martes, 14 de septiembre de 2010

Que tengamos suerte (Que tinguem sort)

Si me dices adiós
quiero que el día sea limpio y claro,
...que ningún pájaro
rompa la armonía de su canto.

Que tengas suerte
y que encuentres
lo que te ha faltado en mí.

Si me dices te quiero
que el sol haga el día mucho más largo,
y así robar
tiempo al tiempo de un reloj parado.

Que tengamos suerte,
que encontremos
todo lo que nos faltó ayer.

Que mañana faltará el fruto de cada paso
para ganar lo que todos hemos
esperado estos años.
Cada paso nos acerca más al mañana
y por esto a pesar de la niebla, hay que andar.

Si vienes conmigo
no pidas un camino llano
ni estrellas de plata
ni una mañana llena de promesas,
solamente
un poco de suerte
y que la vida nos dé un camino
bien largo.


Lluís Llach

viernes, 20 de agosto de 2010

Mar


El mar es a mi vida
lo que al hambriento el pan;
para saciar mi espíritu
tengo que ver el mar.

El mar me da la norma
y el ansia de vivir:
su majestad es ciencia
suprema para mí.

Palabras de los siglos,
obras de eternidad,
¿qué sois ante la inmensa
sublimidad del mar?

Partículas del polvo
que el viento alza al barrer,
que al sol brillan un punto
y luego no se ven.

El mar es lo diverso;
lo eterno está en el mar;
es múltiple, absoluto,
y siempre universal.

Yo he visto al mar alzarse
soberbio de altivez;
y luego, humildemente,
tenderse ante mis pies.

El mar guarda el secreto
de toda comprensión;
su espacio es el palacio
de la imaginación.

El mar del mediodía
radiante en claridad,
es un influjo activo
de vida y ansiedad.

Y en el ocaso de oro
y en la mañana azul,
el mar es siempre norma
de fuerza y de salud.

Yo al mar le debo entera
mi vida, que es un mar:
un mar de sentimiento
y de serenidad.

Por eso el mar ejerce
en mí tanta atracción…
Lo que hay dentro de mí
es mar y corazón.


Preludio. Saulo Torón

domingo, 15 de agosto de 2010

" ¿Por qué me gustan las medusas? No lo sé. Las encuentro bonitas. Antes, mientras las miraba, he pensado una cosa. Escucha, lo que nosotros vemos es sólo una pequeña parte del mundo. Damos por hecho que esto es el mundo, pero no es del todo cierto. El verdadero mundo está en un lugar más oscuro, más profundo, y en su mayor parte lo ocupan criaturas como las medusas. Eso nosotros lo olvidamos. ¿No te parece? Dos terceras partes del planeta son océanos y lo que nosotros podemos ver con nuestros ojos no pasa de ser la superficie del mar, la piel. De lo que verdaderamente hay debajo no sabemos nada. "
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Haruki Murakami

viernes, 23 de julio de 2010

Melenara y Lope de Vega


Unas lenguas corrió más adelante…
determínase a hacer agua bastante,
Y veinte ingleses pone en la campiña
Que llaman los isleños Melenara;
Pero viéndose el agua allí muy cara.

Que ciertos ganaderos que a sus dueños,
Guardaron más el agua que las reses
Ya con tejidas hondas, ya con leños,
Como troncos de pino y cipreses,
Prueban los brazos rústicos los isleños
En los soldados míseros ingleses,
Como ministros de la yunque en fragua
Haciéndoles llevar la sangre por agua.
Y allí se vio que al fin de tantos robos
Mueren a manos del pastor los lobos…

Lope de Vega

domingo, 6 de junio de 2010

Anatomía de la codicia

Por incoherente y absurdo que parezca, cuanto más progreso económico desarrolla una sociedad, más infelices suelen ser los seres humanos que la componen. De ahí que algunos de los países más ricos del mundo, como Suecia, Noruega, Finlandia y Estados Unidos, cuenten, paradójicamente, con las tasas de suicidio más elevadas del planeta. En el mundo, un millón de seres humanos se quitan la vida cada año. Y al menos otros 15 millones lo intentan sin conseguirlo.

Haciendo caso omiso a la incómoda verdad que se esconde detrás de estas estadísticas, la mayoría de naciones están adoptando las creencias y los valores promovidos por el estilo de vida materialista y deshumanizado imperante en la actualidad. Es la “globalización”, un proceso por el cual el sistema de libre mercado, guiado por el obsesivo e insostenible afán de crecimiento económico de las corporaciones, está dificultando a los seres humanos desarrollar el altruismo y alcanzar la plenitud.

LA SOCIEDAD DEL MALESTAR
“El crecimiento económico del sistema capitalista se sustenta gracias a la insatisfacción de la sociedad” (Clive Hamilton)


Como consecuencia de la epidemia de malestar y sinsentido que padecen muchos seres humanos, en el ámbito de la investigación universitaria ha nacido una nueva especialidad profesional: el comportamiento económico, que estudia la influencia que tiene la psicología sobre la economía y ésta sobre la actitud y la conducta de individuos y organizaciones. Entre otros expertos, destaca el economista norteamericano George F. Lowenstein, cuyo nombre aparece en algunas quinielas como candidato a recibir el Premio Nobel de Economía a lo largo de la próxima década.

En el escenario socioeconómico actual, ¿es el sistema capitalista el que nos condiciona para convertirnos en personas competitivas, ambiciosas y corruptas, o somos nosotros los que hemos creado una economía a nuestra imagen y semejanza? ¿Qué viene antes: el huevo o la gallina? De las tesis formuladas por Lowenstein se desprende que en este caso el huevo es la gallina. Es decir, que nuestra incapacidad de ser felices nos ha vuelto codiciosos, convirtiendo el mundo en un negocio en el que nadie gana y todos salimos perdiendo. Y en paralelo, el sistema monetario sobre el que se asienta nuestra existencia dificulta y obstaculiza la ética y la generosidad que anidan en lo profundo de cada corazón humano.

Pero entonces, ¿qué es la codicia? ¿De dónde nace? ¿Adónde nos conduce? Etimológicamente procede del latín cupiditas, que significa “deseo, pasión”, y es sinónimo de “ambición” o “afán excesivo”. Así, la codicia es el afán por desear más de lo que se tiene, la ambición por querer más de lo que se ha conseguido. De ahí que no importe lo que hagamos o lo que tengamos; la codicia nunca se detiene. Siempre quiere más. Es insaciable por naturaleza. Actúa como un veneno que nos corroe el corazón y nos ciega el entendimiento, llevándonos a perder de vista lo que de verdad necesitamos para construir una vida equilibrada, feliz y con sentido.

LA CORRUPCIÓN DEL ALMA
“La riqueza material es como el agua salada; cuanto más se bebe, más sed da” (Arthur Schopenhauer)

Últimamente se ha hablado mucho del presidente del Palau de la Música, Fèlix Millet, al que se le acusa de haber robado 10 millones de euros. O del multimillonario Bernard Madoff, considerado un brillante gestor de inversiones y filántropo hasta que un día confesó a sus hijos Andrew y Mark que su vida era “una gran mentira”. El imperio económico que había construido a lo largo de las últimas décadas se sustentaba en la codicia, la estafa y la corrupción.

Tras ser arrestado y procesado, Madoff fue condenado el 29 de junio de 2009 a 150 años de cárcel por ser el responsable del mayor fraude financiero de la historia, cifrado en más de 35.000 millones de euros. ¿Qué motiva a un hombre que lo tiene todo a querer más? ¿Por qué tantas personas se vuelven corruptas, mezquinas y perversas al alcanzar el poder?

Para muchos psicólogos, personas como Madoff o Millet representan la punta del iceberg de uno de los dramas contemporáneos más extendidos en la sociedad: “la corrupción del alma”. Así se denomina la conducta de las personas que se traicionan a sí mismas, a su conciencia moral, pues en última instancia todos los seres humanos sabemos cuándo estamos haciendo lo correcto y cuándo no. Y es que para cometer actos corruptos, primero tenemos que habernos corrompido por dentro. Esto implica marginar nuestros valores éticos esenciales –como la integridad, la honestidad, la generosidad y el altruismo en beneficio de nuestro propio interés.

RICOS FUERA, POBRES DENTRO
Nada que esté fuera de ti podrá nunca proporcionarte lo que estás buscando” (Byron Katie)

Según las investigaciones científicas de Lowenstein, cuando las personas son víctimas de su codicia entran en una carrera por lograr y acumular poder, prestigio, dinero, fama y otro tipo de riquezas materiales. Quienes cruzan la línea una vez, tienden a cruzarla constantemente. Las personas codiciosas se engañan a sí mismas; siempre encuentran excusas para justificar sus decisiones y actos corruptos. El hecho de que los demás lo hagan ya es suficiente para hacerlo. Sin embargo, la sombra de su conciencia moral les persigue de por vida.

Una vez ascienden por la escalera que creen que les conducirá al éxito y, en consecuencia, a la felicidad, comienzan a ser esclavas del miedo a perderlo todo. De ahí que se vuelvan más inseguras y desconfiadas, invirtiendo tiempo y dinero en protegerse y proteger lo que poseen. Y no sólo eso. Se sabe de muchos casos en los que las personas codiciosas terminan aislándose de los demás, con lo que su grado de desconexión emocional aumenta y su nivel de egocentrismo se multiplica.

Por eso muchos intentan compensar su malestar con el placer y la satisfacción a corto plazo que proporciona la vida material. Para conseguirlo necesitan cada vez más dinero, lo que les lleva, en algunos casos, a cometer estafas en sus propias organizaciones, tal y como hicieron Madoff y Millet. Según la consultora Deloitte, “más de seis de cada 10 fraudes empresariales se cometen desde dentro”. Muchos se planean en los despachos de la cúpula directiva. Que la corrupción se haga pública, es otra historia.

En palabras de Lowenstein, “la codicia es una semilla que crece y se desarrolla en aquellas personas que padecen un profundo vacío existencial, sintiendo que sus vidas carecen de propósito y sentido”. Tenemos de todo, pero ¿nos tenemos a nosotros mismos? La codicia nace de una carencia interior no saciada y de la falsa creencia de que podremos llenar ese vacío con poder, dinero, reconocimiento y, en definitiva, con un estilo de vida materialista, basado en el consumo y el entretenimiento.

LA FILOSOFÍA DE LA ‘NO NECESIDAD’
“Lo que nos hace ricos o pobres no es nuestro dinero, sino nuestra capacidad de disfrutar” (Víctor Gay Zaragoza)

Un hombre de negocios pasaba sus vacaciones en un pueblo costero. Una mañana advirtió la presencia de un pescador que regresaba con su destartalada barca. “¿Ha tenido buena pesca?”, le preguntó. El pescador, sonriente, le mostró tres piezas: “Sí, ha sido una buena pesca”. El hombre de negocios miró al reloj: “Todavía es temprano. Supongo que volverá a salir, ¿no?”.
Extrañado, el pescador le preguntó: “¿Para qué?”. “Pues porque así tendría más pescado”, respondió el hombre de negocios. “¿Y qué haría con él? ¡No lo necesito! Con estas tres piezas tengo suficiente para alimentar a mi familia”, afirmó el pescador. “Mejor entonces, porque así usted podría revenderlo”. “¿Para qué?”, preguntó el pescador, incrédulo. “Para tener más dinero”. “¿Para qué?”. “Para cambiar su vieja barca por una nueva, mucho más grande y bonita”. “¿Para qué?”. “Para poder pescar mayor cantidad de peces”.
“¿Para qué?”. “Así podría contratar a algunos hombres”. “¿Para qué?”. “Para que pesquen por usted”. “¿Para qué?”. “Para ser rico y poderoso”. El pescador, sin dejar de sonreír, no acababa de entender la mentalidad de aquel hombre. Sin embargo, volvió a preguntarle: “¿Para qué querría yo ser rico y poderoso?”. “Esta es la mejor parte”, asintió el hombre de negocios. “Así podría pasar más tiempo con su familia y descansar cuando quisiera”. El pescador lo miró con una ancha sonrisa y le dijo: “Eso es precisamente lo que voy a hacer ahora mismo”.

domingo, 25 de abril de 2010

Las edades del hombre

El mundo entero es un teatro, y todos los hombres y mujeres simplemente comediantes. Tienen sus entradas y salidas, y un hombre en su tiempo representa muchos papeles, y sus actos son siete edades.
Primero, es el niño que da vagidos y babea en los brazos de la nodriza; luego, es el escolar lloricón, con su mochila y su reluciente cara de aurora, que, como un caracol, se arrastra de mala gana a la escuela.
En seguida, es el enamorado, suspirando como un horno, con una balada doliente compuesta a las rejas de su adorada. Después, es un soldado, aforrado de extraños juramentos y barbado como un leopardo, celoso de su honor, pronto y atrevido en la querella, buscando la burbuja de aire de la reputación hasta en la boca de los cañones.
Más tarde, es el juez, con su hermoso vientre redondo, rellene de un buen capón, los ojos severos y la barba de corte cuidado, lleno de graves dichos y de lugares comunes. Y así representa su papel.
La sexta edad nos le transforma en el personaje del enjuto y embabucado pantalón, con sus anteojos sobre la nariz y su bolsa al lado. Las calzas de su juventud, que ha conservado cuidadosamente, serían un mundo de anchas para sus magras canillas, y su fuerte voz viril, convertida de nuevo en atiplada de niño, emite ahora sonidos de caramillo y de silbato.
En fin, la última escena de todas, la que termina esta extraña historia llena de acontecimientos, es la segunda infancia y el total olvido, sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.
"Como gustéis" -William Shakespeare

domingo, 28 de marzo de 2010

Reivindicación de la alegría


Es muy importante que un hombre sea alegre, no insensato, pero alegre. Trato de contárselo a mis hijos todos los días y algo me dice que lo entienden. La alegría es la causa fundamental de la existencia, y eso no hay Dios, por triste que sea, que lo refute. La risa sujeta cosas que el llanto no es capaz de sujetar ni reparar. La alegría se formula a poco que la dejes, como la razón fundamental del alma. Y sin embargo tiene muy mala fama.

Quizá sea por eso por lo que la alegría se haya convertido en el sentimiento más atacado, más acotado, más amenazado, menos apreciado de entre todos nuestros sentimientos. Cualquier razón, por siniestra que sea , parece tener más derechos en nuestro mundo que la pequeña y noble razón de la alegría.

Se asocia con frecuencia un corazón alegre con una conducta irresponsable, casi como un insulto a nuestros semejantes, mientras se respeta y se halaga una personalidad sombría, desconfiada, entristecida, adecuada a la desgracia que sin duda nos rodea. Y sin embargo el alma suele buscar por sí sola motivos para la alegría a sabiendas de que difícilmente caminará un paso más sin ellos. El encanto de un camino, de cualquier camino, depende más de la disposición que del paisaje, o del encuentro, o de la suerte. Podríamos decir que la disposición es propia de nuestra naturaleza mientras que el accidente (positivo o negativo) es un asunto del camino.

Poco tiene que ver la alegría que un alma necesita con el triunfo o la ganancia, ni siquiera debe asociarse a un loco optimismo, ni desde luego se formula desde la supremacía de nuestras causas sobre las causas de los demás; digamos que es más bien un estado de ánimo natural que no requiere de demostraciones, ni metas, ni logros, una mera y no dañina buena fe. Por el contrario, si se desestima la importancia de conservar o cultivar un espíritu alegre, nada de lo que se consiga vencerá a la tristeza acumulada, a eso que llamaba Thomas Bernhard el verse preso en la infelicidad.

No deja de ser curioso que entre lo nuestro nos veamos a menudo sometidos a las exigencias de la felicidad (o a la amenaza de su contrario), mientras se ignoran las potencias fundamentales de la alegría.

Los instrumentos que se nos ofrecen para alcanzar la plenitud: alargadores de penes, correcciones dentales, implantes mamarios, aseguran nuestro sufrimiento, cuando no una certera humillación, además de someternos al dolor de cambiar lo propio por el aspecto de lo ajeno. Lo cual hará sin duda que sea lo que sea lo conseguido resulte casi imposible reconocerlo como una necesidad y por tanto como un premio. Es difícil precisar cuánto de lo que nos exigen puede considerarse un triunfo personal, cuánto de lo que no somos en realidad se puede ver compensado por el dudoso mérito de haber renunciado a la íntima alegría a cambio del reconocimiento ajeno.

Sorprende comprobar a diario que lo esencial en la búsqueda de la felicidad reside precisamente en renunciar a lo esencial de lo único en beneficio de lo banal de entre lo común. Al individuo que imagina su causa se le censura antes que al individuo que se suma a la apariencia de la causa general y así el don de la alegría, que es natural en la infancia, se va comprometiendo en la causa exigente y despiadada de la felicidad adulta.

El resultado de este cálculo erróneo es la ansiedad, la tensión, la muerte del juego.

Lo que sucede con el alma es que guarda causas que la realidad ignora, y a veces entre esas causas y las libertades que precisa para desarrollarlas, el alma, a pesar de todo y contra todo, se sujeta.

Intuyo que Pep Guardiola protege más a Messi de las amenazas de la ansiedad que de las patadas de los rivales, porque entiende que el juego precisa de la alegría.

En el Real Madrid, en cambio, se pica la carne del sueño de cualquiera hasta convertirlo en una monstruosa pesadilla.


Ray Loriga

domingo, 28 de febrero de 2010

La libertad de hablar

Vivimos sobre la tierra aunque el cemento y el asfalto la estén recubriendo. Vivimos el aire que respiran nuestros pulmones, aunque el desenfreno o la inconsciencia lo estén corrompiendo. Vivimos del agua, ese líquido imprescindible -lo "mejor es el agua" dijo el poeta griego-. Apenas pensamos que por encima de todos los adelantos tecnológicos, son esos elementos, esos principios fundamentales de la existencia, lo único que no nos puede faltar. No somos capaces de imaginar el día en que se dijera: "Mañana no hay aire; desde mañana nunca más habrá agua, ni campo, ni surcos donde sembrar".
La naturaleza en la que estamos y que nos constituye es la única verdadera realidad. Epicuro había mostrado el carácter esencial de esa naturaleza que es también nuestro cuerpo: una maravillosa organización de la materia que nos conforma, nos realiza y que, como la "caída de las hojas en otoño", nos somete al paso del tiempo y, en él, nos deshace. La naturaleza humana se origina por el impulso de una fuerza vital que consiste, según el filósofo, en "sentir y pensar". La vida es, pues, una energía, un movimiento, que dinamiza todo el "ser" que podemos alcanzar. Porque en la existencia no tiene lugar sólo el proceso que la naturaleza nos señala, sino que, dentro de ese proceso, hay un destino, una forma de evolucionar, una forma de alzar un ser personal, una individualidad consciente, que fluye en cada historia, desde la luz que haya sabido proyectar sobre las palabras y los conceptos del lenguaje en que ha nacido.
El reconocimiento de la estructura de la corporeidad y de que la posible felicidad empieza por ese reconocimiento fue un paso decisivo para la libertad de la mente, que es la más importante de las libertades. Libertad no significa, únicamente, experimentar el mundo como posibilidad, como apertura del mero existir, aunque la idea de libertad surgiese en contraste con la experiencia real de la esclavitud. Ser libre fue un proceso de libertad interior, una liberación individual.
Un elemento imprescindible en el territorio de la libertad es el lenguaje. Pero esa inconsciencia que nos habita en nuestro "estar" en la naturaleza, la padecemos muchas veces ante nuestro ser en el lenguaje. Se ha hecho tan propio de cada individuo el universo conceptual de palabras entre las que vive, que apenas es consciente de que ese espacio hay que habitarlo, construirlo, cuidarlo, pensarlo. La habitación en esa "casa del ser" es una continuada tarea de aprendizaje y claridad.
Pero antes de cualquier proceso educativo, parece que la liberación mental surge de las condiciones de posibilidad para que esa libertad cristalice y se ejerza. Mal puede llevarse a cabo el idealismo o, tal vez, la ensoñación de esos sutiles procesos donde se hace fecundo y creador el uso del lenguaje y su comunicación, si esos sueños tienen inevitablemente que coexistir con la miseria, la violencia, la angustia social, la pobreza. Los sociólogos suelen diagnosticar que la mayor parte de las monstruosidades que llegan a encarnarse en individuos humanos se debe a esa estrechez vital, a ese encierro existencial, a ese magullamiento de la sensibilidad y la inteligencia que, como forma feroz de esclavitud, se empieza a padecer en la niñez y la adolescencia. Las formas de alienación social, la posible ruptura violenta con lo "establecido" son, en principio, degeneraciones de esa necesidad de ser libre, de una patológica y desolada búsqueda de emancipación.
A pesar de esas dificultades reales y para no claudicar necesariamente a su imperio, estamos obligados siempre a plantear los problemas que la esclavitud y el encierro, tan graves casi como los del cuerpo, sobrevienen en el descuido de las palabras con las que nos alimentamos y que constituyen el territorio verbal que ha ido abonándose en nuestra alma.
Tan destructora como la miseria real es la miseria ideal. Las preocupaciones ecológicas que, sin duda, apuntan a una clarividente actitud en la que presentimos nuestro cuerpo como parte integrante del asombroso mundo que nos rodea, del cielo estrellado y los ríos fluyentes, han de encontrar paralelismo en la "existencia interior" que decía Guillermo de Humboldt. Tal "existencia", que abre el horizonte de la humanización, es una existencia "lingüística", un universo de palabras, con soles y estrellas: Esos conceptos esenciales de la amistad o la verdad, por ejemplo, que empezaron a decir los seres humanos porque los necesitaban para vivir. Y hay que aprender a vislumbrar, entre las opacidades de la sociedad, las constelaciones de sensibilidad e inteligencia dormidas en el cerebro, y que alumbran si nos han enseñado a encenderlas.
El aprendizaje es delicado porque en esa sutil atmósfera de palabras, de ideas, de sentimientos y emociones, retumban las tormentas que desencadenan las presiones de grupos armados en la avaricia, el fanatismo y la fomentada ignorancia. Contra ese aprendizaje ilustrado combate también el ejército de las frases hechas, de los hábitos que, nutridos de la indigestión de "conceptos" que se asumen porque interesa y ciega "practicarlos", provocan criminalidad y agresividad. Pero también actúa contra la tensa armonía de la sociedad la falsa practiconería de los grupos de poder despreocupados de lo que verdaderamente dicen, de los conceptos que utilizan con total desconocimiento de la vida que palpita bajo ellos.
La existencia de estos fenómenos que aparecen en el universo de las palabras se debe tal vez a la inercia con que, en los cauces de la mente que pretende pensar, se han establecido unas órbitas más desordenadas y confusas que las celestes, y que delimitan, cierran y aniquilan los círculos de significaciones. Formas sutiles de los reflejos condicionados que el sectarismo educativo ha ido inyectando en el alma, donde provocan respuestas sin conocer qué son y a qué responden.
Esos usos de "energías sucias", de manoseos esterilizadores del lenguaje, necesitan, como los patéticos residuos radioactivos, sus cementerios nucleares. El enterramiento de las costras verbales que ha provocado, sobre la superficie de los conceptos, el escurridizo y desordenado patinaje político o mediático es, en el fondo, más fácil de aliviar que el de los otros residuos. Consiste sólo en eliminar la corteza por donde podemos insensatamente deslizarnos. El aligeramiento semántico, el diluir las ideas en el curso de la existencia que debe buscar objetivos y fines más allá de la atascada y ciega pragmacia tiene que empezar en la escuela que ha de trasmitir no sólo determinados saberes, sino hacer entender esos saberes desde las palabras que los dicen. En la práctica de esa libertad se fomenta la creatividad en el espejo donde el alumno aprende, con la lectura, a verse a sí mismo. Porque los libros no son sólo objetos donde se remansa el lenguaje de la oralidad. Los libros nos leen también porque sus palabras son miradas que se reflejan en el cristal, aún limpio, de nuestros primeros pasos en el conocimiento.
Todo ello ocurre en el suelo de la sociedad donde muchas veces no se dan únicamente las atracciones y reacciones "de quienes mandan" como decía Alicia "en el país de sus maravillas", sino que además la marca de esos reflejos condicionados nos atonta, ofuscándonos ya en la experiencia social y escolar. Ese vocabulario congelado e inerte que se ha metido en el alma, ni siquiera puede responder a la exigencia socrática de "diga lo que piensa", o incluso "piense de verdad lo que dice", porque la degeneración ha llegado al extremo de que no sabemos ya pensar. Los residuos de las palabras desactivadas dormitan siempre en el fondo de nuestro ser, y lo peor de ellos es que aparecen de pronto como formas incurables de irracionalidad.
El lenguaje, que se funda en la verdad, en la honradez personal y política, abre las puertas a la razón y la vida. Suena utópico que los seres humanos lleguen a liberarse del dominio que ejerzan, desde las peores formas de oligarquías, los perturbados de la corrupción mental; pero no hay que renunciar a esa supuesta utopía. La vida democrática jamás podrá realizarse mientras una ciudadanía, desconcertada y engañada con la codicia de los otros, se resigne, por la miserable ideología de la pragmacia, a soportar la dictadura de la indecencia.

Emilio Lledó

domingo, 31 de enero de 2010

Hombre


Conócete, pues, a ti mismo;
no quieras saber tanto como Dios,
el estudio propio del género humano es el hombre.
Colocado en este istmo como paso intermedio,
un ser tristemente sabio y toscamente grande:
con demasiada erudición de escéptico,
con demasiada debilidad en su orgullo estoico;
cuelga en medio, dudando si actuar o descansar,
dudando si creer que es un dios o una bestia,
dudando si preferir su mente o su cuerpo;
nacido sólo para morir y que razona sólo para errar,
semejante en ignorancia a su raciocinio,
tanto si piensa poco como demasiado,
caos de pensamiento y pasión todo mezclado;
con todo, él solo maltrata y desengaña,
creado mitad para elevarse, mitad para caer,
gran señor de todas las cosas y presa de todas ellas,
juez único de la verdad y siempre sumido en el error.

¡Gloria, burla y enigma del mundo!
¡Adelante, criatura maravillosa!
Móntate sobre la ciencia, adelante,
mide la tierra, pesa el aire y explica las mareas,
instruye a los planetas sobre las órbitas que deben seguir,
corrige la historia y regula el sol.
Adelante, elévate con Platón hasta la esfera empírea,
hasta el primer bien, la primera perfección, la primera belleza,
o pisa la laberíntica esfera que pisaron sus seguidores
y abandona la llamada de la inteligencia imitando a Dios,
corriendo con los sacerdotes de Oriente en círculos vertiginosos,
girando la cabeza para imitar al sol;
adelante, enséñale a la Sabiduria Eterna como gobernar
¡y entonces déjate caer dentro de ti mismo y sé un imbécil!

Seres superiores, cuando últimamente vieron a un hombre mortal
desvelar todas las leyes de la naturaleza,
admiraron tal sabiduría en una figura terrenal,
y mostraron a un Newton como nosotros mostramos a un mono.
¿Podría él, cuyas reglas ciñe el rápido cometa,
describir o precisar un movimiento de su mente?
¿Quién vio sus fuegos surgir aquí y descender ahí?
¿Podría explicar su propio principio o su final?
¡Ay, qué maravilla! La parte superior del hombre
puede ascender libremente y escalar de arte en arte,
pero cuando su propia obra maestra ha comenzado,
lo que la razón teje la razón lo desbarata.

Rastrea la conciencia entonces, con modestia como guía;
primero quítale su equipaje de orgullo,
resta todo lo que no es más que vanidad, o aderezo,
o lujo del aprendizaje, u ociosidad,
o trucos para mostrar la elasticidad del cerebro humano,
mero placer de la curiosidad, o dolor ingenioso;
borra el todo o cercena las partes excrecentes.
De todo, nuestros vicios han creado artes.
¡Mira entonces lo poco que queda,
lo que sirvió al pasado, y debe servir al porvenir!


De "Un ensayo acerca del hombre" de Alexander Pope