miércoles, 22 de agosto de 2007

Vida


Bienvenido. Y felicidades. Llegar hasta aquí no fue nada fácil.
Para que estés ahora aquí, tuvieron que agruparse, de forma compleja y extrañamente servicial, billones de átomos errantes; es una disposición tan especializada y particular que nunca se ha intentado antes y que sólo existirá esta vez.
Ser tú no es una experiencia gratificante a nivel atómico. Resulta fascinante pensar que si tú mismo te fueses deshaciendo con unas pinzas, átomo a átomo, lo que producirías sería un montón de fino polvo atómico, nada del cual habría estado nunca vivo pero todo él habría sido en otro tiempo tú. Sin embargo, por la razón que sea, durante el período de tu existencia, tus átomos responderán a un único impulso riguroso: que tú sigas siendo tú.
La mala noticia es que los átomos son inconstantes y su tiempo de devota atención es muy fugaz. Incluso una vida humana larga sólo suma unas 650.000 horas y, en ese modesto límite, tus átomos te dan por terminado. Entonces se dispersan silenciosamente y se van a ser otras cosas. Y se acabó todo para ti.
De todos modos, debes alegrarte de que suceda. Hablando en términos generales, no ocurre en el resto del universo, por lo que sabemos. Se trata de algo decididamente raro.
Desde el punto de vista químico la vida es fantásticamente prosaica: carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, un poco de calcio, una pizca de azufre, un leve espolvoreo de otros elementos corrientes, y eso es todo lo que hace falta. Lo único especial de los átomos que te componen es que te componen. Ése es, por supuesto, el milagro de la vida.
Hagan o no vida en otros rincones del universo, los átomos hacen muchas otras cosas: nada menos que todo lo demás. Sin ellos no habría agua ni aire, ni rocas ni estrellas y planetas, ni nubes gaseosas lejanas ni nebulosas giratorias ni ninguna de todas las demás cosas que hacen el universo tan agradablemente material. Los átomos son tan numerosos y necesarios que pasamos con facilidad por alto el hecho de que, en realidad, no tienen por qué existir. No hay ninguna ley que exija que el universo se llene de ellos o que produzcan luz, gravedad y otras propiedades de las que depende la existencia. En verdad, el universo no necesita existir. Durante mucho tiempo no existió. No había átomos ni universo para que flotaran en él. No había nada… absolutamente nada en ningún sitio.
Así que demos gracias a los átomos. Pero, además, para que estés vivo aquí y ahora, en el siglo XXI, y seas tan listo como para saberlo, tuviste que tener buena suerte biológica. De los miles de millones de especies vivientes que han existido desde el principio del tiempo, la mayoría (se ha llegado a decir que el 99%) ya no anda por ahí. Y es que la vida en este planeta no sólo es breve sino de una endeblez deprimente.
Una especie media sólo dura en la Tierra uno cuatro millones de años, por lo que, si quieres seguir andando por ahí miles de millones de años, tienes que ser tan inconstante como los átomos que te componen. Debes estar dispuesto a cambiarlo todo (forma, tamaño, color, especie…todo) y a hacerlo reiteradamente. Esto es mucho más fácil de decir que de hacer, porque el proceso de cambio es al azar. Pasar del átomo primordial al humano moderno que camina erguido y que razona te ha exigido adquirir por mutación nuevos rasgos una y otra vez durante un período sumamente largo. Así que, en los últimos 3.800 millones de años, has aborrecido el oxígeno y luego lo has adorado, has desarrollado aletas y extremidades y unas garbosas alas, has puesto huevos, has chasqueado el aire con una lengua bífida, has sido peludo, has vivido bajo tierra, en los árboles, has sido tan grande como un ciervo y tan pequeño como un ratón y un millón de cosas más. Una desviación mínima de cualquiera de estos imperativos de la evolución y podrías estar ahora lamiendo algas en las paredes de una cueva, holgazaneando en forma de morsa en algún litoral pedregoso o regurgitando aire por un orificio nasal de la parte superior de tu cabeza antes de sumergirte 18 metros en el océano a buscar un bocado de deliciosos gusanos de arena.
Además has sido extraordinariamente afortunado en cuanto a tus ancestros personales. Considera que, durante 3.800 millones de años (un período de tiempo que nos lleva más allá del nacimiento de las montañas, los ríos y los mares de la Tierra) cada uno de tus antepasados por ambas ramas ha sido lo suficientemente sano para reproducirse y le han bendecido el destino y las circunstancias lo suficiente como para vivir el tiempo necesario para hacerlo. Ninguno de tus antepasados pereció aplastado, devorado, ahogado, de hambre, atascado, ni fue herido prematuramente ni desviado de otro modo de su objetivo vital: entregar una pequeña carga de material genético a la pareja adecuada en el momento oportuno para perpetuar la única secuencia posible de genes que pudiese desembocar, asombrosa y demasiado brevemente en ti.

(Modificado de “Una breve historia de casi todo” de Brill Bryson)

2 comentarios:

Loz dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Loz dijo...

Jo, Álvaro, cada vez me asombras más, mira que tenía la intención de crear mi propio blog cuando me hablaste del tuyo, pero, me temo que visto éste, me será imposible hacer nada de lo que me quede mínimamente satisfecho.
Muchas felicidades y sigue publicando con ese gusto y diversidad, que me asomaré a menudo a esta ventana para conocer más de ti