falta que escuches: simplemente, espera. Ni siquiera hace falta que esperes: simplemente, aprende a quedarte callado, quieto y a solas. El mundo se te ofrecerá libremente para que le quites la máscara. No tiene otra opción, caerá a tus pies en éxtasis"
Frank Kafka

lunes, 9 de marzo de 2009

Menos ideología y más educación emocional

La irrupción paulatina de la ciencia en la cultura popular está dejando al descubierto las fechorías realizadas en nombre del pensamiento dogmático. Muchos lectores me han pedido que desvele una parcela importantísima de lo que está ocurriendo con la educación de la infancia.
La experimentación científica ha puesto de manifiesto que “a lo largo de la vida resultan esenciales una mayor autoestima, una mejor capacidad para gestionar las emociones perturbadoras, una mayor sensibilidad frente a las emociones de los demás y una mejor habilidad interpersonal; pero los cimientos de todas estas aptitudes se construyen en la infancia”. Son palabras de
Daniel Goleman y Linda Lantieri, expertos en lo que ahora denominamos educación social y emocional. Otra manera de decir lo mismo es la llamada de algunos organismos internacionales para invertir recursos y esfuerzos en las técnicas del aprendizaje social y emocional: “Es el mejor atajo para que disminuya la violencia en las sociedades modernas”.
Se puede profundizar en el tema con "Inteligencia Emocional infantil y juvenil"
(Aguilar), libro de Linda Lantieri. Repasando los ejercicios prácticos sugeridos allí, que ayudan a desarrollar la capacidad de atención y de concentración de niños y adolescentes, se constata el tremendo error cometido por los dos bandos, igualmente dogmáticos, del Gobierno y la oposición, en torno a la asignatura de educación para la ciudadanía.
Esta disciplina pone énfasis, equivocadamente, en la difusión de valores que siempre serán sospechosos de derechas o de izquierdas. Las bibliotecas están llenas de relatos sobre valores: valores cristianos, valores que impiden o permiten el aborto, valores, en fin, emparentados con todo tipo de ideologías. Frente a esta plenitud de argumentos, se advierte la ausencia escalofriante de libros o asignaturas científicas sobre el aprendizaje social y emocional. ¿Qué es lo que echamos en falta o lo que echan en falta los niños al ir a la escuela?
Primero. Saber lo que les pasa por dentro. Comprender cómo la inseguridad y el miedo influyen en su comportamiento. Desarrollar un vocabulario emocional sólido con el que puedan comunicarse con el resto.
Segundo. Identificar los sentimientos de los demás para aprender a ponerse en su lugar. El desarrollo de la empatía permite construir una sociedad cohesiva.
Tercero. Aprender a gestionar las emociones básicas y universales. Son intangibles, pero son el único activo con el que se viene al mundo.
Cuarto. Diseñar, ejecutar y evaluar soluciones responsables a los problemas, y no adoptar posicionamientos dogmáticos, que no se han podido o querido comprobar.
Quinto. Resolver conflictos para mantener relaciones sosegadas con los demás. Rechazar aquellas decisiones que impliquen violencia o agresión.
Distintas pruebas científicas demuestran que los niños educados con prácticas afines a estos criterios son más felices, confían más en sí mismos y son más competentes social y emocionalmente. Además, resulta que una buena educación social y emocional también mejoraría nuestros maltrechos resultados académicos.
¿A qué estamos esperando, pues, para impartir aquellos rudimentos científicos que ilustren sobre la naturaleza y la gestión de las emociones básicas y universales, en lugar de los valores, ya sean de derechas o de izquierdas? Antes de atisbar la vida eterna o los valores de la democracia –todo llegará–, la infancia necesita calibrar el impacto insospechado del desprecio, controlar la ira o comprender los mecanismos para ponerse en el lugar del otro.

domingo, 1 de marzo de 2009

Hambre


Bien sabes que todos tenemos hambre: hambre de pan, hambre de amor, hambre de conocimiento, hambre de paz, hambre de amistad.

Este mundo es el mundo de los hambrientos.

El hambre de pan, melodramática, soflamera, ostentosamente, es el que más nos conmueve, pero no es la más digna de conmovernos.

¿Qué me dices del hambre de amor?¿Qué me dices de aquél que quiere que lo quieran y se pasa la vida sin que nadie le dé una migaja de cariño?

¿Y el hambre de conocimiento?¿El hambre del pobre de espíritu que ansía saber y choca brutalmente contra el zócalo de granito de la Esfinge?

¿Y el hambre de paz que atormenta al peregrino inquieto, obligado a desgarrarse los pies y el corazón por los caminos?

Todos tenemos hambre, sí, y todos, por lo tanto, podemos hacer caridad.

Aprende a conocer el hambre del que te habla...

Excepto el hambre de pan, todas se esconden. Cuando más inmensas, más escondidas...

Amado Nervo

Herido