domingo, 25 de mayo de 2008

Contra la perfección

Mi amigo psiquiatra, un formidable hombre culto, me hace ver repetidamente que el mundo es así como es y los seres humanos tan irremediablemente imperfectos como nos parecen.
El diagnóstico, contra lo que parece, dista de ser una consigna conservadora o una orden de mansedumbre universal. Se trata más bien de una luz tranquila que hace ver las taras y como componentes inseparables de la vida y sus complejas relaciones. De este modo, la figura de la desdicha o la insatisfacción frecuente se recibe no tanto como una insoportable deformidad sino como la genuina imagen de lo más real. La realidad no se tersa o mejora a nuestro antojo ni tiende a complacer las surtidas variantes de nuestros deseos. Es lo que es. Es tal como una orografía independiente de nuestra voluntad y constantemente apartada de los proyectos que imaginamos. Es absolutamente lo que es. Los rasgos de su fisonomía que nos desagradan sólo provocan aún más dolor cuando pretendemos que sean de otro modo. Las cosas son como son, las personas con quienes no coincidimos resultan ser tan irreductibles como nuestra propia diferencia y, en consecuencia, lejos de pugnar por cambiarlas ganaríamos más asumiendo sus caracteres y recorrerlos desde su negación.
La tranquilidad que se desprende de esta actitud positiva se corresponde con la serenidad que procura saberse imperfecto para siempre. La perfección es un estorbo y su persecución una tabarra. Lo es tanto la perfección en sentido absoluto como la perfección relativa que asociamos a la semejanza de alguien con nuestro yo, de cuya similitud esperamos, ilusoriamente, un plus de deleites. Ni la tensión hacia el ser perfecto ni la busca de la máxima unidad personal traen nada bueno. Más bien son la fuente segura de infelicidad puesto que la infelicidad se potencia con la impotencia de un anhelo y nada será menos asequible en este mundo que hacer de los sujetos y las cosas el ser deseable que no son.
Vicente Verdú

La memoria (I)

Los recuerdos no siempre son verdad, la mente suele maquillarlos a voluntad, pero a veces duelen mucho y se atascan. El olvido es una depuración natural que ejercita el cerebro, por lo que el mundo de la psicología y la neurología estudia cómo ocurre y cómo podría llegar a practicarse a voluntad.

En el rincón de los deseos humanos hay uno que todos compartimos: olvidar a placer los hechos o las personas que nos han causado sufrimiento, apartar a voluntad el recuerdo que maldecimos para aquietar el dolor que penetra en nuestro presente. La íntima esperanza sería gozar de una memoria selectiva, de una capacidad de olvidar deliberadamente.

En realidad, el pasado acaba convirtiéndose en una construcción subjetiva de conceptos, una película de gran imaginación creativa que rellena las lagunas que surgen a base de embellecedoras florituras o sobrecargada victimización.

¿Merece el pasado tanto crédito como para permitirle que nos persiga hasta el presente siendo que es, a fin de cuentas, la resultante de una mejor o peor memoria, aderezada con juicios personales, miedo, culpa y lo que debería haber sido y no fue? ¿Tanto poder hay que adjudicar al pasado? ¿Realmente habrá que hacer esfuerzos para recordar? ¿Cómo podemos saber si lo que recordamos es real? ¿Cómo saber si no son falsos los recuerdos? ¿No sería mejor vivir con plenitud el presente y tratar de olvidar tristes evocaciones? Estas preguntas están causando controversia entre los estudiosos de la psicología y la neurología.

Cierto es que algunos recuerdos traumáticos del pasado pueden atormentar a algunas personas que no pueden desvincularse de la emoción que sintieron durante el evento. Son los que sufren el llamado estrés postraumático. Hay soluciones terapéuticas en las que rememorar puede producir un reprocesamiento del trauma y una atenuación de las emociones asociadas. La emoción unida al hecho traumático ha quedado grabada en la memoria como una muesca en un disco rayado que hay que reparar reviviendo el evento en la sesión de terapia.

Olvidar es útil y necesario Es imposible hablar del recuerdo sin mencionar la contraparte, el olvido. Parece ser que olvidamos mucho más de lo que recordamos. El olvido no es algo negativo y es un fenómeno completamente natural. Si se recordara cada minuto de cada hora de cada día durante la vida entera, sin tener en cuenta la relevancia del recuerdo, estaríamos buscando continuamente lo importante en medio de menudencias.
El olvido se define como la pérdida de información en el tiempo. En la mayoría de las situaciones, recordamos mejor la información poco después de recibirla que tiempo después. Con el paso del tiempo, se pierde parte de la información. Es un hecho frecuente que falle la memoria cuando se necesita, lo cual es una molestia, no hay duda. No obstante, el olvido permite poner al día y actualizar el contenido de la memoria. Cuando recibimos un nuevo número de teléfono, tenemos que olvidar el anterior para recordar el nuevo. Si aparcamos el coche todos los días en un gran aparcamiento, tendremos que recordar dónde aparcamos hoy y no ayer o anteayer. Por eso, el olvido tiene una función útil y adaptativa. (continuará)