martes, 18 de noviembre de 2008

No sé si es mejor que dure

Que algo dure no siempre significa que es más verdadero. Tendemos a creer que la mejor garantía de la autenticidad de una relación radica en que prosigue.
Tampoco es adecuado considerar que solo es creíble si es fugaz. También en esto el tiempo es variable. Una amistad y un amor han de lucir el brillo de la intensidad, aunque puedan tener formas bien discretas. No es necesario un incendio para que haya luz. No ignoramos que la insistencia y la persistencia apuntan alguna consistencia. Por eso, esas miradas compartidas, dilatadas en el tiempo, esa compañía en la búsqueda, esa soledad habitada con alguien, que puebla sus vidas, nos producen tanta admiración y una extrañeza no siempre mayor que a ellos mismos. La sorpresa nace del asombro por algo diferente que porque simplemente se mantiene. En definitiva, el puro durar de lo igual, su dilatarse sin más, no sería alegría sino aburrimiento.Sin embargo, es indispensable no olvidar que el tiempo hace su propio trabajo. No solo en nuestros cuerpos, labra nuestros ánimos, nuestras almas. No somos simplemente en el tiempo. Somos tiempo, y si nosotros no lo hemos comprendido aún, sí lo saben nuestras relaciones. Dejar que el tiempo haga lo que le corresponde es importante en el duelo, y también en el amor, que es otra de sus formas. O viceversa, que sobre esto hay teorías. El temor de la pérdida y la posible despedida también lo constituyen. Ni la repetición ni la reiteración son simples constataciones del interés de algo, o por algo, pero cuando una y otra vez, día tras día, es posible habitar determinada compañía, desearla, se va produciendo una convicción, la de que en última instancia estaríamos mucho peor sin él, sin ella. No es una resignación, ni una rendición, es una preferencia. A su lado es mejor. El tiempo nos ha mostrado que es así. Y tal es la maravilla, la de lo que permanece en el devenir de nuestras vidas. Con todo, es improcedente alargar, prolongar el tiempo aún constatando que ya no hay ni juego, ni risa, ni complicidad, ni proyección alguna, en la espera de que ocurra algo distinto de un implacable deterioro. La efectiva comprobación de la verdad de una relación no es su durar. Es un síntoma, que ha de acompañarse de otros. Sí lo es la voluntad de que viva, que no es un mero anhelo, sino una acción, que es otra de las formas del amor. Su verdad no siempre la escribe el calendario. No sé si es mejor que dure, pero me gustaría preferirlo

Ángel Gabilondo