miércoles, 30 de abril de 2008

Algo contigo

Amor y salud

Según un estudio realizado, los hombres con dolencias cardiacas y que pueden responder afirmativamente a la pregunta: “¿Su pareja le demuestra su amor?”, presentan la mitad de síntomas que los demás. Y cuanto mayor es el número de factores de riesgo (colesterol, hipertensión, estrés), mayor es el efecto protector que el amor de su pareja parece ejercer. También ocurre al contrario: durante cinco años se estudió a 8.500 hombres con buena salud y los que, en un principio, se sentían identificados con la frase: “Mi pareja no me ama”, desarrollaron tres veces más úlceras que el resto. Según este mismo estudio, era más conveniente ser fumador, hipertenso o estar estresado que el hecho de que tu pareja no te quisiera.
En el caso de las mujeres, el beneficio de este apoyo emocional era igual de importante. Entre mil mujeres a las que se les acababa de diagnosticar cáncer de mama, se registró el doble de muertes al cabo de cinco años entre aquellas que aseguraron haber recibido poco afecto durante su vida.

¿Cómo se explica esto? El amor actúa a través del cerebro más profundo, el cerebro límbico, el cual compartimos con todos los mamíferos. Este controla al mismo tiempo las emociones y la fisiología: las hormonas, el sistema inmunitario, el ritmo cardiaco, la acidez del estómago, etc. Este “cerebro emocional” reacciona constantemente según sea nuestra situación afectiva e intenta compensar nuestras carencias. De esta manera, cuando estamos en una situación de déficit afectivo, este prepara a nuestro organismo para el estrés: libera hormonas en la sangre, pone al corazón en alerta, eleva la tensión arterial… Un sinfín de ajustes que debilitan las funciones vitales y acaban por favorecer el desarrollo de enfermedades crónicas. Por el contrario, cuando el cerebro emocional percibe que estamos recibiendo amor y protección, armoniza nuestro sistema fisiológico y, en el mejor de los casos, nos prepara para la reproducción.

No nos dejemos engañar: nuestra salud no depende únicamente del amor que nos profese nuestra pareja, sino de la calidad de todas nuestras relaciones afectivas. Hijos, padres, hermanos y hermanas, amigos. Ya que lo que importa es el sentimiento de poder ser uno mismo, en sentido amplio, con cualquier otra persona. Poder mostrarse débil y vulnerable al igual que fuerte y dichoso. Poder reír, pero también llorar. Hacer comprender nuestras emociones. Saberse útil e importante para alguien. Así como poder disfrutar de un mínimo de contacto físico. En dos palabras, ser amado.

David Servan-Schreiber