lunes, 29 de octubre de 2007

Soliloquio de Hamlet (Ser o no ser)


¡Ser, o no ser, es la cuestión!
¿Qué debe más dignamente optar el alma noble
entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor,
o rebelarse contra un mar de desdichas,
y afrontándolo desaparecer con ellas?

Morir, dormir, no despertar nunca más,
poder decir todo acabó;
en un sueño sepultar para siempre
los dolores del corazón,
los mil y mil quebrantos
que heredó nuestra carne,
¡quién no ansiara concluir así!

¡Morir... quedar dormidos...
Dormir... tal vez soñar!
¡Ay! allí hay algo que detiene al mejor.
Cuando del mundo no percibamos ni un rumor,
¡qué sueños vendrán en ese sueño de la muerte!
Eso es, eso es lo que hace el infortunio planta de larga vida.

¿Quién querría sufrir del tiempo el implacable azote,
del fuerte la injusticia,
del soberbio el áspero desdén,
las amarguras del amor despreciado,
las demoras de la ley,
del empleado la insolencia,
la hostilidad que los mezquinos juran al mérito pacífico,
pudiendo de tanto mal librarse él mismo,
alzando una punta de acero?

¿Quién querría seguir cargando
en la cansada vida su fardo abrumador?...
Pero hay espanto ¡allá del otro lado de la tumba!
La muerte, aquel país que todavía está por descubrirse,
país de cuya lóbrega frontera ningún viajero regresó,
perturba la voluntad,
y a todos nos decide
a soportar los males que sabemos
antes que ir a buscar lo que ignoramos.

Así, ¡oh conciencia!,
de nosotros todos haces unos cobardes,
y la ardiente resolución original
decae al pálido mirar del pensamiento.
Así también enérgicas empresas,
de trascendencia inmensa,
a esa mirada torcieron rumbo,
y sin acción murieron.

William Shakespeare

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