
¿En qué quedamos? ¿Debemos admirar o no? Estas preguntas plantean un aspecto esencial para la educación de los sentimientos. Los sentimientos tienen un componente cognitivo que les hace ser inteligentes o estúpidos, acertados o errados. Cualquier sentimiento, por muy elevado que sea, puede convertirse en peligroso si no está dirigido por la inteligencia. Por ejemplo, la compasión es el sentimiento básico de la humanidad, pero puede dirigirse mal y convertirse en una sensiblería destructiva e injusta.
Por eso es tan necesaria la educación de las emociones, que no consiste en erradicarlas, sino en penetrarlas de inteligencia. En el caso que nos ocupa, eso quiere decir educar para admirar apasionadamente lo admirable e intentar imitarlo.