lunes, 28 de abril de 2008

¿Detener el pensamiento?

El pensamiento que de tanto nos sirve, con frecuencia se excede en su generosa solicitud. Muchos de los males que nos aquejan y se afincan en nosotros obedecen a la excesiva manía persecutoria del pensamiento que, tomando un asunto entre sus fauces, nos deja el bocado amargo que acabará entristeciéndonos. En estos casos se desearía que el pensamiento actuara con menos empeño o eficiencia y transmigara a zonas donde no hay nada que apresar.

La relajación se relaciona con este viaje hacia la ausencia de pensamiento o con un pensamiento tan diluido en su composición que ninguna materia interior sería un tropiezo. Pensamiento líquido y evaporado hasta el punto en que no fuera posible la suspensión de ninguna dureza. Pensamiento, en fin, en estado puro, libre de elementos cortantes y pesados que, en su interacción, convierten de hecho la cabeza en un artefacto de y hasta en un odioso aparato que pensando nos duele.

Contra el mal de pensamiento el olvido absoluto. Pero ¿cómo producir olvido? ¿Cómo librarse del pensamiento? Cualquier ejercicio hacia ese fin se enreda con la complejidad del pensamiento y accidentalmente lo activa, con lo que de nuevo, como siguiendo una orden tajante y su carril tenaz, nos conduce irremediablemente a la sede del martirio.

Cerramos los ojos, los oídos, la boca y todavía el pensamiento sigue iluminado y en infatigable actividad. "Piensa en otra cosa", se nos dice, para aliviar el mal pensamiento y en la otra cosa, mágicamente, aparecen inesperados pasadizos que nos conducen de nuevo a la estancia central. El espacio donde se encuentra aquel pensamiento fulgente que lejos de disiparse en su dilatación, se comporta como una acerada inundación donde naufragamos todo el día, otro día, hasta que la misma fatiga temporal mineraliza la obsesión y la descarga en el almacén común, desordenado, como una antigua y oxidada materia prima.


Vicente Verdú