jueves, 22 de noviembre de 2007

Estar juntos

En el amor, todo intento de penetrar hasta el fondo del otro conduce a la precipitación y al abismo. A primera vista parece una contradicción puesto que el apetito del amado no hallará modo de saciarse sin lamer los últimos entresijos, pero este impulso voraz, idealizado por el romanticismo, es la razón fundamental de que la pareja quede pronto desventrada y hecha pedazos.
La diferencia entre los amantes, esa diferencia que en otros tiempos trataba de anularse mediante la fundición en una misma sustancia, constituye hoy, en tiempos más independientes, dinámicos y menos institucionalizados, la básica riqueza de la relación. La unidad productiva no ha de basarse en rehacerse como un solo guiso sino en la continua diferencia del menú, cuanto más surtido más sabroso.
Gracias a la diferencia de uno y otro yo, la tensión persiste y mediante el respeto recíproco de las peculiaridades se amenizan los argumentos de estar cerca.
Sólo la falta de consideración personal puede inducir al allanamiento del otro y, un paso más allá, a su pulverización. De hecho, la renuencia a casarse entre tantas parejas actuales se basa en la intención de rehuir la conformación de una unidad más solidificada y, en consecuencia, más próxima a la petrificación y su friabilidad siguiente.
La holgura entre uno y otro, la preservación de historias, pensamientos y secretos, de asuntos y palabras nunca pronunciadas, no perjudica la unión: acrecientan el interés de perseguirse y reunirse. No tan reunidos, apilados o juntos como para mezclar los tufos personales, juntos, sin embargo, para procurarse calor sin necesidad de ahogarse con sus vaharadas.
Vicente Verdú