viernes, 15 de febrero de 2008

La admiración (I)

Se trata de una noble emoción. Los miserables no admiran nunca. Ni los cínicos, ni los escépticos, ni los envidiosos, ni los resentidos. La actual cultura de la sospecha y el integrismo de la igualdad ciegan las fuentes de la admiración. De ahí la importancia de reivindicarla.
Para describirla, tengo ante todo que situarla en su entorno. Forma parte de una de las familias emocionales más nutridas y universales, la del asombro. Es su versión estética y moral. El asombro es el sentimiento provocado por la aparición de algo nuevo o inesperado. En su origen es un sistema fisiológico de alarma, lo que los fisiólogos llaman reflejo de arousal. Hace que la gacela levante y gire la cabeza al percibir un ruido extraño. Esto que parece tan sencillo es, en realidad, un alarde neurológico. Dicen los expertos que para poder reaccionar ante un estímulo nuevo, tengo, en primer lugar, que reconocerlo como nuevo, lo que supone compararlo con un mapa total de la realidad que debemos guardar en algún lugar de nuestro cerebro. Si les pregunto: ¿han estado ustedes en la luna?, me dirán que no, con mucha rapidez (unos doscientos milisegundos). ¿Cómo han sabido que no han alunizado? Cuando queremos que un ordenador haga algo parecido, nos percatamos de la extraordinaria complejidad del hecho. Tenemos que dar a la máquina una relación de todos los lugares donde hemos estado, luego hacemos que los compare con luna, y si no se da ese emparejamiento, el ordenador concluye que no hemos estado. ¿Hace algo semejante nuestro cerebro? No lo sabemos, pero algo tiene que hacer. Lo cierto es que la sorpresa detecta algo nuevo, algo que no ha encontrado pareja en la propia memoria.
Descartes, que escribió un tratado de las pasiones muy cartesiano –quiero decir racional y ordenado–, decía que el asombro es la primera de todas las emociones, la que nos prepara para las demás. Por eso, el asombro puede adquirir un tonalidad afectiva agradable –la sorpresa– o una tonalidad afectiva desagradable –el susto o el sobresalto–. De hecho, la etimología de “asombro” lo acerca a lo negativo, porque procede de umbra, sombra, y al parecer hace referencia al espantarse las caballerías por la aparición de una sombra. Por cierto, la palabra “espanto” no tenía en nuestra época clásica el significado negativo que tiene ahora. Era el asombro ante lo enorme. “Vive Dios que me espanta esta grandeza”, dice Cervantes en el comienzo de un famoso soneto laudatorio. (continuará)

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