domingo, 6 de diciembre de 2009

El valioso tiempo de los maduros


“Conté mis años y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante que el que viví hasta ahora...

Me siento como aquel chico que ganó un paquete de golosinas: las primeras las comió con agrado, pero cuando percibió que quedaban pocas, comenzó a saborearlas profundamente.

Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos sabiendo que no se va a lograr nada.

Ya no tengo tiempo para soportar a absurdas personas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.

Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
No tolero a maniobreros y ventajeros...

Me molestan los envidiosos que tratan de desacreditar a los más capaces para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.

Detesto la lucha por un majestuoso cargo: Las personas no discuten contenidos, sólo los títulos.

Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.
Quiero la esencia, mi alma tiene prisa... Sin muchas golosinas en el paquete...

Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.
Que sepa reír de sus errores.
Que no se envanezca con sus triunfos.
Que no se considere electa antes de hora.
Que no huya de sus responsabilidades.
Que defienda la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.

Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente que sepa tocar el corazón de las personas….
Gente a quien los golpes duros de la vida le enseñó a crecer con toques suaves en el alma.

Sí, tengo prisa, pero por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.

Pretendo no desperdiciar parte alguna de las golosinas que me quedan… Estoy seguro que serán más exquisitas que las que hasta ahora me he comido.

Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.


Espero que la tuya sea la misma porque de cualquier manera, llegarás."


Mario de Andrade

sábado, 19 de septiembre de 2009

Demasiada felicidad


Nunca he tenido la certeza de vivir en un solo mundo, la tranquilidad de una sola pertenencia indudable. Creo que en parte ése es el destino de muchas personas de mi generación y de mi clase social. Nos hicimos adultos en un mundo que se parecía muy poco al de nuestra infancia. El instituto, la universidad, nos dieron unas posibilidades de progreso social que habían estado cerradas para nuestros padres, pero también confirmaron nuestra extrañeza. Durante el curso éramos universitarios, pero en las vacaciones volvíamos al campo, y el resultado era que ni en el tajo ni en la facultad nos sentíamos del todo en nuestro sitio. Los pasos avanzados no eran irreversibles: el fracaso en un curso, un revés económico en la familia, la pérdida de la beca, nos podían devolver al punto de partida, a la necesidad de trabajar con las manos o de resignarnos a una colocación sin lustre en nuestra provincia. Uno se iba, y antes de irse soñaba con hacerlo, y ese sueño ya lo situaba a una cierta distancia de lo que tenía alrededor. Pensábamos que estábamos divididos entre el mundo antiguo del origen y otro mundo del presente en el que a pesar de todo éramos ciudadanos. Si teníamos un trabajo aceptable, soñábamos con otro, en el que podríamos manifestar nuestra vocación verdadera. Si vivíamos en una ciudad, el descontento íntimo o tan sólo el hábito de la imaginación nos hacían desear irnos a otra, siguiendo el precepto de Rimbaud de que la vida siempre está en otra parte. Los espías de Le Carré, de Chesterton y de Graham Greene eran nuestros héroes morales: gente que parece irreprobablemente una cosa y resulta que es otra, un profesor que cuida las colecciones de arte de la Reina de Inglaterra pero que también es espía soviético, un detective que se disfraza tan por completo para investigar un crimen en el mundo del hampa que podría ser con éxito un asesino o un ladrón, el jefe de una logia secreta anarquista que en realidad es el policía infiltrado para desbaratarla, etcétera. Yo trabajaba en una oficina pero en mi otra vida era un novelista, aunque nadie lo sabía. Publiqué una novela y la escisión, en vez de remediarse, se hizo todavía más profunda. Tomaba un tren o un avión para ir a Madrid a algún encuentro literario y me sentía tan raro entre mis hipotéticos colegas como un funcionario municipal que se ha equivocado de reunión. Pero volvía a Granada y a mi oficina y entre los demás funcionarios me sentía más raro aún. Y en ambos lugares me veía rodeado de gente que parecía tener una idea mucho más sólida de su posición en el mundo. Habían publicado una sola novela en una editorial pequeña y ya hablaban con la suficiencia, con el vocabulario y el aplomo que uno imaginaba propios de los novelistas profesionales. Llevaban menos tiempo que yo trabajando como empleados municipales pero ya se les veía asentados en la seguridad, en el sosiego de las costumbres regulares y los trienios futuros.

Yo pensaba que sería una cuestión de tiempo, de madurez. Pero el sentimiento de incertidumbre y provisionalidad me ha seguido acompañando en cada sitio donde he estado, en cada cosa que he hecho. Cobra otras dimensiones con el paso de los años. De joven tenía una idea más heroica de la vocación literaria, que convertía cada libro nuevo en una especie de fatalidad, el fruto de un arrebato cuya misma vehemencia era su justificación y de algún modo excluía la posibilidad del error. Ahora sé que ni el esfuerzo de los cinco sentidos ni la disciplina ni la convicción ni la experiencia bastan muchas veces para salvarlo a uno de la equivocación, y que se puede fracasar y tener éxito al mismo tiempo, y que el significado de cada una de esas dos palabras puede ser tan tramposo, tan equívoco, que más vale no usarlas.

Una mañana de septiembre me encuentro de vuelta en la Morgan Library de Nueva York y otra vez noto la discordia entre dos mundos, la imposibilidad de instalarme tranquilamente en uno solo. En las vitrinas, en las paredes, está el mundo antiguo del papel, que hasta hace muy poco, no mucho más de diez años, parecía que fuera a durar para siempre: una carta mecanografiada de T. S. Eliot a un amigo suyo, con fecha de 1928; un cuaderno de bocetos de Edgar Degas; la primera carta, a lápiz, con membrete de un hotel, que le escribió Oscar Wilde a lord Alfred Douglas; un pequeño cuaderno en el que William Blake copió esmeradamente sus Songs of Innocence; unas cuartillas de líneas a lápiz muy separadas entre sí que contienen el borrador de un cuento de Ernest Hemingway, así como una lista garabateada de tareas domésticas; la carta en la que Van Gogh invitaba a Gauguin a unirse a él en Provenza y le dibujaba el boceto del cuadro que acababa de pintar, que era el de su habitación; el manuscrito de letra apretada y muy pequeña de un poema de Dylan Thomas; una carta en la que Henry James defiende con vigor la inocencia del capitán Dreyfuss y declara su admiración por la valentía de Zola; el telegrama en el que Puccini anuncia al editor Ricordi el éxito de un estreno.

Palabras escritas con tinta o lápiz sobre papel, hojas en las que perduran los dobleces con que fueron guardadas en sobres, confiadas al correo, recibidas con expectación o sorpresa, trayendo consigo no sólo su contenido literal sino también el roce de las manos de alguien, el rastro de su saliva en el pegamento del sobre: la sugestión de presencia de una caligrafía, tan reconocible y singular como una voz. Muchos de nosotros hemos vivido en ese mundo, que terminó hace nada, que para los más jóvenes es tan antiguo como las locomotoras de vapor: ahora estamos en éste, y nos hemos habituado razonablemente a él, y ya no sabemos vivir sin la instantaneidad del correo electrónico. Pero qué bien nos acordamos de la parte de aventura y de tarea material que había en escribir cartas, de la impaciencia de la espera, del instante en que reconocíamos una escritura deseada en un sobre. Nos da vergüenza la tentación de la nostalgia. Yo me conmuevo leyendo la nota apresurada de Oscar Wilde al hombre joven que no sabe que le traerá la ruina, pero un momento después he notado la vibración del Blackberry y ya estoy sacándolo subrepticiamente del bolsillo para saber quién me ha escrito, para leer la carta intangible que ha tardado unos segundos en llegar a mí, cruzando medio mundo.

Salgo luego a la calle, y como es temprano para la cita del almuerzo me siento en un banco de un pequeño parque a tomar el sol suave de septiembre leyendo el último libro de Alice Munro. El título resuena inesperadamente en mi estado de ánimo: Too Much Happiness. A veces es posible sentir demasiada felicidad. En el banco, a la una de la tarde, entre indigentes adormecidos y madres jóvenes que hablan por el móvil, leyendo al sol a Alice Munro -papel y tinta olorosa, encuadernación firme entre las manos-, me encuentro del todo en mi lugar.


Antonio Muñoz Molina

domingo, 21 de junio de 2009

Papá cuéntame otra vez

Ismael Serrano

Recuerda...


Recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar
y que ninguno es tan terrible para claudicar.

No olvides que la causa de tu presente es tu pasado
así como la causa de tu futuro será tu presente.

Aprende de los audaces, de los fuertes,
de quien no acepta situaciones,
de quien vivirá a pesar de todo,
piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo
y tus problemas sin alimentarlos morirán.

Aprende a nacer desde el dolor y
a ser más grande que el más grande de los obstáculos.
Pablo Neruda

martes, 16 de junio de 2009

Ser


Si no fueras camino, sé vereda.
Si no puedes ser sol, sé una estrella.
No es por el tamaño por lo que se vence.
Sé lo mejor de aquello que fueras.


Douglas Malloch

lunes, 8 de junio de 2009

Campanas

¿ Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?

¿ Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?

¿ Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?

¿ Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.

Cada hombre es una pieza del todo, una parte del continente.

Ninguna persona es una isla (...)

La muerte de cualquiera me afecta,

porque me encuentro unido a toda la humanidad.

Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas

...doblan por ti.
"Devociones para ocasiones emergentes"
John Donne

martes, 19 de mayo de 2009

Cuestión de actitud

Una mujer muy sabia se despertó un mañana,
se miro al espejo,
y notó que tenía solamente tres cabellos en su cabeza.
'Hmmm' pensó, 'Creo que hoy me voy a hacer una trenza'.
Así lo hizo y pasó un día maravilloso.

El siguiente día se despertó,
se miró al espejo
y vio que tenía solamente dos cabellos en su cabeza.
'Hmmm' dijo,
'Creo que hoy me peinaré de raya en medio'
Así lo hizo y pasó un día grandioso.

El siguiente día cuando despertó,
se miró al espejo y notó
que solamente le quedaba un cabello en su cabeza.
'Bueno' dijo, 'ahora me
voy a hacer una cola de caballo.'
Así lo hizo, y tuvo un día muy, muy divertido.

A la mañana siguiente cuando despertó,
corrió al espejo y enseguida notó
que no le quedaba un solo cabello en la cabeza.
'Qué bien!' Exclamó.
'Hoy no voy a tener que peinarme!'


Tu actitud es todo.

Siempre se bondadoso,
porque cada persona que te encuentres

está peleando alguna clase de batalla

La vida no es esperar a que la tormenta pase...
ni es abrir el paraguas para que todo resbale...

Es aprender a bailar bajo la lluvia.

lunes, 18 de mayo de 2009

In memoriam

"No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino

y te salvas
entonces
no te quedes conmigo"

Mario Benedetti

domingo, 17 de mayo de 2009

Tributo

Antonio Vega con Ketama

Antiguos amigos

A ciertos antiguos amigos no los deseamos ver más, pero otro puñado de ellos no los vemos aunque deseemos llegar a verlos. Ni han muerto, ni se encuentran incomunicados, ni viven en lugares remotos ni han sido ingresados en un frenopático desde el que no nos reconocerán. En general, son, simplemente, amigos que viven en la misma ciudad, a una o dos paradas de metro, a media hora de coche o, incluso a doscientos metros de nuestro portal. Existen, entran y salen de nuestra memoria, se agudiza su recuerdo de vez en cuando y apuntamos incluso su nombre en la agenda para llamarlos después. No los telefoneamos, sin embargo. Pasan los días y llegan a pasar, sin quererlo, tantos meses que parecen pasajes archivados sin que por ello, no obstante, pueda decirse que se están borrando activamente de nuestras vidas. Más bien han quedado en ella, momentáneamente pero indefinidamente como figuras paralizadas, figuras que no ganan ni pierden visibilidad ni tampoco emotividad. Están y están estancados o como embalsamados en la última memoria estabularia que conservamos de ello. ¿Por qué no les llamamos y conversamos? ¿Qué barrera -supuestamente de conveniencia- conserva la prolongación de este silencio? ¿Qué clase de secreta pereza mezclada con el miedo de la indolencia ha ido creciendo entre nosotros y ellos? O, lo que es más misterioso todavía: ¿qué sentimiento, probablemente recíproco, es éste que impone a cada parte quedar atado e invariable en un punto de la historia sin que desde el otro nazca una iniciativa que los anime en la vida y entre la peripecia de los dos?
Vicente Verdú

martes, 12 de mayo de 2009

Eu sei que vou te amar

'Eu sei que vou te amar,
Por toda a minha vida eu vou te amar,
A cada despedida, eu vou te amar,
Desesperadamente, eu sei que vou te amar.

E cada verso meu será
Pra te dizer, que eu sei que vou te amar,
Por toda a minha vida.

Eu sei que vou chorar,
A cada ausência tua eu vou chorar,
Mas cada volta tua há de apagar
O que essa tua ausência me causou.

Eu sei que vou sofrer
A eterna desventura de viver
À espera de viver ao lado teu,
Por toda a minha vida.

Eu sei que vou te amar,
Por toda a minha vida eu vou te amar,
A cada despedida, eu vou te amar,
Desesperadamente, eu sei que vou te amar.

E cada verso meu será
Pra te dizer, que eu sei que vou te amar,
Por toda a minha vida.

Eu sei que vou chorar,
A cada ausência tua eu vou chorar,
Mas cada volta tua há de apagar
O que essa tua ausência me causou.

Eu sei que vou sofrer
A eterna desventura de viver
À espera de viver ao lado teu,
Por toda a minha vida.'

domingo, 10 de mayo de 2009

Sentido

Siempre está la vía de la facilidad, aunque me repugne seguirla. No tengo hijos, no veo la televisión y no creo en Dios, todas esas sendas que recorren los hombres para que la vida les sea más fácil.

Los hijos ayudan a diferir la dolorosa tarea de hacerse frente a uno mismo, y los nietos toman después el relevo. La televisión distrae de la extenuante necesidad de construir proyectos a partir de la nada de nuestras existencias frívolas; al embaucar a los ojos, libera al espíritu de la gran obra del sentido. Dios, por último, aplaca nuestros temores de mamíferos y la perspectiva intolerable de que nuestros placeres un buen día se terminan.

Por ello, sin porvenir ni descendencia, sin píxeles para embrutecer la cósmica conciencia del absurdo, en la certeza del final y la anticipación del vacío, creo poder decir que no he elegido la vía de la facilidad.
"La elegancia del erizo". Muriel Barbery

viernes, 1 de mayo de 2009

El efecto Pigmalión

¿De qué manera pueden verse alterados nuestros comportamientos a partir de las creencias que tienen los demás sobre nosotros? ¿Las expectativas favorables que sobre nosotros tiene nuestro entorno de afectos y amistades pueden llevarnos a llegar más allá de lo que esperamos? O, por el contrario, ¿cuántas veces ni lo hemos intentado o nos ha salido mal, movidos por el miedo al fracaso que otros nos han transmitido, por su falta de confianza o por su invitación a la resignación y al abandono?

No es descabellado afirmar que en cada día de nuestras vidas suceden actos porque, consciente o inconscientemente, estamos respondiendo a lo que las personas que nos rodean esperan de nosotros, para lo bueno y para lo malo. Lo que los demás esperan de uno puede desencadenar un conjunto de acciones que nos lleven mucho más allá de lo que podemos imaginar, en lo mejor y en lo peor. Este principio de actuación a partir de las expectativas de los demás se conoce en psicología como el efecto Pigmalión.


Tan curioso nombre nace de la leyenda de Pigmalión, antiguo rey de Chipre y hábil escultor. En sus Metamorfosis, Ovidio recreó el mito y nos contó que Pigmalión era un apasionado escultor que vivió en la isla de Creta. En cierta ocasión, inspirándose en la bella Galatea, Pigmalión modeló una estatua de marfil tan bella que se enamoró perdidamente de la misma, hasta el punto de rogar a los dioses para que la escultura cobrara vida y poder amarla como a una mujer real. Venus decidió complacer al escultor y dar vida a esa estatua, que se convirtió en la deseada amante y compañera de Pigmalión.


Como en la leyenda, el efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otro individuo afectan de tal manera a su conducta que el segundo tiende a confirmarlas. Un ejemplo sumamente ilustrativo del efecto Pigmalión fue legado por George Bernard Shaw, quien en 1913 escribió, inspirado por el mito, la novela Pigmalión, llevada al cine en 1964 por George Cukor bajo el título My fair lady. En esta cinta, el narcisista profesor Higgins (Rex Harrison) acaba enamorándose de su creación, Eliza Doolittle (Audrey Hepburn), cuando consigue convertir la que es al inicio de la historia una muchacha desgarbada y analfabeta del arrabal en una dama moldeada a las expectativas fonéticas, éticas y estéticas del peculiar Higgins.


En el terreno de la psicología, la economía, la medicina o la sociología, diversos investigadores han llevado a cabo interesantísimos experimentos sobre el efecto Pigmalión. Uno de los más conocidos es el que llevaron a cabo en 1968 Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, bajo el título Pigmalión en el aula. El estudio consistió en informar a un grupo de profesores de primaria de que a sus alumnos se les había administrado un test que evaluaba sus capacidades intelectuales. Luego se les dijo a los profesores cuáles fueron, concretamente, los alumnos que obtuvieron los mejores resultados. Los profesores también fueron advertidos de que esos alumnos serían los que mejor rendimiento tendrían a lo largo del curso. Y así fue. Ocho meses después se confirmó que el rendimiento de estos muchachos especiales fue mucho mayor que el del resto. Hasta aquí no hay nada sorprendente. Lo interesante de este caso es que en realidad jamás se realizó tal test al inicio de curso. Y los supuestos alumnos brillantes fueron un 20% de chicos elegidos completamente al azar, sin tener para nada en cuenta sus capacidades. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Cómo era posible que alumnos corrientes fueran los mejores de sus respectivos grupos al final del curso? Muy simple, a partir de las observaciones en todo el proceso de Rosenthal y Jacobson se constató que los maestros se crearon tan alta expectativa sobre esos alumnos que actuaron a favor de su cumplimiento. De alguna manera, los maestros convirtieron sus percepciones sobre cada alumno en una didáctica individualizada que les llevó a confirmar lo que les habían avisado que sucedería.


Muchos otros estudios similares han confirmado en los últimos años la existencia de este efecto que, por otro lado, es de puro sentido común. Sin duda, la predisposición a tratar a alguien de una determinada manera queda condicionada en mayor o menor grado por lo que te han contado sobre esa persona.

Incluso hablando de nuestra propia salud, el efecto Pigmalión se manifiesta en el también conocido efecto placebo: hay quien cree obtener del medicamento lo que necesita obtener cuando en realidad se trata de una pastilla de almidón, sin principios activos. ¿Por qué cura entonces, en determinados casos, un caramelo inocuo? Simplemente porque el médico dice que así será; porque alguien en quien creemos asegura que nos hará bien y porque deseamos curarnos.


Y claro, ¡cómo no! Volviendo al mito, Pigmalión también hace de las suyas en casos de enamoramiento. No son pocos los celestinos y celestinas que han generado tórridas pasiones entre personas que, de entrada, no parecían tener química. En algunos casos ha bastado que el celestino en cuestión susurre al oído de las víctimas la insinuación del deseo del otro para que la mirada y el lenguaje del cuerpo cambien radicalmente la expresión que propiciará una primera aproximación.


Incluso si analizamos las biografías de grandes genios, mujeres y hombres que a lo largo de la historia han hecho enormes aportaciones a la humanidad, veremos que en muchos casos hubo una persona que tuvo una fuerte esperanza depositada en ellos. Y es que Pigmalión tiene una explicación científica: hoy sabemos que cuando alguien confía en nosotros y nos contagia esa confianza, nuestro sistema límbico acelera la velocidad de nuestro pensamiento, incrementa nuestra lucidez y nuestra energía, y en consecuencia, nuestra atención, eficacia y eficiencia.
Las profecías tienden a realizarse cuando hay un fuerte deseo que las impulsa. Del mismo modo que el miedo tiende a provocar que se produzca lo que se teme, la confianza en uno mismo, aunque sea contagiada por un tercero, puede darnos alas.
Álex Rovira Celma

martes, 28 de abril de 2009

Pistas de supervivencia


De verdad que cada día se hace más difícil aguantar tanta palabrería irrelevante; casi nadie está hablando de las cosas que interesan a la gente de la calle, es decir, a la gran mayoría. Se les sueltan rollos ideológicos y divisorios sin cesar. Se cambian los ministros por razones incomprensibles. No se consigue el trabajo por motivos de edad: si es demasiado joven, se asume que el candidato será indisciplinado y, si es demasiado viejo, se lo rechaza porque sabe demasiado. “¿Por qué no te callas?”, creo que le dijo el Rey al presidente de un país amigo. Y yo añadiría: “¿Por qué no hablamos de cosas que realmente importan en la vida cotidiana de la gente?”. Quiero decir cosas menos grandilocuentes y opacas, pero fundamentales para andar por casa.

Me encuentro mucha gente que está angustiada porque pierde la memoria. En el discurso colectivo imperante ¿hay alguien que nos recuerde lo último que se ha descubierto en este campo y que podría sosegarnos? En diversos experimentos se ha demostrado que la gente pierde unos 55 minutos todos los días intentando recordar dónde ha dejado un objeto o un número de móvil. Casi una hora de tiempo de las ocho que uno invierte en trabajar es mucho tiempo. Ahora hemos descubierto que la razón de estos agujeros en la memoria tiene poco que ver, en promedio, con la edad o el grado de concentración.

Se trata de que, al contrario de los ordenadores, que tienen un sistema de archivo codificado, el nuestro es puramente contextual; es decir, tenemos tendencia a recordar un hecho determinado en función del contexto en que se produjo. Por ello recordamos mejor las cosas que nos han ocurrido en sitios inolvidables que en entornos rutinarios o aburridos. “No me acuerdo para nada de lo que desayuné ayer” –¡menos mal!–. ¿Por qué no intenta profundizar en el concepto del contexto en el que se produjo el hecho olvidado, en lugar de musitar que se olvida de todo porque se hace viejo o, lo que es peor, escuchar las sandeces que le están soltando en la tele?

Otro ejemplo. La persona a la que querías como novio ha dejado de hacerte caso porque ha salido con otra más guapa que tú. En lugar de sumirte en la tristeza y el resquemor infundado, ¿por qué no analizas el descubrimiento cien veces comprobado de que los más guapos lo tienen más fácil a la hora de encontrar trabajo y como amantes? De entrada, es cierto, lo tienen más fácil. Pero tú, que eres algo menos agraciada que la amiga de tu novio, tienes una ventaja enorme sobre ella: las enfermedades sufridas por tus antepasados afectaron tu metabolismo dejando unas huellas que aumentaron por encima del promedio el nivel de fluctuaciones asimétricas en tu rostro y tu cuerpo. A pesar de ello, tus predecesores y tú misma salisteis adelante. A tu competidora más agraciada le falta probarlo.

Una última pista para solventar los problemas importantes de la vida cotidiana mucho más relevante que los rollos ideológicos y odios de clanes. La necesidad de sobrevivir por encima de todo excluye apostar por las soluciones perfectas y a toda prueba. Si alguien ofrece soluciones utópicas e inexpugnables, es que no conoce los recovecos del cerebro interesado, sobre todo, en sobrevivir. Elige la opción que mejora las cosas, pero no las resuelve para siempre. Déjale al cerebro un poco de libertad. Te sentirás mejor y, sobre todo, no habrás puesto atención en lo que decía la radio mientras cavilabas.

lunes, 27 de abril de 2009

Construirse

(...) Así se construye papá cada día. Digo "se construye" porque pienso que, cada vez es una nueva construcción, como si por la noche todo se hubiera reducido a cenizas y tuviera que volver a empezar desde cero. Así vive su vida un hombre, en nuestro universo: tiene que reconstruir sin cesar su identidad de adulto, ese ensamblaje inestable y efímero, tan frágil, que reviste la desesperanza y, a cada uno ante el espejo, cuenta la mentira que necesitamos creer.
Para papá, el periódico y el café son las varitas mágicas que lo transforman en hombre importante. Como la calabaza que se convierte en carroza. Obsérvese que le produce una gran satisfacción: nunca lo veo tan tranquilo y relajado como ante su café de las seis de la mañana.
Pero ¡alto es el precio que tiene que pagar! ¡Alto es el precio cuando se lleva una doble vida! Cuando caen las máscaras, porque sobreviene una crisis - y, entre los mortales, siempre hay momentos de crisis-, ¡la verdad es terrible!
"La elegancia del erizo" Muriel Barbery

domingo, 19 de abril de 2009

Ritual


"(El arte del té...) Cuando deviene ritual, constituye la esencia de la aptitud para ver la grandeza de las pequeñas cosas.

¿Dónde se encuentra la belleza? ¿ En las grandes cosas que, como las demás, están condenadas a morir, o bien en las pequeñas que, sin pretensiones, saben engastar en el instante una gema de infinitud?

El ritual del té, esa repetición precisa de los mismos gestos y de la misma degustación, este acceso a sensaciones sencillas, auténticas y refinadas, esta licencia otorgada a cada uno, sin mucho esfuerzo, para convertirse en un aristócrata del gusto, porque el té es la bebida de los ricos como lo es de los pobres, el ritual del té, pues, tiene la extraordinaria virtud de introducir en el absurdo de nuestras vidas una brecha de armonía serena.

Sí, el universo conspira a la vacuidad, las almas perdidas lloran la belleza, la insignificancia nos rodea. Entonces, tomemos una taza de té. Se hace el silencio, fuera se oye soplar el viento, crujen las hojas de otoño y levantan el vuelo, el gato duerme, bañado en una cálida luz. Y, en cada sorbo, el tiempo se sublima."
"La elegancia del erizo". Muriel Barbery

lunes, 13 de abril de 2009

Sólo una parte de la historia

Por favor, si oyen a un científico afirmar que lo que él ha demostrado es irrebatible; si ven que no vacila al enunciar los principios de la termodinámica o las bases genéticas de la conducta humana, pueden estar seguros de que se trata de un impostor, alguien tan dogmático como el que más y que, desde luego, no se atiene al método científico.La ciencia se caracteriza por cuestionar incluso principios tan básicos como la existencia de otra vida después de la muerte o la propia existencia divina. Pero por encima de todo, lo que caracteriza a la ciencia es que no para de cuestionarse a sí misma todo el rato. “Y decir digo donde dijo Diego.” Los ejemplos más recientes de lo que sugiero se han dado con dos órganos o mecanismos tan básicos de la existencia como el cerebro y el genoma.
El cerebro ha dejado de ser, repentinamente, el objeto más sofisticado del universo para convertirse en un subproducto bastante imperfecto de la evolución. Es más, creíamos que consumía nada menos que el 20 por ciento de la energía total disponible para profundizar en el conocimiento del mundo exterior, cuando acabamos de constatar que, con toda probabilidad, pasa casi todo el tiempo haciendo algo que nos ha hecho famosos a los humanos por hacerlo rematadamente mal: predecir el futuro.
El otro ejemplo del cuestionamiento constante de la ciencia de sus propios descubrimientos tiene que ver con el genoma, que comprende todo el material genético de los humanos. Ahora resulta que sólo el 1,2 por ciento forma genes; el resto es pura basura. Pero hay más. Si se hubiera querido confundir al personal respecto a los genes –esta especie de soporte intergeneracional del secreto de la vida–, difícilmente se habría hecho mejor. El viejo aforismo de “ADN hace ARN que hace proteínas” tampoco es lo que parecía. En otras palabras, el viejo principio de que el gen se servía de un esclavo/mensajero (el ARN) para hacer proteínas –el primer ladrillo de la vida– se ha derrumbado. El mensajero hace lo que quiere, o casi. De simple mensajero, nada de nada.
Peor aún. Antes se pensaba que el ADN era el único encargado de transmitir el secreto de la vida. Ahora se ve también que la llamada “epigenética” juega un papel fundamental. Existen sucesos en el ámbito biomolecular que no tienen nada que ver con la molécula del ADN propiamente dicha, pero que también codifican algunas características heredadas. Una dieta o un entorno determinado, no sólo los genes, pueden marcar el ADN durante varias generaciones; lo que constituye un verdadero sacrilegio en el debate biológico.
Un ejemplo irrebatible lo ofrece una especie de pulga del agua; cuando se ve amenazada por depredadores, le crece una especie de muralla defensiva que reaparece en sus descendientes si son fecundados en aquellos momentos de temor. Otro ejemplo increíble tiene que ver con las preferencias de las ratas a la hora de emparejarse: detestan hacerlo con machos cuyos abuelos fueron inoculados con un determinado fungicida. Las hembras parecían elegir pareja en función de una estructura epigenética, en lugar de por una diferencia genética.
Claro que los genes son muy importantes, pero los genes por sí mismos no hacen nada; se trata de una molécula profundamente relacional que sólo aporta algo en el contexto celular. Lo que convierte el ADN en una molécula viva es su dinamismo y sus interrelaciones. Como ha manifestado el médico y ensayista Lewis Thomas: “Mi hígado es mucho más listo que yo; preferiría pilotar un jumbo que dirigir mi propio hígado”. Tendría que atender a demasiadas variables. Los genes son sólo una parte de la historia.

domingo, 12 de abril de 2009

Neuronas creyentes

¿Qué le ocurrió a aquel antepasado humano que comenzó a creer en los dioses? ¿Por qué nuestra especie tiene esa especial tendencia a la fe religiosa? La ciencia, especialmente la neurología, ha entrado de lleno en la búsqueda de respuestas dentro del cerebro, que por el momento son muy complejas.
Mucho se ha avanzado desde que el anatomista Franz Gall, a principios del siglo XIX, dijera que había encontrado el órgano de Dios en el cuerpo, lo que le valió la condenación eterna. Ahora, muchos investigadores prestigiosos están convencidos de que las redes neuronales están detrás de esa tendencia a la espiritualidad, que es innata y que se ha repetido en todas la culturas y civilizaciones.
Si hace unos años, el biólogo americano Dean Hamer aseguraba haber hallado el gen de Dios, ahora investigadores del Instituto Nacional de Desórdenes Neurológicos en Bethesda (EEUU) han revelado las zonas del cerebro que se activan con la fe religiosa, que son las mismas que los humanos empleamos para comprender las emociones, los sentimientos y los pensamientos de los demás.
Este último trabajo, publicado recientemente en la revista Proceedings of the National Academy of Science (PNAS), sitúa el área religiosa en el lóbulo temporal y en el frontal, lo que indicaría, según el neurólogo Jordan Grafman, que juzgamos a Dios utilizando los mismos mecanismos que a otras personas y que, como creencias que se transmiten entre generaciones, entrarían en la memoria, la imaginación y la empatía.
Ahora bien, ¿por qué se cree en algo de lo que no existe constatación? Algunos científicos apuestan por la idea de que el cerebro está organizado para que podamos creer.
Otras hipótesis defienden que la religión surgió como una adaptación evolutiva que hizo que los genes que la facilitaban se transmitieran y prosperaran: habría ayudado a formar grupos sociales cohesionados y a proporcionar consuelo en las desgracias. Así lo cree el psiquiatra Francisco J. Rubia, autor del libro 'La conexión divina'.
«El origen de la espiritualidad, que no de Dios, fue multifactorial. Influyeron los sueños, en los que el individuo viajaba sin mover el cuerpo, dando lugar a la idea del alma, y también la predisposición a la dualidad, porque el cerebro está organizado para ver el contraste, como es la luz y la oscuridad, lo finito y lo eterno, lo real y lo imaginario. Todo ello unía al grupo», argumenta.
Sin embargo, algunos antropólogos, como Scott Atran, de Michigan, consideran que «religiones que hablan de paraísos tras la muerte no hacen mucho por la supervivencia en el aquí y ahora».
Paul Bloom, psicólogo de Yale, busca la explicación fisiológica. Argumenta que el cerebro tiene dos sistemas cognoscitivos: uno se encarga de las cosas vivas y otro de las muertas, uno se ocupa de la mente y otra de los aspectos físicos (el dualismo del que habla Rubia). Sería la explicación de por qué abandonamos el cuerpo en los sueños o en proyecciones astrales. Es la misma dualidad que prepara al cerebro para conceptos como la eternidad, la vida después de la muerte. Y añade que pensar en experiencias al margen del cuerpo, espirituales, «está a un paso de la creación de los dioses».
Pero, ¿bastan esos dioses para dar lugar a la religión? Deborah Kelemen, de la Universidad de Arizona, añade a este cóctel el sentido de la causa-efecto, es decir, buscar un propósito o un diseño para todo, algo que surgió por mera supervivencia (un ruido puede ser un depredador) y que el cerebro extrapola a lo demás: todo tiene un porqué.
«La religión es un artefacto ineludible del cableado de nuestro cerebro», asegura Bloom en la revista 'New Scientist'. Incluso los ateos y agnósticos tendrían tendencia a pensar en lo sobrenatural. Según Rubia, en estos casos la espiritualidad innata se deriva hacia otras cuestiones, como la naturaleza. «Siempre se buscará porque produce endorfinas, y por tanto placer, pero las experiencias místicas pueden no ser religiosas», asegura.
De hecho, Atran lo llama «la tragedia de la cognición»: «Los seres humanos pueden anticipar el futuro y concebir su propia muerte. Cuando los procesos naturales del cerebro nos dan una salida, la cogemos, claro», argumenta.
Luego, ¿la religión es un subproducto de la evolución del cerebro humano o fue seleccionada para la supervivencia del grupo? El evolucionista Richard Dawkins considera correctas ambas premisas. Por un lado estaría el adoctrinamiento que se recibe del grupo, y que se acepta para no ser rechazado, pero por otro la predisposición cerebral a creer en seres invisibles, que se concretan en los de los padres.
La relación religión y cerebro va, incluso, más lejos. El psiquiatra español Rubia recuerda que hay una epilepsia que afecta al lóbulo temporal y activa la religiosidad por una descarga de neuronas. «Los chamanes eran personas que entraban en éxtasis y algunos sufrían esa enfermedad. Desde antiguo eran quienes hablaban con los muertos y curaban, seguramente por poderes psicosomáticos más que otra cosa».

Rosa M. Tristán

miércoles, 1 de abril de 2009

Especialmente en abril

Especialmente en abril
se echa a la calle la vida.

Cicatrizan las heridas
y al corazón, como al sol,
se le alegra la mirada
y se abre paso entre las nubes.

Al paisaje se le suben
los colores a la cara.

Y apetece ir donde cubre
a nadar contra corriente.

En abril especialmente
–en Buenos Aires, octubre –.

Se ruega al señor «fulano de tal»
–dice la voz de la conciencia malherida–
que haga el favor de personarse
urgentemente en la salida.

Que el día más insospechado
y de cualquier manera,
en el lugar más imprevisto
se puede aparecer la primavera.

Especialmente en abril
la razón se indisciplina
y como una serpentina
se enmaraña por ahí.

Van buscando los rincones,
sofocadas, las parejas.
Hacen planes y se dejan
llevar por las emociones.
Sin atender, imprudentes,
el consejo de Neruda:
«que las nieves son más crudas
en abril, especialmente».

Se ruega al señor «fulano de tal»
–dice la voz de la conciencia malherida–
que haga el favor de personarse
urgentemente en la salida.

Que el día más insospechado
y de cualquier manera,
en el lugar más imprevisto
se puede aparecer la primavera.

Especialmente en abril...

lunes, 30 de marzo de 2009

La intuición (y II)

La intuición es la percepción íntima e instantánea de una idea. La facultad de entender algo sin razonamiento, lógica ni análisis. Es una función para percibir la realidad. La intuición conduce a conocer la realidad en su totalidad, como un todo. La información no proviene del análisis de las partes, como lo hace la mente racional, sino que llega súbitamente. La intuición es algo que cualquiera ha experimentado. Uno sabe una cosa, pero no sabe cómo lo sabe. En los problemas de la vida diaria sería deseable utilizar ambas capacidades: el razonamiento lógico y el saber intuitivo para obtener los mejores resultados. Pero para eso tendríamos que desarrollar nuestro olvidado poder oculto: la intuición. Todos hemos experimentado alguna vez alguna ráfaga de comprensión instantánea o intuitiva. Pero también estamos bien entrenados para desestimarla ya que concedemos mucha más credibilidad a la lógica. Por esto, la intuición habla con una vocecita muy apagada en nuestro interior. Los expertos afirman que la intuición se puede desarrollar y que hay cuatro métodos básicos por los que se manifiesta el conocimiento intuitivo: el psíquico (cuando se olfatea un peligro), el emocional (la atracción o el rechazo inmediato por alguien), el mental (la solución instantánea de un problema intelectual) y el espiritual (cuando se produce una iluminación o ­revelación). Si bien existe un consenso desde todos los ámbitos sobre la existencia de un conocimiento intuitivo, la pregunta que queda por contestar es: ¿de dónde procede la información? ¿De nosotros mismos y nuestro inconsciente, de la conexión con la energía universal o divina, o del reconocimiento de patrones? Hoy en día, la ciencia cognitiva está revelando una mente inconsciente a la cual Freud no había hecho mención: el pensamiento se desarrolla tanto en el escenario como entre bastidores. Los estudios sobre procesamiento automático, información subliminal, memoria implícita, heurística, función del hemisferio derecho, comunicación no verbal y creatividad están desvelando nuestras capacidades intuitivas. El pensamiento, la memoria y las actitudes operan a dos niveles: el consciente/deliberado y el inconsciente/automático. A esto se le llama procesamiento dual. Esto quiere decir que sabemos más de lo que creemos que sabemos.
Para activar nuestro poder intuitivo se recomiendan algunas actividades cuyo objetivo es despertar nuestra percepción a hechos que solemos acallar por la razón. La vía de la apertura a otros tipos más directos de percepción se puede seguir por pasos:
1. Hacerse consciente del propio estado. Estar muy atento. En estado de relajación, tratar de ser consciente de las impresiones que se reciben a través de los sentidos: lo que huelo, lo que noto en mi cuerpo, lo que oigo.
2. Eliminar la automatización de las conductas. Cambiar la rutina diaria. Hacer las cosas en otro orden, a un ritmo distinto. Cambiar los itinerarios, comer de manera distinta. Mientras se hacen esos cambios, observar cómo uno se siente al expandir y modificar las rutinas.

3. Entrenarse en adivinar hechos sencillos. Por ejemplo, cuántos correos voy a recibir hoy sin preocuparse demasiado por la respuesta, pensar lo primero que venga a la mente.

4. Aprender a sentir la energía. Sentir la energía propia y la de los demás. Normalmente, el calor o la densidad indican un exceso de bloqueo de energía en esa área del cuerpo, causado por situaciones mentales, físicas, emocionales o espirituales que se manifiestan en un área específica de energía de la anatomía sutil. El frío o la liviandad a menudo indican una deficiencia de energía en esa área.
La gran capacidad intuitiva de hombres como Einstein y Jung sólo pudo ser apreciada por una cultura dominada por el intelecto porque esos hombres trasladaron el contenido de su intuición a una forma comprensible en términos intelectuales. Por eso sería deseable que nuestro mundo llegara a valorar con igual relevancia las dos formas de conocimiento: el intelectual y el intuitivo.

Memorias de Gabo


"Gracias a ella me enfrenté por vez primera con mi ser natural mientras transcurrían mis noventa años. Descubrí que mi obsesión de que cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario, todo un sistema de simulación inventado por mí para ocultar el desorden de mi naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuán poco me importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodíaco. (...) Me volví otro. Traté de releer los clásicos que me orientaron en la adolescencia, y no pude con ellos. Me sumergí en las letras románticas que repudié cuando mi madre quiso imponérmelas con mano dura, y por ellas tomé conciencia de que la fuerza invencible que ha impulsado al mundo no son los amores felices sino los contrariados. Cuando mis gustos en música hicieron crisis me descubrí atrasado y viejo, y abrí mi corazón a las delicias del azar. (...) Me pregunto cómo pude sucumbir en este vértigo perpetuo que yo mismo provocaba y temía. Flotaba entre nubes erráticas y hablaba conmigo mismo ante el espejo con la vana ilusión de averiguar quién soy. Era tal mi desvarío, que en una manifestación estudiantil con piedras y botellas, tuve que sacar fuerzas de flaqueza para no ponerme al frente con un letrero que consagrara mi verdad: Estoy loco de amor."
"Memoria de mis putas tristes"
Gabriel García Márquez

viernes, 27 de marzo de 2009

La intuición (I)

El espacio y el tiempo en los que se despliega nuestra existencia son nuestro campo de entrenamiento, en el que se supone que deberíamos aprender de las equivocaciones, los contratiempos, las pérdidas y las tragedias. Esta ambiciosa tarea exige un grado de sabiduría que pocas personas logran obtener completamente antes del final de sus vidas.
El aprendizaje es lento y doloroso. Los obstáculos son bofetadas que muchas veces nos hacen rendirnos y nos dejan sin ganas de aprender. A veces se transforman en heridas mal cicatrizadas que pueden condicionar el resto de nuestros días. Son muchas las veces que, ante una dificultad, daríamos lo que fuera por tener una percepción extrasensorial del futuro, un poderoso tercer ojo que nos ayudara a tomar las decisiones correctas, que nos proporcionara alguna seguridad, alguna pista que nos ahorrara el batacazo. Es en esos momentos cuando nos damos cuenta de lo poco que confiamos en nuestra capacidad de obtener conocimiento desde dentro de nosotros mismos, sin necesidad de analizar los datos recogidos, de cómo desconfiamos de nuestras corazonadas.

Este conocimiento que procede del interior, o quizá del universo, es lo que llamamos intuición. Estudios muy recientes indican que la intuición es el registro de la información proveniente de las redes neuronales que rodean las vísceras: el corazón, los pulmones, los intestinos… Se trataría de la sabiduría del cuerpo. Esta información se registra en el córtex prefrontal e influye sobre nuestro razonamiento y nuestras reacciones. La educación occidental se ha basado en la adquisición del conocimiento a partir de deducciones lógicas, en el estudio de cada parte de un problema para llegar a la solución. Nuestro método de percibir la realidad se ha apoyado en la lógica aristotélica, en la que no hay cabida para los matices de gris, la ambigüedad y los grados de probabilidad. Es un razonamiento derivado del lenguaje. A o no-A.

Más de cien años antes de Aristóteles vivió Buda, y su pensamiento, que influyó a todas las culturas orientales, sí reconocía la unidad de los opuestos. La ciencia actual vuelve a acercarse a Buda y utiliza otra forma de conocimiento más acorde con la realidad humana. Esta forma de pensar y de entender el mundo es la llamada lógica difusa (Fuzzy Thinking, Bart Kosko, 1993) La lógica difusa, o pensamiento difuso, permite captar los matices de la vida real, donde nada es absolutamente blanco o negro. Este razonamiento atiende a los matices de gris, las medias tintas, equilibrios de contrarios, verdadero y falso a la vez y las contradicciones. Para Buda, el camino de la perfección e iluminación no necesitaba las palabras. Había un cartel en el despacho de Albert Einstein que decía: “No todo lo que puede ser contado cuenta, ni todo lo que cuenta puede ser contado”. Las dificultades de la vida son problemas por resolver. Podrían ser similares a los problemas de matemáticas de la escuela, si no fuera porque en la vida nunca disponemos del planteamiento concreto y preciso de la tarea y casi siempre faltan elementos para abordarla: los postulados no suelen estar claramente expuestos. La complejidad de la vida requiere habilidades mentales que sobrepasan la lógica tradicional. Así se entiende la discrepancia que se observa entre el éxito académico o profesional y el éxito en el ámbito de los afectos. La razón es que los dos campos necesitan destrezas ­distintas. La excelencia en lo académico depende en gran medida de un razonamiento lógico y un tratamiento metódico de los datos. En el mundo de los afectos y de los sentimientos, se necesita la lógica difusa e incorporar información basada en la intuición. Es lo que actualmente se denomina inteligencia emocional. Es ahí donde el razonamiento humano se diferencia del razonamiento de un ordenador que funciona con la lógica binaria. De ahí que Gari Kasparov pudiera vencer en el juego de ajedrez a Deep Blue, un ordenador fabricado y programado para jugar al ajedrez. (continuará)

martes, 24 de marzo de 2009

¿Para qué sirve el cerebro?


Hace tiempo descubrimos que no bostezábamos, necesariamente, para oxigenarnos; resulta que el bostezo es uno de los pocos rasgos atrabiliarios heredado de especies antecesoras nuestras, como los chimpancés. El bostezo no sirve para nada –no entra más oxígeno, como creen a menudo las personas, desperezándose y bostezando–.Cuesta creerlo, pero es así. Ahora bien, si yo les digo que el cerebro tampoco sirve para nada o, más bien, que a estas alturas todavía no sabemos para qué sirve, seguro que no me creen. No obstante, cuando se mide la cantidad de energía, en este caso de oxígeno, que consume el cerebro de un individuo cuando intenta resolver un arduo problema matemático, pues resulta que apenas consume nada; ni le molesta; si acaso, le distrae de otras ocupaciones que no sabemos cuáles son. ¿En qué consume el 20 por ciento de la energía total disponible este órgano misterioso que sólo representa el dos por ciento del peso promedio de una persona?
Desde luego no en darnos una visión perfecta del mundo exterior. No nos la da y con razón. Recibe señales distorsionadas del sistema visual, auditivo, olfativo, táctil y gustativo, con las que reconstruye a su manera el mundo de afuera. El gran neurólogo Marcus Raichle y su equipo han descubierto que menos del diez por ciento de todas las sinapsis, es decir, los mensajes entre neuronas, acarrea información sobre el mundo exterior. ¿A qué dedica entonces su vida el cerebro?
A la luz de lo que antecede es lógico que a mis amigos neurólogos siempre les repita la siguiente pregunta. ¿Es cierto, como decís algunos de vosotros, que el cerebro es el órgano más sofisticado, no sólo del planeta, sino de todo el universo? O, por el contrario, ¿me tengo que creer a aquellos de vosotros que os referís al cerebro como a un órgano extremadamente imperfecto fruto de la evolución y el miedo? ¿En qué quedamos? ¿El cerebro es fabuloso o es mediocre?
Es cierto que al cerebro le hemos entregado las llaves de todos los resortes corporales. En términos evolutivos se ha pasado de una situación en la que unas mandíbulas, unos brazos y unos caparazones portentosos se apoyaban en un cerebro diminuto a una fase como la actual en la que un cuerpo diminuto, incluido el estómago y los sistemas defensivos, no sólo se apoya en un cerebro sobredimensionado, sino que se deja dirigir por él. Será por algo.
Así y todo subsisten enormes dudas. O si se quiere, somos conscientes de que apenas estamos empezando a saber algo de lo que nos pasa por dentro. ¿Cuál es la siguiente duda? Pues que los neurólogos como Marcus Raichle, que están profundizando ahora, por primera vez, en qué consume el cerebro la cuantiosa energía que gasta, nos están dando una respuesta cuestionada también por otros científicos. Veamos.
El cerebro utilizaría su energía en barajar los elementos constitutivos de la memoria y así predecir lo que va a ocurrir en el futuro. El cerebro serviría, sobre todo, para alertar e imaginar lo que se nos viene encima. Ahora bien, volvemos a movernos en aguas extremadamente movedizas. Uno de los consensos mantenidos hasta ahora por la comunidad científica ha sido que somos muy malos predictores del futuro. Grandes especialistas como Nassim Taleb, autor del best-seller El cisne negro –los cisnes suelen ser blancos–, han demostrado lo mediocres que somos cuando se trata de imaginar lo que va a ocurrir mañana. La prueba más innegable es la actual crisis económica mundial.
Afortunadamente, la revolución tecnológica iniciada a comienzos de los años 70 está permitiendo contemplar lo que pasa en el cerebro “en directo”. Falta muy poco para saber el final de la película.

domingo, 22 de marzo de 2009

Anónimo

De los retales de una vida, sale una canción, y de los sueños rotos en el corazón,
de ese amor perdido, del que no queda ya nada.
De las batallas perdidas, sale un ganador.
De las batallas ganadas, sale un perdedor.
De las sonrisas al viento, hay lágrimas derramadas.

Y los recuerdos al aire me besan la cara.
Sólo recuerdo lo bueno, de lo malo nada.
Aún queda tiempo para el viento, vaya donde vaya,
y que me lleve volando, a tocar a otra guitarra.
De los grandes subidones, siempre hay un bajón.
De las grandes amistades, siempre hay un traidor.
De los acordes mayores, es el más grande y menor.
De las grandes ocasiones, alguna hay mejor.
De los grandes perdedores, hay un ganador.

Del mejor del equipo, el latido del corazón.
Y los recuerdos al aire me besan la cara.
Sólo recuerdo lo bueno, de lo malo nada.
Aún queda tiempo para el viento, vaya donde vaya,
y que me lleve volando, a tocar a otra guitarra.
Y los recuerdos al aire me besan la cara.
Sólo recuerdo lo bueno, de lo malo nada.
Aún queda tiempo para el viento.
Y que me lleve volando, a tocar a otra guitarra.

viernes, 20 de marzo de 2009

Consejo de Kafka


"No hace falta que salgas de tu habitación. Quédate sentado ante tu mesa y escucha. Ni siquiera hace falta que escuches: simplemente, espera. Ni siquiera hace falta que esperes: simplemente, aprende a quedarte callado, quieto y a solas. El mundo se te ofrecerá libremente para que le quites la máscara. No tiene otra opción, caerá a tus pies en éxtasis"
Frank Kafka

lunes, 9 de marzo de 2009

Menos ideología y más educación emocional

La irrupción paulatina de la ciencia en la cultura popular está dejando al descubierto las fechorías realizadas en nombre del pensamiento dogmático. Muchos lectores me han pedido que desvele una parcela importantísima de lo que está ocurriendo con la educación de la infancia.
La experimentación científica ha puesto de manifiesto que “a lo largo de la vida resultan esenciales una mayor autoestima, una mejor capacidad para gestionar las emociones perturbadoras, una mayor sensibilidad frente a las emociones de los demás y una mejor habilidad interpersonal; pero los cimientos de todas estas aptitudes se construyen en la infancia”. Son palabras de
Daniel Goleman y Linda Lantieri, expertos en lo que ahora denominamos educación social y emocional. Otra manera de decir lo mismo es la llamada de algunos organismos internacionales para invertir recursos y esfuerzos en las técnicas del aprendizaje social y emocional: “Es el mejor atajo para que disminuya la violencia en las sociedades modernas”.
Se puede profundizar en el tema con "Inteligencia Emocional infantil y juvenil"
(Aguilar), libro de Linda Lantieri. Repasando los ejercicios prácticos sugeridos allí, que ayudan a desarrollar la capacidad de atención y de concentración de niños y adolescentes, se constata el tremendo error cometido por los dos bandos, igualmente dogmáticos, del Gobierno y la oposición, en torno a la asignatura de educación para la ciudadanía.
Esta disciplina pone énfasis, equivocadamente, en la difusión de valores que siempre serán sospechosos de derechas o de izquierdas. Las bibliotecas están llenas de relatos sobre valores: valores cristianos, valores que impiden o permiten el aborto, valores, en fin, emparentados con todo tipo de ideologías. Frente a esta plenitud de argumentos, se advierte la ausencia escalofriante de libros o asignaturas científicas sobre el aprendizaje social y emocional. ¿Qué es lo que echamos en falta o lo que echan en falta los niños al ir a la escuela?
Primero. Saber lo que les pasa por dentro. Comprender cómo la inseguridad y el miedo influyen en su comportamiento. Desarrollar un vocabulario emocional sólido con el que puedan comunicarse con el resto.
Segundo. Identificar los sentimientos de los demás para aprender a ponerse en su lugar. El desarrollo de la empatía permite construir una sociedad cohesiva.
Tercero. Aprender a gestionar las emociones básicas y universales. Son intangibles, pero son el único activo con el que se viene al mundo.
Cuarto. Diseñar, ejecutar y evaluar soluciones responsables a los problemas, y no adoptar posicionamientos dogmáticos, que no se han podido o querido comprobar.
Quinto. Resolver conflictos para mantener relaciones sosegadas con los demás. Rechazar aquellas decisiones que impliquen violencia o agresión.
Distintas pruebas científicas demuestran que los niños educados con prácticas afines a estos criterios son más felices, confían más en sí mismos y son más competentes social y emocionalmente. Además, resulta que una buena educación social y emocional también mejoraría nuestros maltrechos resultados académicos.
¿A qué estamos esperando, pues, para impartir aquellos rudimentos científicos que ilustren sobre la naturaleza y la gestión de las emociones básicas y universales, en lugar de los valores, ya sean de derechas o de izquierdas? Antes de atisbar la vida eterna o los valores de la democracia –todo llegará–, la infancia necesita calibrar el impacto insospechado del desprecio, controlar la ira o comprender los mecanismos para ponerse en el lugar del otro.

domingo, 1 de marzo de 2009

Hambre


Bien sabes que todos tenemos hambre: hambre de pan, hambre de amor, hambre de conocimiento, hambre de paz, hambre de amistad.

Este mundo es el mundo de los hambrientos.

El hambre de pan, melodramática, soflamera, ostentosamente, es el que más nos conmueve, pero no es la más digna de conmovernos.

¿Qué me dices del hambre de amor?¿Qué me dices de aquél que quiere que lo quieran y se pasa la vida sin que nadie le dé una migaja de cariño?

¿Y el hambre de conocimiento?¿El hambre del pobre de espíritu que ansía saber y choca brutalmente contra el zócalo de granito de la Esfinge?

¿Y el hambre de paz que atormenta al peregrino inquieto, obligado a desgarrarse los pies y el corazón por los caminos?

Todos tenemos hambre, sí, y todos, por lo tanto, podemos hacer caridad.

Aprende a conocer el hambre del que te habla...

Excepto el hambre de pan, todas se esconden. Cuando más inmensas, más escondidas...

Amado Nervo

Herido

sábado, 28 de febrero de 2009

Realidad

"La realidad exige que también mencionemos esto: la vida sigue. Continúa en Cannae y en Borodino, en Kosovo Polie y en Guernica. Hay una estación de gasolina en una pequeña plaza de Jericó, pintura fresca en los bancos del parque de Bila Hora. Las cartas se cruzan entre Pearl Harbor y Hastings, una camioneta pasa debajo del ojo del león de Queronea, y los florecientes huertos cerca de Verdún no pueden escapar al atmosférico frente que se aproxima. Hay tanto Todo que la Nada se esconde casi gentilmente. La música brota de los yates anclados en Accio y las parejas bailan en las cubiertas bañadas por el sol. Hay tantas cosas sucediendo siempre que deben estar pasando en todas partes. Donde no hay ni una sola piedra en pie vemos al Hombre de los Helados rodeado de niños. Donde Hiroshima estuvo Hiroshima está de nuevo, produciendo cosas para el uso de cada dia. Este terrible mundo no está desprovisto de encantos, de las mañanas que hacen inestimables los despertares. La hierba es verde en los campos de Maciejowice, y salpicada de rocío, como es lo normal de la hierba. Quizás todos los campos son campos de batalla, todas las tierras lo son, las que recordamos y las que se han olvidado: los bosques de abedules, cedros, abetos, la blanca nieve, las amarillas arenas, la gris grava, los iridiscentes pantanos, los cañones de negra derrota, donde, en tiempos de crisis, puedes esconderte debajo de un arbusto. ¿Qué moral sacamos de esto? Probablemente ninguna. Sólo la sangre fluye, secándose rápidamente, y, como siempre, unos cuantos rios, unas cuantas nubes. Sobre trágicos pasos de montañas el viento vuela sombreros de cabezas inconscientes y no podemos evitar reír de eso."
Wislawa Szymborska

martes, 17 de febrero de 2009

Despacio

No tengo prisa. ¿Prisa de qué?
No tiene prisa el sol y la luna: están seguros.
Tener prisa es creer que la gente pasa delante de las piernas,
o que, dando un brinco, salta por encima de la sombra.
No; no sé tener prisa.
Si extiendo el brazo, llego exactamente a donde mi brazo llega,
ni un centímetro más allá.
Toco sólo donde toco, no donde pienso.
Sólo me puedo sentar donde estoy.
Y esto hace reír como todas las verdades absolutamente verdaderas,
pero lo que hace reír seriamente es que nosotros pensamos siempre en otra cosa,
y vivimos ociosos de nuestra realidad.
Y estamos siempre fuera de ella porque estamos aquí.
Fernando Pessoa

martes, 3 de febrero de 2009

Preocupaciones

El que ha conseguido liberarse de la tiranía de las preocupaciones descubre que la vida es mucho más alegre que cuando estaba perpetuamente irritado. Las idiosincrasias personales de sus conocidos, que antes le sacaban de quicio, ahora parecen simplemente graciosas. Si fulano está contando por trescientas cuarenta y siete vez la anécdota del obispo de la Tierra del Fuego, se divertirá tomando nota de la cifra y no intentará en vano acallarle con una anécdota propia. Si se le rompe el cordón del zapato justo cuando tiene que correr para tomar el tren de la mañana, pensará, después de soltar los tacos pertinentes, que el incidente en cuestión no tiene demasiada importancia en la historia del cosmos. Si un vecino pesado le interrumpe cuando está a punto de proponerle matrimonio a una chica, pensará que a toda la humanidad le han ocurrido desastres semejantes, exceptuando a Adán, e incluso él tuvo sus problemas. No hay límites a lo que se puede hacer para consolarse de los pequeños contratiempos mediante extrañas analogías y curiosos paralelismos. Yo creo que toda persona civilizada, hombre o mujer, tiene una imagen de sí misma y se molesta cuando ocurre algo que parece estropear esa imagen. El mejor remedio consiste en no tener una sola imagen, sino toda una galería, y seleccionar la más adecuada para el incidente en cuestión. Si algunos de los retratos son un poco ridículos, tanto mejor; no es prudente verse todo el tiempo como un héroe de tragedia clásica. Tampoco recomiendo que uno se vea siempre a sí mismo como un payaso de comedia, porque los que hacen esto resultan aún más irritantes; se necesita un poco de tacto para elegir un papel adecuado a la situación. Por supuesto, si uno es capaz de olvidarse de sí mismo y no representar ningún papel, me parece admirable. Pero si estamos acostumbrados a representar papeles, más vale hacerse un repertorio para así evitar la monotonía.
Bertrand Russell - "La conquista de la felicidad"

lunes, 19 de enero de 2009

Niñez

"Niños, vosotros sois el futuro", dijo y yo sé ahora que aquello tenía un sentido distinto de lo que pudiera parecer a primera vista. Los niños no son el futuro porque algún día vayan a ser mayores, sino porque la humanidad se va a aproximar cada vez más al niño, porque la infancia es la imagen del futuro.
"Niños, no miréis nunca hacía atrás", decía y quería decir que no debemos permitir nunca que el futuro se hunda bajo el peso de la memoria. Tampoco los niños tienen pasado y ese es el secreto de la encantadora inocencia de su sonrisa.
(…) A pesar de mi escepticismo me ha quedado algo de superstición. Por ejemplo esta extraña convicción de que todas las historias que en la vida ocurren tienen además un sentido, significan algo. Que la vida, con su propia historia dice algo sobre sí misma, que nos devela gradualmente alguno de sus secretos, que está ante nosotros como un acertijo que es necesario resolver. Que las historias que en nuestra vida vivimos son la mitología de esa vida, y que en esa mitología está la clave de la verdad y del secreto. ¿Que es una ficción? Es posible, es incluso probable, pero no soy capaz de librarme de esta necesidad de descifrar permanentemente mi propia vida.
Fragmento de "La broma" - Milan Kundera

sábado, 17 de enero de 2009

Tu boca


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí, para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender, coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca, y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos, el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Fragmento de "Rayuela" - Julio Cortázar

viernes, 16 de enero de 2009

Debo


Debo mucho a quienes no amo.
El alivio con que acepto
que son más queridos por otro.
La alegría de no ser yo
el lobo de sus ovejas.
Estoy en paz con ellos
y en libertad con ellos,
y eso el amor ni puede darlo
ni sabe tomarlo.
No los espero
en un ir y venir de la ventana a la puerta.
Paciente
casi como un reloj de sol
entiendo
lo que el amor no entiende;
perdono
lo que el amor jamás perdonaría.
Desde el encuentro hasta la carta
no pasa una eternidad,
sino simplemente unos días o semanas.
Los viajes con ellos siempre son un éxito,
los conciertos son escuchados,
las catedrales visitadas,
los paisajes nítidos.
Y cuando nos separan
lejanos países
son países bien conocidos en los mapas.
Es gracias a ellos
que yo vivo en tres dimensiones,
en un espacio no-lírico y no-retórico,
con un horizonte real por lo móvil.
Ni siquiera imaginan
cuánto hay en sus manos vacías.
"No les debo nada", diría el amor
sobre este tema abierto.
Wislawa Szymborska