miércoles, 16 de abril de 2008

Territorio místico

Maravillosa calma reinaba en el mundo, y las estrellas parecían derramar sobre la tierra, a la par que su luz serena, promesas de perpetua seguridad (…)

Jim, que estaba sobre el puente, se sentía compenetrado con la gran certidumbre de absoluta seguridad y paz que podía leerse en el callado aspecto de la naturaleza, como aquella otra certidumbre de fecundo amor en la plácida ternura del rostro de una madre (…)

Jim miraba a la brújula, al horizonte inasequible, se desperezaba hasta que le crujían las coyunturas en un retorcimiento pausado de todo el cuerpo, producido por el mismo exceso de bienestar que sentía, y como si la invencible contemplación de la paz le comunicara audacia, le pareció que nada importaba ya lo que pudiera ocurrirle hasta el fin de su vida (…)

“¡Con qué seguridad marcha el barco!”, pensó Jim maravillado, con un sentimiento como de gratitud por aquella paz soberana del mar y del cielo. En tales momentos se multiplicaban en su mente las ideas de grandes hazañas: se sentía enamorado de ellas y le encantaba el feliz éxito que acompañaba a sus imaginarias proezas. Eran lo mejor de su vida, su verdad secreta, su escondida realidad. Rebosaban de una fuerza viril magnífica; tenían el encanto de lo vago; pasaban ante sus ojos con aire heroico, y tras ellas se le iba el alma, embriagada con el divino filtro de una ilimitada confianza en sí mismo. No había nada con que no se atreviera él.

Lord Jim”, capítulo 4. Joseph Conrad.

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