viernes, 2 de noviembre de 2007

La ternura (I)


El comienzo de cualquier vida, un bebé, un cachorro... es lo que desboca este sentimiento que aniña a los adultos enamorados, nos lleva a acariciar y mimar a nuestros pequeños y provoca sensaciones de derretimiento. La ternura en acción se convierte en cuidado, y eso es lo que necesita el mundo, extender la ternura, algo que nos recuerde nuestra pequeñez e indefensión.

En 1654, Mademoiselle d’Escudery escribió el “Mapa de la ternura”, que tuvo gran éxito entre los aficionados a la poesía galante y amorosa y dio origen a una cartografía sentimental detalladísima y –todo hay que decirlo– un poco cursi. No extraña su éxito porque la ternura es un delicioso y trascendental sentimiento que protagoniza una de las grandes aventuras de la afectividad humana.

Los sentimientos no son intemporales, sino que tienen historia. Son híbridos de naturaleza y cultura. Las situaciones sociales, las creencias, las modas van modificándolos. Así ha sucedido con los sentimientos familiares o con los sentimientos hacia la naturaleza o hacia los extranjeros. La compasión ha sido elogiada y denostada, y lo mismo sucede con el sentimiento patriótico.

Pues bien, la ternura ha provocado un cambio profundo en las relaciones humanas, y debe provocar al menos otro más. Ya lo entenderán luego.Todas las emociones tienen un mismo esquema. Un desencadenante las provoca, y ellas, a su vez, provocan consecuencias. En el miedo, el desencadenante es la detección de un peligro, verdadero o falso, y las consecuencias pueden ser cuatro: huida, ataque, inmovilidad, sumisión.

En la ternura, el desencadenante es un ser animado –un bebé o un cachorro, por ejemplo cuya pequeñez o vulnerabilidad conmueve, “emociona dulcemente” decían los diccionarios antiguos, despertando en nosotros una atención risueña y un deseo de acogerlo, cuidarlo, acariciarlo. Walt Disney utilizó en sus dibujos –recuerden al pequeño Bambi– los rasgos gráficos que desencadenan este sentimiento: formas pequeñas, redondeadas, ojos muy grandes, una cierta torpeza en los movimientos. No sentimos ternura ni por las cosas ni por los vegetales, a no ser que proyectemos en ellos algún rasgo personal. Ni tampoco por las personas hostiles, autosuficientes o arrogantes.

El miedo y la ternura son incompatibles. También es incompatible con la prisa, que nos vuelve a todos impacientes y violentos.La ternura se llama así porque enternece, vuelve tiernas, blandas y flexibles nuestras barreras defensivas, los blindajes psicológicos se derriten, como dice expresivamente el lenguaje. Por eso, lo contrario de este sentimiento es la insensibilidad, la dureza de corazón, que todos los maestros espirituales han considerado gran pecado.
El profeta Ezequiel resume la acción salvadora de Dios con una frase: “Os quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez. 36,26). En la Biblia se atribuye a Dios –a veces, sólo a veces– un comportamiento tierno. Se dice de Él que se conmueve hasta las entrañas, y para decirlo se utiliza la palabra que significa útero, entrañas maternales. Por eso resulta explicable que en la edad media hubiera una devoción a Jesucristo como Madre. Era solamente un anhelo de ternura divina. (continuará)
José Antonio Marina

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