viernes, 12 de diciembre de 2008

La fórmula de la felicidad (I)


Neurocientíficos, filósofos, psicólogos y budistas encuentran la felicidad en lugares diversos, pero todos alcanzan dos certezas: el escenario no es el yo, sino el nosotros, y, esté donde esté, a ser feliz se aprende.
Tras una búsqueda de más de 2.500 años, el cerco sobre la felicidad se estrecha. Los neurocientíficos dicen haberla visto a través de un monitor, en forma de ondas cerebrales gamma. Los filósofos siguen sus huellas en los textos clásicos, y los monjes budistas dicen sentir su presencia al sentarse en la posición del loto, cerrar los ojos y recitar un mantra. La nueva corriente de la psicología positiva, en cambio, sostiene que la persecución es vana: la felicidad debe (y puede) construírsela uno mismo mediante técnicas muy concretas que todos podemos aprender. La buena noticia es que, por primera vez, científicos, filósofos, psicólogos y meditadores han decidido poner sus pesquisas en común. El resultado: un conocimiento minucioso de la anatomía de la felicidad y sus causas. La felicidad, por fin, parece estar al alcance de nuestra mano.El largo recorrido que nos ha llevado hasta este punto arrancó antes de la era cristiana en las ágoras atenienses, donde nació una nueva ciencia que daría mucho que hablar: la filosofía. Nombres como Platón, Sócrates, Séneca o Epicuro fueron algunos de sus hijos más insignes, los primeros en elevar preguntas fundamentales sobre el hecho de ser humanos y de cómo los seres humanos podíamos alcanzar la felicidad. Pero hasta hace muy poco, para la mayor parte de la sociedad sus enseñanzas quedaban relegadas a los libros de historia, sin conexión con la vida moderna y, por supuesto, sin efecto sobre nuestra capacidad de ser más o menos felices. Todo esto cambió en los albores del siglo XXI. Exactamente en el año 2000, un filósofo de nuestro tiempo, Alain de Botton, puso a los viejos filósofos a la orden del día en un libro que vendió cientos de miles de ejemplares en todo el mundo: Las consolaciones de la filosofía. En él demostraba que las palabras de los clásicos eran perfectamente válidas para dar respuesta a las inquietudes del hombre moderno y a la eterna búsqueda de la felicidad. El pasado 9 de octubre, De Botton participó en la II Conferencia Europea sobre la Felicidad y sus Causas, organizada en Londres por el World Happiness Forum, una institución internacional sin ánimo de lucro que propicia encuentros multidisciplinares sobre el tema. Allí, De Botton insistió en que, por muchos siglos que hayan pasado, la llave de la felicidad sigue en manos de los filósofos clásicos.

La fórmula occidental
En el año 306 a.C., Epicuro fundó una institución filosófica cuyo objetivo era promover la felicidad, según una definición propia que aseguraba que “el gozo es el principio y el fin de una vida dichosa”. Esta afirmación dio pie a numerosos equívocos. Ya en sus tiempos, Epicuro era tachado por sus vecinos de depravado, y circularon en Atenas bulos sobre las orgías gastronómicas y sexuales que se celebraban a diario entre las paredes de su escuela. ¿A qué si no podría referirse el sabio cuando predicaba una vida dedicada al placer? Muchos se habrían sorprendido si se hubieran atrevido a franquear las puertas de su casa: una vivienda sencilla, en la que la comida era escasa, procedente casi en su mayoría de las hortalizas cultivadas en su propio huerto, más agua que vino, ropas sencillas y, entre sus habitantes, un ambiente de recogimiento y amabilidad. “Lo único que sucedía –aclara De Botton– era que, tras un examen racional, Epicuro había llegado a conclusiones sorprendentes sobre las auténticas fuentes de la vida placentera.” Su particular fórmula de la felicidad constaba de amistad, libertad y reflexión a partes iguales. El filósofo predicó con el ejemplo y eligió vivir de acuerdo con sus ideas.Amistad: escogió una casa grande en el barrio ateniense de Melite y allí vivió rodeado de amigos. Tenían aposentos privados y espacios comunes, donde comían juntos, conversaban y reflexionaban. Según el filósofo griego, “de todos los medios de los que se arma la sabiduría para alcanzar la dicha en la vida, el más importante con mucho es el tesoro de la amistad”.Libertad: según explica Alain de Botton, “con el fin de no verse obligados a trabajar para gente que no era de su agrado ni a satisfacer eventualmente caprichos humillantes, se apartaron de las ocupaciones en los negocios de la vida ateniense e instauraron lo que bien podría describirse como una comuna, aceptando un estilo de vida más simple a cambio de independencia. Tendrían menos dinero, pero jamás se verían obligados a cumplir las órdenes de odiosos superiores”. Para sustentar esta vida autónoma, se compraron un huerto y cultivaron sus propios vegetales. Reflexión: Epicuro no halló mejor herramienta para combatir la ansiedad que la reflexión. Sostenía que, a la luz de la razón, las angustias concernientes al dinero, la muerte o lo desconocido se alivian. Sostenía que esa era la única forma de aliviarlas. No en vano la razón es la piedra angular del pensamiento occidental y de nuestra concepción de la felicidad. Pero esto, claro, es sólo un punto de vista.

La meditación oriental
De la antigua filosofía budista nos llega otra visión del mundo y de la felicidad que cada vez gana más adeptos en Occidente. Propone cambiar la razón por la compasión. En la misma conferencia sobre la felicidad en la que De Botton mostraba su fe en el pensamiento occidental, participaba el monje budista Matthieu Ricard, traductor y asesor personal del Dalai Lama. Francés de nacimiento, Ricard vivió su juventud en París y se doctoró en Genética Celular por el Instituto Pasteur, hasta que un buen día decidió abandonarlo todo y marcharse a Katmandú para estudiar las enseñanzas budistas. Hace 30 años que reside en el monasterio Shechen, pero a menudo abandona la paz de las montañas para encerrarse en un laboratorio donde él mismo es sujeto de numerosos experimentos en los que se analizan los efectos de la meditación sobre el cerebro. Por los resultados de estos tests, se considera a Ricard el hombre más feliz del mundo. En el 2003 escribió el exitoso libro En defensa de la felicidad. Sus primeras palabras en la conferencia parecen una andanada contra Epicuro: “Uno de los principales errores en la concepción de la felicidad es confundirla con las sensaciones placenteras –afirma–, “pero las sensaciones placenteras no son fiables porque dependen de las circunstancias externas. La auténtica felicidad es casi lo opuesto a eso. Es ser invulnerable a las condiciones externas. Ese tipo de felicidad te ofrece las herramientas para hacer frente a los altibajos de la vida con ecuanimidad, fortaleza interior, libertad, compasión y coraje. Sukha es el término budista que describe ese estado. Es una manera de ser que contiene estas cualidades, que todos poseemos potencialmente y que podemos entrenar y cultivar, como cualquier habilidad. Cuanto más las experimentes, más profundas, más estables y vastas serán”. Ricard está hablando de cualidades como la libertad interior, la paciencia, y la humildad como antídotos a las adicciones, la ira o el orgullo. Y la herramienta para cultivarlas es la meditación. “Lo que determina nuestras experiencias es la mente –afirma–, y la mente puede ser transformada. La mente puede cultivarse para dejar de ser una fuente de sufrimiento.”La conclusión, a fin de cuentas, no está tan alejada de la de Epicuro. Pero ¿es posible conseguir ese estado de paz mental sin abandonar la vida mundana ni marcharse a las montañas de Nepal? La respuesta, según los más avanzados neurocientíficos del mundo, es un contundente sí. (continuará)
Elisabeth Riera

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