domingo, 11 de noviembre de 2007

Contra el desaliento

Ocurre que me asusto
Cada vez que me asomo
Al umbral de mi esperanza.

Aquellas ilusiones, lejos de disolverse,
¡Oh iluso!, se agigantan
A pesar del tiempo y la distancia.

Cual columna imprescindible
Mantiene erguidos mis proyectos
E insufla vida a mis anhelos.

Quizá no es más que un espejismo
Cuya agua sorbo para no caer, inane,
En el sofocante desierto cotidiano.

Mas, a pesar de su irrealidad,
Le procuro credibilidad…
Sin ella, a buen seguro, sólo resta la nada.


Álvaro

La ternura (y IV)

Nuestros deseos tienen un fundamento biológico, sobre el que vamos construyendo aéreas y espirituales arquitecturas. En el origen del deseo maternal de cuidar a su bebé, encontramos la oxitocina, la hormona de la ternura y del apego. Si se la inyecta a un animal macho, provoca en él comportamientos de cuidado hacia las crías. El nivel de oxitocina aumenta durante el parto y durante la lactancia. Pero, sorprendentemente, también aumenta en hombres y mujeres durante las relaciones sexuales. Esto puede interpretarse como un intento biológico de unir ternura y sexo, o, lo que es igual, de complementar la sexualidad con lazos afectivos. La oxitocina colabora desde su nivel bioquímico a la expansión de la ternura que he descrito.
Hay lenguas que han desarrollado mucho el léxico de la ternura. Por ejemplo, los esquimales. Nivikuk significa tener ganas de besar a alguien, y se aplica a los niños y también a muchas cosas pequeñas, animadas o inanimadas; iva es el deseo de estar al lado de alguien en la cama, acurrucados, sin connotaciones sexuales; aqaq es una palabra dirigida a los niños y significa comunicar ternura a otra persona mediante la palabra o el gesto. Como demostración de una deliciosa mezcla de dureza y ternura, he aquí un antiguo poema japonés en el que un guerrero se despide de su esposa: “Levántate, esposa mía. Es la hora. Clava tu larga aguja en el cojín que bordas y tráeme las armas. Sujeta mis dos sables a mi cinto. No llores. ¡Si volveré, niña mía! Dame el saquito que he llenado de arroz. Anuda sólidamente las correas de mi carcaj. He regado nuestras legumbres para ocho días. No he olvidado repicar los crisantemos. ¡Ahora, tiembla y huye! Voy a adoptar la mirada espantosa con la que pienso salir al encuentro de nuestros enemigos".
José Antonio Marina