lunes, 18 de febrero de 2008

La admiración (II)

La sorpresa es el sentimiento agradable ante lo imprevisto. Es la esencia de la comicidad, del humor y de las novelas de intriga. Desde el punto de vista sociológico, hay culturas que aman la novedad y la sorpresa –así fue la cultura griega– y otras que a nada temen más que al sobresalto. Para completar la crónica de esta gran familia sentimental, mencionaré un último tipo de pasmo: la fascinación. “En la fascinación –escribió Sartre– no hay nada más que un objeto gigante en un mundo desierto. El objeto se destaca con relieve absoluto sobre un fondo vacío.” El espectador se queda prendado, hipotecado por el objeto.
Pero volvamos a la admiración, que es la emoción producida por la aparición de algo extraordinario que sorprende y agrada por sus cualidades, su belleza o perfección. Uno puede admirarse ante algo o sentir admiración hacia alguien. Podría hacerse un test de calidad humana con sólo preguntar: “¿Y usted a quién admira?”. No se puede vivir sin admirar, pero no se puede vivir admirando a quien no es admirable. Durante siglos se pensó que su objeto adecuado era el buen comportamiento privado y público, por eso se convirtió en un sentimiento moral. La educación clásica se basaba en la propuesta de modelos que imitar. Es lo que Bergson llamó “la atracción del héroe”. Aurelio Arteta, autor del mejor libro que conozco sobre este sentimiento, considera que nuestra sensibilidad moral se define por dos sentimientos: la compasión, que nos hace sentirnos afectados por el dolor de los demás, y la admiración, que nos hace sentirnos estimulados por su grandeza. Por eso su definición más adecuada es: “Sentimiento de alegría que brota a la vista de alguna excelencia moral ajena y suscita en su espectador el deseo de emularla”.
Ahora comprendemos por qué es un sentimiento mal visto en el mundo contemporáneo. Hay una confabulación contra la excelencia, que delata uno de esos sistemas de creencias invisibles que como detective me empeño en desvelar. Un igualitarismo torpe sostiene que “nadie es más que nadie”, que lo importante es que cada cual “trate de ser él mismo”. Usar el mismo rasero es imprescindible en lo que afecta a los derechos, pero puede resultar mezquino y falso cuando se aplica a todos los órdenes de la vida. No es vedad que el comportamiento de las personas sea equivalente. A los europeos, que hemos sido criados en la desconfianza, nos parece ingenuo que a los educadores estadounidenses les parezca muy importante que los alumnos estudien los personajes públicos que han destacado por su comportamiento moral y sus virtudes personales. Sin embargo, esa cultura de la admiración resulta extremadamente conveniente. El respeto, otra actitud en quiebra, es una variante de la admiración: la actitud hacia alguien admirable por su mérito y autoridad.
Los europeos hemos cultivado cuidadosamente el descrédito del héroe y hemos dado al escepticismo, al cinismo, al pesimismo y a la desconfianza un prestigio intelectual que no merecen y que en el campo moral es demoledor. “Piensa mal y acertarás” es, además de un refrán miserable, una profecía que acabará realizándose por el hecho de enunciarla. La ceguera para captar la grandeza empequeñece a las personas y a las sociedades. Hegel ya lo advirtió. Uno de los atractivos de la personalidad de Albert Camus fue su capacidad de admirar. “El mundo ha adquirido un espesor de vulgaridad que hace que el desprecio del hombre asuma la violencia de una pasión. Sin embargo, en el ser humano hay más cosas dignas de admiración que de desprecio.” (continuará)

Incertidumbre

"Tengo el cansancio anticipado de lo que no voy a encontrar. Si en determinado momento me hubiera vuelto para la izquierda en lugar de para la derecha. Si en cierto instante hubiera dicho sí en lugar de no, o no en lugar de sí. Si en determinada conversación hubiese tenido frases que sólo ahora en el entresueño elaboro. Si todo esto hubiera sido así hoy sería otro y quizá el Universo entero sería insensiblemente llevado a ser otro también. Pero sólo ahora lo que nunca fui ni seré me duele. Voy a pasar la noche a Sintra porque no puedo pasarla en Lisboa pero cuando llegue a Sintra me va a dar pena de no haberme quedado en Lisboa.
Siempre esta inquietud sin resolución, sin nexo, sin consecuencia. Siempre, siempre, siempre. Esta angustia excesiva del espíritu por nada.
En la carretera de Sintra, o en la carretera del sueño, o en la carretera de la vida. A la izquierda hay una casucha al borde de la carretera. A la derecha, el campo abierto con la luna a lo lejos. El auto que parecía hace poco proporcionarme libertad es ahora algo en lo que estoy encerrado. A la izquierda, hacia atrás, la casucha modesta. La vida allí debe ser feliz sólo porque no es la mía. Si alguien me ha visto desde la ventana de la casucha soñará: ese que va en el auto es feliz."

Fernando Pessoa